Nada volverá a ser igual en Argentina después del 19 de noviembre, gane quien gane el ballotage entre Sergio Massa y Javier Milei. Es que la política parece haber alcanzado ese punto tantas veces anunciado y pocas concretado que sus propios protagonistas definen como cambio de época. Y que en su traducción concreta significa una reconfiguración de las coaliciones de poder y, de máxima, un reformateo muy profundo de la economía del país.
Aunque el concepto de “cambio” terminó por quedar reducido a algo parecido a un significante vacío, que Massa llena con un contenido y Milei con otro, queda claro que la opción de un triunfo del libertario es la que mayor incertidumbre produce, tanto en el plano económico como en el institucional: de la dolarización a la reivindicación de la dictadura cívico militar de su candidata a Vice, Victoria Villarruel, su propuesta se define por el extremismo.
En Milei eso convive con denuncias poco o nada fundadas de fraude, que espejan su movimiento con el de líderes de la alt right global como Jair Bolsonaro o Donald Trump. Es una decisión que tiende a diluir el intento de suavizar su imagen que supuso el pacto con Mauricio Macri, eficiente de todos modos para transferir los votos de Juntos por el Cambio que lo transformaron, según los sondeos conocidos hoy, en competitivo tras perder las Generales.
Dos datos se desprenden de ese grito de la campaña de LLA: según un informe de hoy de la consultora Ad Hoc, que releva la conversación en webs, “fraude” fue una de las palabras más repetidas en los últimos 45 días. Podría parecer un logro de Milei, pero: 1) Revela de trasluz los problemas de fiscalización que tiene ese armado y que tensionaron al máximo su relación con Macri 2) Es un discurso “de perdedor”, que puede impactar en expectativas y en voto.
Se puede enlazar eso con deslizamientos más profundos. La estabilidad de la relación de Macri con Milei es uno. El líder de PRO ya operó la metamorfosis que buscaba: se desembarazó de una parte de su propia fuerza, de la UCR y de la CC, en ese caso completa. Dicen que le contó el plan a un alto dirigente de UxP en un aeropuerto brasileño, a principios de año. “No te metas en candidaturas, primero voy a destrozar al Pelado (Larreta) y después voy con Bullrich. Hay que ver si quedo yo o Milei”. Quedó el libertario, pero Macri se aseguró un cogobierno o el control de un fragmento muy relevante de la oposición.
Anida allí la posibilidad una transformación de fondo de parte del espectro partidario. ¿Hay espacio para una reconciliación con el radicalismo? No parece. Ni con la CC. La fragmentación de la oposición que permitió a Massa llegar al ballotage seguirá después de las elecciones si Milei no gana. Y si lo hace, es difícil que los que hoy se alejaron o fueron neutrales asuman posiciones de relevancia en un futuro gobierno libertario. Incluso en esa hipótesis, el arduo pronosticar la evolución de su relación con Macri: la última vez lo hizo ir al hotel donde se hospeda desde el 22-0 y la discusión fue de tono elevado, cuentan. Promesas en torno a la fiscalización formaron parte del intercambio. La interna entre Bullrich y Villarruel -que ya tiene logo propio- es otra muestra de convivencia difícil. El rol de Gendarmería fue el último episodio, pero la cuestión es profunda: la puja es de poder.
Massa tiene en su cabeza un nuevo diseño de gobierno. Quiere una integración vertical de ministerios (a diferencia del reparto horizontal que caotizó la administración de Fernández) e involucrar a los gobernadores. A propios y a ajenos. Mira, por ejemplo, lo que llama el bloque de los patagónicos, que tiene a radicales y PRO en sus filas. Muy cerca de él están convencidos de que el ciclo kirchnerista terminó, pero que no habrá una batalla para dirimir el liderazgo como la que libraron Kirchner y Duhalde a través de Chiche y Cristina en 2005. “Se van a diluir en el nuevo peronismo, integrados de un modo nuevo”. La actual vicepresidenta, en esa hipótesis, ya no es un factor de poder, aunque reconocen que la identidad K persistirá en sectores de la militancia. Dato central: tal vez con cierto candor, no ven a Axel Kicillof como un desafiante futuro de peso.
Pero pensar en eso, en este momento, se parece a pensar en un futuro de alcance geológico. Ahora toda la atención está puesta en el domingo. En el conteo fino, Córdoba aparece como la clave: achicar la diferencia ahí, una estrategia que Massa desplegó con la dirigencia intermedia de la Provincia y, aunque más de soslayo, con el vice Llaryora, es para él una clave. Siempre, claro, que en la en Buenos Aires llegue a los 55 puntos y en Capital la derrota sea menos grave que otros años.
En las dos elecciones anteriores los vuelcos de votos decisivos se dieron en la última semana. En esta, parece que la definición está ocurriendo también ahora, en la cabeza de la franja de votantes indecisos, que el encuestador más escuchado por Massa cifra en 5 puntos pero que otros engrosan más. (DIB)