Como introducción a mis palabras, debo decir que vengo a este recinto con un interés netamente político, toda vez que es este el escenario de debate de políticas públicas en esta jurisdicción y en razón de estar convencido de que la política y la Democracia con todas las deudas que podríamos achacarles, son las únicas herramientas posibles de mejoramiento de la calidad de vida de una comunidad.
Dicho esto debo también aclarar que no me inspira ningún interés sectorial o partidista, pues hace ya muchos años que estoy alejado de la militancia partidaria.
Vengo en nombre de lo que creo es una gestión cultural aconsejable y me limitaré a hacer foco en ella.
La primera confusión
Los desencuentros para el diseño de un proyecto de gestión cultural desde el Estado suelen tener algunos orígenes comunes.
El primero es la distorsión de los alcances de la dimensión cultural. En el imaginario colectivo la palabra Cultura se asocia a las bellas artes y poco más. Este reduccionismo también alcanza a los jefes políticos de muchas jurisdicciones que tal vez suman a esa mirada otra destreza de Cultura: hacer más simpáticos los actos públicos.
Hace ya muchos años, más precisamente en 1982 a través de la Declaración de México, la UNESCO se vio obligada a corregir esta distorsión, afirmando:
“que la cultura , en su sentido más amplio, puede considerarse actualmente como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias”,
y que “la cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones. A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones, y crea obras que lo trascienden”.
Nuestra realidad
Vivimos en Latinoamérica, la región más desigual y violenta del planeta. Y Argentina no es una isla. Cumplimos sobradamente lo que define nuestra región. Las últimas mediciones dan cuenta de que más del 40% (algunas llegan al 46%) de la población argentina es pobre. Eso nos aproxima a un número de 20 millones de personas.
Ser pobre no es sólo no poder satisfacer las necesidades físicas y psicológicas básicas de una persona. Implica demás el secuestro de sus derechos a la educación, al desarrollo individual y a un proyecto de vida familiar tal como lo concebimos. La pobreza fragmenta y destruye familias.
El Estado tiene el imperativo moral de contribuir al mejoramiento de la calidad de vida de su población. Ese objetivo es consustancial a su naturaleza y razón de ser de su existencia.
El papel de Cultura
Ustedes se preguntarán si Cultura es uno de esos derechos primordiales a los que he hecho referencia. No, no lo es. Primero la gente debe satisfacer sus necesidades básicas para la subsistencia física como alimentarse, tener salud, un techo. Pero saben una cosa…es por la Cultura que tales derechos se instalan en una sociedad.
Hablamos de nuestra sociedad violenta. En las encuestas una de las preocupaciones que aparece en primer grado es la inseguridad. Pero ¿cuál es el antónimo de inseguridad? Pues no es “seguridad”. El antónimo de inseguridad es “convivencia”. Y la convivencia no es un producto de la naturaleza. No lo cosechamos en el campo ni la pescamos en el mar. La convivencia es una ecuación pura y netamente cultural.
Hay ejemplo sobrados que dan cuenta de la potencialidad de la gestión cultural desde Estado para reducir la violencia y propender a una sociedad más armónica.
Acaso el más conocido sea el de Medellín en Colombia. En 1991 Medellín fue calificada como la ciudad más violenta e insegura del mundo al alcanzar los 381 homicidios por cada cien mil habitantes, esta tasa ha ido descendiendo y en 2013 se encontraba en un 52,3.
¿Cómo lo hicieron? Pues echaron mano a herramientas culturales como mecanismo de equidad e inclusión social…y en barrios en los que no entraba la policía construyeron maravillosos centros culturales que fueron incorporando a la población vulnerada. El caso más conocido es el del barrio Moravia, que era una basural de muchas hectáreas habitado por 40 mil personas.
Allí se construyó un centro cultural a un costo de varios millones de dólares aportados íntegramente por una fundación privada.
Para cumplir con lo que se proponían sextuplicaron el presupuesto destinado a Cultura. Nosotros en cambio hemos ido bajándolo a medida que la crisis social se hizo más aguda. En 2019 el porcentaje destinado a Cultura en los presupuestos de la Administración Central era de 3.22 %. En 2023 es del 2,54 % y si sumamos los de los entes descentralizados ese porcentaje baja al 2,09. Y si contempláramos el de OSSE es todavía menor.
Hay muchos más ejemplos. Podríamos evocar acá la genialidad del maestro Abreu entrando con un cello a una villa de emergencia de Caracas. Fue ese el embrión del maravilloso programa de orquestas escuela que constituyen un antes y un después en la vida de los niños y jóvenes que ingresan a él.
¿Resolveremos con programas de cultura la pobreza estructural de nuestro país? No. Pero habremos contribuido al diseño de una nueva realidad y a construir ciudadanía, defender los derechos humanos, favorecer el camino de la paz y procurar herramientas de movilidad social ascendente.
