Por Virginia Ceratto
(Especial para Mdphoy.com)
Ante todo: 1) quiero que Lotocki vaya preso. 2) me apena que una mujer haya padecido tanto y atravesado una agonía insoportable antes de morir, no sé si en paz. 3) me hartan los discursos feministas mentirosos, no los feministas, sino los mentirosos. 4) no estoy en contra de quienes quieren mejorar su imagen ni de quienes ejercen con responsabilidad su profesión de médicos especializados en estética. A partir de esto escribo:
Estoy segura de que es responsabilidad de mujeres ultra patriarcales, se disfracen de lo que se disfracen, de alrededor de 60 o más, lo que ha llevado a jóvenes que no precisan más que agua y jabón blanco para verse divinas a tentar tratamientos invasivos innecesarios. Si las de mi edad no hubieran empezado una carrera infernal hace décadas para verse como sus hijas, o las hijas de sus amigas, esa chica Silvina hoy estaría, probablemente, viva. Y ya aclaré que ese Lotocki es una mala bestia que merece una condena.
Las de mi edad desde hace tiempo que no quieren tener ésta, ni aquella edad. Y ahí se ponen lo que sea: jeans rotos, que no son, a juzgar por el modelo, rotos por la vida y el uso, camisas con estilo negligee, zapatillas para cualquier mandado menos ir a correr… y el relleno que sea. Sí, sí y sí, es el mandato patriarcal, propuesto e impuesto por varones que quieren, desde siempre, en su mayoría, estar con jovencitas y cambiar una de 40 por dos de 20, pero son muchas las mujeres que a sus 40, o sea hace unos 20, cumplieron al pie de la letra esto y con creces. A ver, si les place, no está mal. Pero pretender que todo es natural, algo así como que el tiempo no pasa y no sé por qué… ¿Y encima decirse y actuar de feministas? No. Y no digo que una feminista, yo lo soy, tenga que estar arrugada por definición, ni dejarse estar hasta llegar a la decrepitud, pero el doble discurso ya me revienta. Que si usan canas es porque ahora están de moda las canas y las jovencitas gastan fortunas en conseguir el pelo gris, lo sabemos. Y dejo de lado esta indignación por el doble discurso, por ejemplo, a actrices, que tienen que verse bien para un casting, por ejemplo. Y no sé si dejo de lado a las actrices de algunos países que siempre tuvieron roles de abuelas. El tema es cuando una mujer, en edad de ser la abuela o la suegra o la mentora, quiere ser la novia de veintitantos en la serie. No va, amor, no va.
Hablo de las intelectuales. De ciertas intelectuales. Las que refritan los textos sagrados, porque lo son, de verdaderas referentes que patearon el tablero en su época y salen a regurgitar aquellas escrituras de avanzada como si fueran descubrimientos propios o como si todas -el público es mayormente femenino- fuéramos imbéciles que no conociéramos a las precursoras o no las supiéramos leer. A ver, que lo de las Brujas acusadas de serlo y ese mito ya se derribó hace rato. No inventemos la pólvora. Ya anda por ahí hace siglos. Creo que desde el Siglo IX.
Escribo de un feminismo que se asume como único, cuando sabemos que hay varios. No diré mejores ni peores, pero varios. Hablo, o en este caso, escribo, de un feminismo que se proclama de una colectiva, pero cuyas militantes tienen un ego como un motor fuera de borda. De colectiva o colectivo, nada, o poco. Nunca un gesto generoso, nunca un participar entre el público, nunca una colaboración discreta. Y si bien el YO no tiene género, sabemos que el YO es esencialmente varón. Y ahí van, encabezando una lista solamente memorable para sus espejos en redes, como si fueran a cambiar el mundo occidental.
Tengo alumnos en transición, de sexo femenino por nacimiento, o biológico, que han elegido ser trans, o varones, y no por envidiar el pene ni por renegar de sus abuelas que hacían dulce casero con el delantal cuadrillé, sino porque estas referentes de cierta edad les causan escozor. Hablando, hablando, escuchando, he llegado a esa conclusión. Los escucho, y atentamente. Y, curiosamente, no tienen rollo con la edad. Obvio, son muy jóvenes, pero no caerán, sigan o no con sus transiciones, con eso de parecer de una o década que no es la suya.
Estos pibes que son cisgénero ni hablan de brujas, para ellos y ellas es un tema ya resuelto, como el del mito de la tierra plana. No van a andar discutiendo que qué pobrecitas las brujas que las quemaron por ser de avanzada, lo tienen tan claro que no precisan la preclaridad de ciertas publicaciones. Les interesa más el presente que afrontan y el futuro colectivo. El bien común que se llamaba.
Y aclaro, por si no se sabe: uso cremas, en 2010 mi amiga y médica Emilce me arregló el labio inferior que se caía, cosa genética, porque a una de mis hijas le pasa lo mismo, conozco las bondades del hialurónico, y sin embargo, jamás ostentaré un frontón en vez de frente. Y cuando escribo que estoy envejeciendo, no comprendo por qué me dicen eso de que la edad es algo de la mente y pavadas así. Por algo hay una edad para jubilarse, por algo el promedio de vida, que se ha extendido, no está cinco décadas más allá de los 60 (tengo 62). Que las feministas me reten y pretendan que no lo asuma me hace mucho ruido… viniendo de supuestas feministas. Ya lo sabemos, mujeres grandes: Kristeva, Yourcenar, Despentes, Segato, Haraway: son pocas y hay que leer y releeer bien, antes de hacer un aporte. ¿Y por qué no revisar una y otra vez a Paul B. Preciado, no?
Pobre Silvina, cuántos empujones al consultorio del matasanos le dieron la industria pica-carne patriarcal, incluyendo a ciertas minas de mi edad.
Realmente, una muerte injusta. Pensalo, si vas a escribir sobre los mandatos patriarcales de la eterna juventud, antes del próximo pinchazo, pensalo. Y leé el poema que nunca será mejor escuchado que por la voz de Fernando Noy: “No soy más joven. ¿Estoy obligada a serlo?”.
PD: Y si no, mirala a Patti Smith…