ÁNGEL FIERAMENTE HUMANO (GRACIAS BLAS DE OTERO)
Por Virginia Ceratto
(especial para Mdpoy.com)
En el Siglo V antes de Cristo, los espectadores griegos sabían de qué se trataba la obra: conocían el mito. Así, en esta versión de “Cyrano”, no importa que el espectador haya leído la obra de Rostand o haya visto alguna versión teatral o cinematográfica, tal es la carnadura humana del conflicto, vuelve, volvemos, a verla. Y en esta ocasión, nos encontramos con una maravilla.
Como en Atenas, por nombrar una ciudad, tratándose de teatro, la obra cumple con todas las reglas del teatro clásico.
Comienza en un momento de caída del héroe: este Cyrano está malherido por amor. El pecho del amor muy lastimado hubiera vuelto a escribir San Juan de la Cruz. Ama a una mujer que cree imposible, por ser feo, y para mayor desgracia, ella está cautivada por el porte de otro. Hamartía, así se llama esta fase, el héroe en su caída. Y Cyrano habita una caída desde que nació. Y ha sido objeto de burlas… ¿Algo que resuene?
Luego vendrán las Peripecias, o distintas alternativas (le escribo o no las cartas, le digo, no le digo, no le digo, le digo, la batalla de Arrás…).
En tercer lugar, la Anagnórisis, el reconocimiento del héroe, en el que recupera su mejor versión, finalmente sabe quién es, como en Edipo, como en el Poema Conjetural de Borges, el protagonista (el que lucha primero, prothos y agón) descubre su insospechado rostro eterno, la letra que faltaba…
Y aquí me detengo porque en este Cyrano, que desde la obra literaria se va descubriendo por medio de la letra de esas cartas que, lacanianamente, siempre llegan a destino y aquí aún más, consiguen que se descubra el remitente. Hay algo más. En tiempos de apariencia absoluta, replicada por las redes y mejorada o camuflada por éstas en su peor expresión, es más que necesario buscar, descubrir, despertar el verdadero rostro eterno, de cada uno. Porque las personas, se esconden, nos escondemos, detrás, no de una carta, sino de un perfil. Y el perfil le ha ganado al usuario.
Y Cyrano, a través del tiempo, grita en su silencio que hay que bucear, con lo que sea, meditación, introspección, psicoanálisis o yendo al teatro, teatro para recordar, que tenemos que reencontrarnos, y guardar y también dar, a manos llenas, esos tesoros de buen sentir, de la amistad, de la lealtad, del sacrificio por el bien del otro, del honor…
Así, este líder de los gascones, Cyrano, encuentro en Gabriel Goity su medida superadora, mucho más impresionante que el largo de esa nariz. Goity, con una soltura corporal, una gestualidad que el maquillaje no oculta (sus miradas son un lanzamiento de cuchillas, o de pétalos y la impostación de la voz, perfecta) es un Cyrano incomparable. Incomparable.
Siendo un personaje al borde, por su apariencia, por ese cinismo como coraza, por ese ímpetu… Nunca lo veremos, como sus enemigos, como un brabucón. Goity desnuda un alma. Y es un alma que tiene el corazón roto. Un alma que da. Difícil poner un alma en el escenario. Mérito además, del director, Willy Landín. Juntos, lograron un ángel fieramente humano.
Su contraparte, Cristian, su protegido y a la vez antagonista, está deliciosamente cincelado por Mariano Mazzei, que, además de ser bello, actúa de lindo, que no es lo mismo. Mazzei, que ha interpretado roles de alta hondura, logra un cadete insoportable, indigno del amor de cualquier mujer, mucho menos merecedor de la generosidad de Cyrano, y aborrecible por su torpeza y superficialidad. Y precisamente aquí, en esta obra, se comprueba, otra vez, que es un magnífico actor. Y lo juega con creces.
La amada, Roxane. Una María Abadi que, a pesar de un falso protagónico, dado que Goity y Mazzei llevan toda la trama y su personaje podría ser, tranquilamente aludido, consigue el equilibrio necesario entre los dos, transitando entre la mujer que venera la apariencia y la que aprecia y valora los cuidados de su primo lejano, aquella alma noble. la bisagra perfecta.
María Rosa Frega es la ama, la nodriza y confidente de Roxane y encara ese rol como un verdadero protagónico. María Rosa puede ser sigilosa, atrevida. Contundente cuando planta su cuerpo y también, liviana y suave como una hoja en su baile con el viento. Y todo con una naturalidad que, sabemos, es fruto de la actuación más lograda. De natural no tiene nada.
Frega todo lo hace así. Juega sin red, y es magnífica. Como siempre.
Es un placer ver de nuevo a Daniel Miglioranza, y en un clásico. Su versión del amigo sensato es conmovedora. Y Fernando Lúpiz se luce y se nota la esgrima de aquel Zorro que supo representar y al que admiraba. Bienvenidos.
El vestuario, la iluminación, las proyecciones, formidables.
Y la música incidental, versiones barrocas de The Beatles aportan un clima mágico, para los bailes de salón o el remate en escenas de amor, en contrapunto perfecto con la percusión en vivo que anuncia las desgracias. Esos golpes solemnes son los golpes en la tierra del sepulturero.
Y volviendo a las fases del héroe griego, finalmente, la Catarsis, donde el público podrá soltar la angustia, liberarse. En los anfiteatros de la antigua Grecia, en la Europa del Siglo XIX, en el cine del Siglo XX y XXI, en una sala semicircular y aterrazada, en esta ciudad.
Y se agradece, porque los espectadores, casi todos de más de 30 -ojalá fueran pibes, también eso de que el teatro clásico no es para adolescentes es un prejuicio a desterrar, me consta- o sea, con el corazón casi seguro roto, podemos, pudimos sanar por un rato y dejar que se aliviara la herida con el bálsamo de la poesía, en el teatro.
Poesía, teatro.
Para ver más de una vez, y despertar. Y para no perder, jamás, la panache, la compostura, aunque cueste, aunque duela.
Porque jamás se debe olvidar esa pluma (en más de un sentido, la pluma que sirve para escribir, y la pluma literal, la de la elegancia en la punta de un sombrero…).
O una tela blanca, guardada en el pecho…
La panache.
La del honor.
Que no se deshonra.
Ficha técnica | Elenco: Gabriel Goyti, María Abadi, Mariano Mazzei, Daniel Miglioranza, Iván Moschner, Larry de Clay, Fernando Lúpiz, Pacha Rosso, María Rosa Frega, María Morteo, Hernán “Curly” Jiménez, Pedro Ferraro, Ricardo Cerone, Tomás Claudio, Franco D’Aspi, Pablo Palavecino, Agustín Suárez, Horacio Vay, Tito Arrieta, Lucía Raz, Jess Rolle y Paloma Zaremba. Maestro de esgrima: Fernando Lúpiz. Libro: Edmond Rostand. Adaptación y dirección: Willy Landin. Músicos en escena: Lautaro Asato, María del Rosario Barrios Caram, Gisela Nonaka, Gustavo Valor, Lorena Yankelevich, Keiji Yonagi. Vestuario: Willy Landín. Coproducción: Teatro Tronador y el Teatro San Martín de Buenos Aires, a partir del acuerdo marco firmado con el Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. Próximas funciones en teatro Tronador.