Luego del receso -aunque llamar receso al ciclo de cine africano que se vio en enero y febrero es un reduccionismo violento-, en marzo volverá una de las citas más destacadas que tienen el cinéfilo marplatense: el tradicional ciclo de grandes directores que presenta el Museo del Mar (Colón 1114). Irá todos los domingos a las 20:15.
Los nombres elegidos en esta oportunidad son de lo mejor que ha dado el cine en su historia, más allá de sus diferencias de tono y registro, además de representar cabalmente a cada cinematografía: de David Cronenberg (EE.UU), Eric Rohmer (Francia), Manoel de Oliveira (Portugal) y Akira Kurosawa (Japón).
Si de autores hablamos, Cronenberg es uno de esos directores que han construido en el interior del cine norteamericano una filmografía de las más sólidas. Aún cuando sus últimas películas (Una historia violenta, Promesas del este) parecen acercarse a un cine más convencional, en lo profundo sigue su mirada revulsiva. Spider, el film que se verá este domingo, nunca se estrenó en el país y es uno de esos viajes por el interior de la mente que tanto le gustan. Con Ralph Fiennes y Miranda Richardson.
El 14 se hará un homenaje a uno de los grandes del cine que muriera recientemente: Eric Rohmer. Una voz que se mantuvo viva hasta sus últimos días, en el ocaso de su carrera el francés construyó sus cuentos de las estaciones: Cuento de primavera es uno de ellos, donde recurre como siempre a los diálogos y a la sutileza para contar los encuentros entre las personas.
Con su habitual hermetismo, otro anciano irreductible, Manoel de Oliveira tiene en El convento uno de sus filmes menos comprendidos. Recibido fríamente durante su presentación en Cannes en 1995, allí vuelve a los mundos intelectuales pero siempre desde una perspectiva de misterio y sugestión. Aquí un profesor norteamericano (John Malkovich) va tras los pasos de la obra de Shakespeare convencido de que era de origen español. Se verá el 21, con la actuación además de Catherine Deneuve.
El ciclo cerrará el 28 con la proyección de Sueños de Akira Kurosawa, tal vez no su película más distintiva pero sí una que cristalizó la seducción que ejercía sobre el cinéfilo norteamericano. El film cuenta con producción de Steven Spielberg.