Ayer por la tarde, la Catedral de Mar del Plata, se colmó de fieles que acompañaron a monseñor Marino en su última misa al frente de la diócesis de Mar del Plata. Sacerdotes diocesanos, religiosos, seminaristas y miles de fieles agradecieron a monseñor Antonio Marino estos seis años de pastoreo en la diócesis. “Hasta el final llevaré esta diócesis en mi corazón. La comunión espiritual, el amor y la oración ignoran los límites de la distancia. Inauguro la categoría de ‘obispo emérito de Mar del Plata’, expresión en la cual el primer término indica el cese del gobierno pastoral, y el segundo, la permanencia de un vínculo de comunión. Dejo el gobierno pero no dejo de ser obispo”, dijo monseñor Marino en su homilía.
La misa fue concelebrada por monseñor Héctor Agüer, arzobispo de La Plata y monseñor Alfredo Zecca. También estuvo presente el intendente de general Pueyrredón, Carlos Fernando Arroyo, y representantes de las fuerzas vivas de la ciudad. “En la vida de un obispo no hay mayor alegría que la experiencia de la misión, en el contacto directo con el Pueblo de Dios. Por eso, me siento impulsado a mencionar la honda huella que dejaron en mi alma las ocho visitas pastorales a parroquias de la periferia de Mar del Plata, que implicaban una semana entera de trabajo. Experiencia exigente, desde la mañana temprano hasta bien entrada la noche. Esos siete días transcurrían en contacto muy cordial con las instituciones y grupos apostólicos, visitando muchos hogares, e incluso las instituciones civiles, y se caracterizaron por la alegría e interés que ocasionaba la presencia del pastor diocesano y la posibilidad de diálogo directo con él, diálogo que por momentos era muy prolongado”, manifestó en primer lugar monseñor Marino.
También recordó “en medio de lacerantes situaciones sociales y un panorama poco alentador, no me he cansado de invitar a la misión permanente, a salir a anunciar “a tiempo y a destiempo”, a ofrecer nuestra riqueza que es Cristo. “Hacia el término de mi servicio como obispo diocesano, esta misa tiene un sentido especial de acción de gracias, pues mirando hacia atrás se agolpan los motivos de gratitud en proporción inversa al tiempo que tengo para expresarlos. Poco más de seis años han transcurrido desde mi llegada a la diócesis. Tiempo relativamente breve si lo medimos con el calendario y el reloj, pero espiritualmente muy intenso, computado desde el corazón y la sinceridad de la entrega”.
El ahora, obispo emérito, monseñor Marino agradeció a sus colaboradores, sacerdotes y laicos, a los sacerdotes, diáconos, religiosos, seminaristas, y a los laicos. “Espero haberles expresado con mis gestos más que con mis palabras, la sinceridad de mi agradecimiento. Que el mismo Señor sea su recompensa”. “No puedo dejar de mencionar a mi vicario general, el padre Gabriel Mestre, a quien pronto impondré las manos, junto con otros obispos, para constituirlo como mi sucesor en esta sede episcopal. Le reconozco su fiel y valiosa colaboración y el trabajo responsable. Invito a todos a rezar por él y a preparar este gran acontecimiento con espíritu de fe y de amor a la Iglesia”.
Por último concluyó, “hasta el final llevaré esta diócesis en mi corazón. La comunión espiritual, el amor y la oración ignoran los límites de la distancia. Inauguro la categoría de ‘obispo emérito de Mar del Plata’, expresión en la cual el primer término indica el cese del gobierno pastoral, y el segundo, la permanencia de un vínculo de comunión. Dejo el gobierno pero no dejo de ser obispo. Aspiro a no ser un simple pensionado episcopal. Por el contrario, siguiendo las orientaciones de la Iglesia, buscaré con humildad mi nuevo cauce para seguir expresando este ‘oficio de amor’ que me fue conferido y que espero continuar hasta la muerte”.
Al finalizar la eucaristía, habló el padre Arturo Pessagno, por los religiosos; Mauricio Gil de Muro por los laicos y el padre Walter Pereyra por los sacerdotes diocesanos. Cada uno dirigió unas palabras a monseñor Marino, a modo de agradecimiento por todo lo compartido en estos años. Por su parte, monseñor Marino dio las gracias a todos por la presencia y entregó a cada uno de los sacerdotes y diáconos un pequeño libro de regalo, con homilías escritas durante estos años sobre la Virgen María. A cada uno entregó el obsequió y estrecho con un sentido abrazo. Por último saludó a cada uno de los fieles que también se acercaron para agradecerle y pedirle una bendición.