La orden bajó del Ministerio de Seguridad: hasta las elecciones nacionales, los pesados de River y Boca caminarán en paz.
En el diccionario de los violentos, la Policía debe ser un actor pasivo; los efectivos que se inmolan cada fin de semana a cambio de 500 pesos por partido no solo reciben insultos y piedrazos, sino que ahora además deben acatar las órdenes de los delincuentes.
“Portate bien que tu jefe es amigo mío; si vos te zarpás, marco este número y mañana le tenés que contar a tus hijos que te quedaste sin laburo”. Así se presentó en Mar del Plata Rafael Di Zeo, flamante líder de la barra de Boca, ante un efectivo de la Bonaerense, que más allá de la obligación del cumplimiento del deber, jugaba con las cartas marcadas. “Ustedes tienen la suerte que con nosotros todavía pueden hablar. Yo me quedo afuera, pero meto 300 tipos míos en la tribuna”, le avisó Martín Araujo, jefe de la barra de River, a un funcionario del Ministerio de Seguridad de la provincia de Buenos Aires que aceptaba resignado las directivas del peso pesado. Una semana después, en el superclásico en el que Boca venció 5 a 0 a River en Mendoza, los efectivos recibieron la orden de no hacer uso del listado de admisión, motivo por la cual los barras de ambos clubes –hasta ese día imposibilitados de acercarse a un estadio– se mostraron orgullosos y desafiantes en los paravalanchas.
Los agentes que intentan brindar seguridad en los estadios saben que están atados de pies y manos, y que aunque muchas veces cuentan con los elementos necesarios para combatirlos, la disposición de arriba los obliga a mirar hacia otro lado.
Primero River. Una semana atrás, durante una reunión de Coordinación de Seguridad en Espectáculos Futbolísticos que planeaba la cobertura de River-San Lorenzo en el Monumental, se resolvió ir a fondo contra la barra millonaria. Se manejaba el dato de que la facción oficial, con derecho de admisión, pensaba entrar a la cancha por el estacionamiento del club con vehículos de alta gama, entre los cuales habían identificado un Mini Cooper, un Renault Fluence, un Peugeot 307, un BMW y un Dodge Journey. A su vez, se creía que otro puñado pensaba hacer lo propio mediante una salida de emergencia que comunica el Museo con el anillo interno del estadio. No obstante, minutos antes de comenzar el operativo, un llamado del Ministerio de Seguridad de la Nación hizo que todo quedara en la nada; se decidió controlar a los hinchas genuinos que ingresaban pacíficamente a la popular Centenario y se montaron equipos de control de huellas dactilares sobre la calle Lidoro Quinteros. Lo curioso es que del otro lado, Los Borrachos del Tablón se manejaron con absoluta libertad desde el Puente Labruna hasta la popular Sívori Alta. De hecho se produjo un enfrentamiento que terminó con uno de los jefes golpeado, en Ciudad Universitaria, justamente donde la barra cobra casi 100 pesos por cada auto estacionado.
Una fuente de la Superintendencia de Seguridad Metropolitana de la Policía Federal a cargo de Guillermo Calviño le confesó a PERFIL que hay un pedido del Gobierno nacional para no alborotar el avispero, al menos hasta octubre: “Tenemos que evitar tocar a las barras oficiales de Boca y River hasta las elecciones nacionales. Ellos ya saben que mientras no hagan quilombo, no los vamos a joder. Es momento de patear la pelota para no sufrir consecuencias políticas.” Desde el Comité de Seguridad agregaron: “La barra de River es la misma desde hace veinte años y probablemente lo siga siendo por mucho tiempo más. Le apuntamos a la disidente para que al menos no se maten a la vista de todo el mundo.”
Ahora Boca. La interna de la barra de Boca que comenzó en el verano atraviesa un momento delicado, por lo tanto se dispusieron 1.600 efectivos para el partido de mañana contra Olimpo. La Subsecretaría de Políticas de Seguridad encabezada por Darío Ruiz está al tanto de que se trata de un encuentro de altísimo riesgo. “La gente de Provincia negoció con las barras en Mar del Plata y ahora nos dejó un reverendo quilombo a nosotros”, explicaron desde esa oficina.
Por lo pronto, funcionarios y violentos confían en que si todos cumplen con su palabra, nadie pondrá en jaque a los gobernantes. Al menos hasta las elecciones.
Pablo Carrozza
Perfil
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