Por Virginia Ceratto
(especial para Mdphoy.com)
Otra vez tu hijo descompensado. ¿Descompensado?
Descompensado, ausente, oprobiosamente ausente está el Estado, y no hay clínica, porque no hay voluntad, que lo arregle.
En Argentina, sin datos fehacientes, más de los que podemos aportar, porque hemos padecido o padecemos esto, a ojo de buen cubero, y porque transitamos los lugares del dolor, no hay cifras ciertas de muertes o internaciones por sobredosis.
En Argentina se anuncian programas que no sirven para nada, porque hay una Ley de Salud Mental demagógica que deja en brutal desamparo a pacientes de patologías graves y a adictos, que a la corta o la larga, terminan con esas dos desgracias imbricadas.
En Argentina, esa ley, solamente favorece a los dealers.
Y también a ciertos centros de rehabilitación que no contratan a especialistas realmente capacitados, con formación y experiencia, experiencia, para tratar esos terribles cuadros.
Hay clínicas de desintoxicación. Estadías breves: cambian la droga ilegal por las legales, mejoran la nutrición y afuera: a algún centro de día.
En Mar del Plata, salvo alguna honrosa excepción que no conozco, y conozco muchos, esos centros tienen psicólogos novatos, muy jóvenes, psiquiatras que responden a un manual que pasa por Valcote, Olanzapina y alguna benzodiazepina y pará de contar.
¿Los talleristas? Te cuento: psicólogos/as que no tienen formación ni en teatro, ni en literatura, ni en nada, o que hicieron un curso de arte y que no tienen experiencia en salud mental.
Obviamente los pacientes se aburren. Hacen collares con fideos, literal, o escuchan alguna estrofa de alguna poesía elegida en modo aleatorio.
¿Clínicas comunes que tengan pisos de internación prolongada o al menos guardias psiquiátricas para estos casos en Mar del Plata? El HPC. El HIGA. Y es hola y adiós.
En dispositivos ambulatorios… Los AT’s: un curso de 6 meses habilita para estar unas horas al día con un adicto. Seis meses y ya están habilitados. Algunos siguen un tiempo más, pero no hay tecnicaturas. Digamos que es una salida laboral temprana para tratar con personas con una complejidad extrema. Y no hay una colegiatura que los regule. La supervisión se queda en el camino, en la calle.
En la calle, donde en las plazas, en bares, archiconocidos, o a domicilio, en las escuelas -porque ya ocurre adentro de los colegios- los dealers se ganan la vida que le quitan, valga la paradoja, a quienes ya no pueden discernir que eso que consumen los mata.
Las causas de protección de persona o determinación de la capacidad duermen con tiempos vaticanos en los Juzgados de Familia. Mientras, los pacientes y sus familias, que a su vez se convierten en pacientes -síndrome del cuidador, depresión, angustia extrema-, se deterioran.
Por cada caso que se conoce, por tratarse de algún personaje mediático, hay miles que siguen agonizando o muriendo. Y en el medio, lo cognitivo se degrada. Y no se recupera más.
Las familias se rompen, y no se recuperan más.
Incluso los adictos, con algún atisbo de recapacitar no lo consiguen, porque es mucha la oferta y está en cada esquina, o cada dos cuadras.
Y esto atraviesa a toda la sociedad. Con paco, con cocaína, con benzodiazepinas.
¿Consumo controlado? ¿Folletos de supuesta prevención? ¿A quiénes les sirven? Quien sabe no consume, quien consume no los lee. Quien consume miente que lo controla, y miente porque sí, porque es ya su modo. Porque ya no puede discernir que su vida se está yendo al tacho. Para decirlo sin adornos.
Y todos lo sabemos.
¿Y el Estado? Pura cháchara, cuando la hay, que a veces ni siquiera.
Y antes de la tumba, hay madres y padres que viven con la angustia de imaginar eso de tener en el regazo a su hijo sin vida como en la estatua de Miguel Ángel.
Y ni siquiera eso se logra de los que gobiernan y tienen en su poder derogar o reformular esa ley de Salud Mental: La Piedad.