En una de sus últimas apariciones, la presidente de todos los argentinos, con su verborragia interminable, con sus permanentes acusaciones, con graves culpas de otros para tratar de tapar las propias graves faltas; cuando en algún momento los argentinos pretenden escuchar de su boca algo, aunque más no sea algo sobre la inseguridad reinante, se la escuchó decir que “si me pasa algo, que nadie mire hacia Oriente: miren hacia el norte”.
Claro, la inseguridad propia, de los demás… Si nos ocurre algo no es un magnicidio y está todo dicho. Somos un número más o menos importante, medido conforme al lugar donde se está. En la vereda en donde se hacen escuchar voces de queja, sin que nadie de los que debe actuar escuche o en el auditorio que aplaude lo que venga.
Institucionalmente sería muy grave un magnicidio. Ya tenemos suficiente que ver, que soportar para adentro y mostrar para afuera. Todas las lecciones están repartidas universalmente y en forma abundante, por los sobrados hechos sin hacer falta las palabras.
En cuanto a lo humano, todos somos iguales y la inteligencia (llámese Servicios de Inteligencia) que pagamos todos para saber, clarificar, debería estar trabajando para el conjunto y por supuesto en especial en el cuidado presidencial. Droga, crimen organizado y sin organizar y todo lo que vemos a nuestro alrededor, no crece si no es por una degradación que no se midió y por consiguiente no se actuó.
Pero si es así, si hay inteligencia y se sabe todo como para dar tal certera afirmación y sobre todo de la figura institucional de la cual viene, “miren hacia el norte”, deberían aparecer en forma inmediata las pruebas, para que todos miremos con desconfianza hacia ese norte que sabemos, es cierto, no es santo, es conquistador y como tal acciona. Pero si se pretende sólo encender otra alarma, algo más que sirenas vienen haciéndose sentir en la población, vienen sonando los disparos y los muertos. Vienen resonando los botones de pánico y hastío.
En cuanto a inteligencia, si es la misma que determinó un accidente en lo que finalmente pareciera fue un atentado, la muerte del hijo de un presidente en ejercicio, algo muy cercano a un magnicidio, estamos sonados.
Pero en todo este escapar de las responsabilidades hay culpables, ineficientes, sobran los inútiles que alguien designó y que cobran (y muy bien) por no saber. Están en el Estado, ahí arriba, muy arriba. Probado está que llegan, por más ratón mental que se sea (pidiéndole perdón a ese animalito) y se elevan muy alto en el momento en que se suben a sus voladores sillones.
Por eso, en esta Argentina de hoy, cada cual está en condiciones de decir que ¡si me pasa algo, miren para arriba!
MIGUEL TOSCANO