La música a veces es como las matemáticas: una fórmula. Una fórmula que se aplica como una multiplicación, algo que es así por así y que termina teniendo una forma más o menos cuadrada. Esto es, si tengo una banda de rock rollinga -esa especie exclusiva de nuestra fauna- ya tengo más o menos seguro el objetivo: sonido básico x actitud rocker -eso de mostrarse roto- = canciones que hablan de chicas, ciudad y descontrol.
Esta fórmula puede ser aplicada a cualquier registro. Pasa también con ese pop de pibes carilindos o minas que parecen jugar un campeonato de agudos. Pasa también en la música “seria”, donde mezclamos un poco de jazz, con un poco de folklore, con un poco de bossa nova. Y ya tenemos la última genialidad de música intelectual rioplatense.
La música no debe ser, pero puede serlo, una pura pose. Y tampoco es que estemos muy en contra por aquí de eso: vamos, que el público muchas veces se construye en base a esas poses y el gusto, que se cree sumamente pensado y personal, no es más que imposturas que se fueron modificando a medida que uno fue creciendo y -recemos- madurando.
5 x 5 = 25. O La 25. La banda se presenta este jueves a las 21 en Abbey road -Juan B. Justo 620- y trae Mundo imperfecto, su último disco. Sus canciones hablan del rock, de cómo ganar chicas. La estampita le reza al Santo Patrono de la Caricatura de Mick Jagger. No es real, es una simulación de realidad. Es lo que quiere ser, en vez de lo que es. Es el triunfo de la ficción por sobre la realidad.
Sólo en este contexto de caricaturas, un fenómeno como el del rock rollinga continúa sosteniéndose. Falta maduración, pero sobra autoconciencia. Nadie dice que sea malo, con lo obvio pueden hacerse grandes cosas. De cada uno depende. Y de ellos sobre todo, que siguen tirando de la piola ante la falta de originalidad del resto de la escena rockera, que es la que acusa con el dedo sin saber muy bien qué hacer de su propia existencia.