Podrá decirse que es la mirada de un idealista, de un ingenuo. Me permito decir que no. He trabajado varios años con programas culturales en servicios penitenciarios, en institutos de menores donde están presos los menores en conflicto con la ley penal, en contextos de pobreza…
Me consta lo que ha implicado en la vida de muchos de ellos haber integrado un programa de los que aquí les hablo. Niños y niñas sin familia, a la deriva, que de pronto se encuentran en una orquesta y acaso por primera vez reciben un halago constitutivo de su autoestima.
He visto lo que ha implicado para jóvenes presos poder editar su primer libro. Son infinidad los ejemplos que no enumero para no cansar.
¿Podemos mirar para otro lado?
Definitivamente la grieta no es la que suena en la vocinglería de la superficie cuando rivales políticos se insultan de una orilla a otra, sino que es social.
No me arrogo la originalidad de decir que la grieta es social y no partidaria. Y como el mecanismo de la grieta es siempre definir al enemigo -y si no inventarlo- nos encontramos con que los que todavía no se han caído del sistema culpan a los vulnerados de ser un peligro…y los vulnerados señalan a las clases más acomodadas como los culpables de la situación que sufren.
La segunda confusión
Tal como mencioné al principio sobre el mal entendido en torno a la dimensión de lo cultural hay otra confusión que debe marcarse y tiene que ver con el destinatario final de la gestión cultural desde el Estado.
Los actores de la cultura son una herramienta insustituible, irremplazable de la gestión cultural desde el Estado, pero no son sus destinatarios finales. La principal destinataria de la gestión cultural es la comunidad en su conjunto.
Y he aquí la necesidad de que el funcionario que ocupa el área Cultural se convierta en la voz de los sin voz. Los actores de la cultura son personas que hacen oír sus demandas y militan su causa. Pero no ocurre así con quienes necesitarían ser asistidos por programas culturales. Es improbable que en un barrio periférico las madres de jóvenes preocupadas por las andanzas de sus hijos vayan a golpear la puerta del funcionario para que implemente un programa que los saque de la calle.
¿Ahorro?
Hay otra mirada que es necesario abordar. Tiene que ver con lo que ha trascendido en estos días en cuanto a la idea de trasladar Cultura al Ente de Turismo para ahorrar recursos del Estado. ¿Ahorrar qué? ¿Dos, tres, cuatro sueldos?
La habilidad de un buen gestor es procurar recursos extrapresupuestarios, propender a la asociatividad con el sector privado, con organismos públicos y privados, nacionales e inclusive internacionales. Hay que incorporar a las ONGs del área con experiencia territorial a la mesa de debate de políticas públicas en materia cultural.
Es decir, una buena gestión multiplica los recursos sin agotar las arcas estatales. El más pequeño de esos acuerdos podría contemplar por varios años los sueldos que se ahorran eliminando la Secretaría de Cultura.
El necesario proyecto
Pero para eso hay que tener un proyecto que defina una orientación, destinatarios, herramientas, etc. Ciertamente todo proyecto de gestión público tiene una ideología. Y una ideología no es más que un sistema de valores del cual se desprenden prioridades.
Independientemente del ángulo en el arco ideológico en el que se se ubique una administración, no existe gestión sin un proyecto. Un proyecto que transmita a las unidades de gestión de Cultura hacia dónde se quiere ir. Que contagie a la red de agentes municipales -que son los que ocupan cotidianamente la trinchera- hacia adónde se va. Hay que devolverles la mística para que se sientan protagonistas de acciones que contribuyen a mejorar la sociedad de la que son parte.
Para ello, lejos de deshacerse de cuadros políticos, hay que tener muy en claro el componente ideológico que orienta la gestión. Hoy las unidades de gestión están en manos de administrativos, que cumplen una misión indispensable para aceitar los meandros y entresijos de la burocracia municipal. Pero no es responsabilidad de ellos la de gestionar los espacios en los que trabajan.
La estructura de Cultura si sumamos los museos, el teatro, el centro cultural, las ferias y cada una de las bibliotecas barriales además de la Central justifican plenamente una unidad administrativa exclusiva.
Y cada parte de esa estructura puede contribuir muy decididamente a incrementar el rédito social de sus actividades. Aun los cuadros de mayor excelencia como pueden ser los Organismos Artísticos. Y cada una de las bibliotecas barriales son puntos territoriales que hay que fortalecer y dotar de mayores recursos.
Contra lo esperable
Es, además, un despropósito que en el momento en que la emergencia exigiría potenciar el área de Cultura se la quiera reducir.
¿Cómo sería potenciarla? Pues volver a la experiencia de Ente Descentralizado, que fue un leading case en el país al punto de haber sido reconocido como ejemplo valioso para crear el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires.
¿Costó más dinero? Pues no. La administración central remesaba los mismos fondos que contemplaban a este ese momento las partidas para Cultura. Pero los recursos se aprovechaban al máximo. Si se rompía el vidrio de una ventana en una biblioteca no había que esperar el sueño de los justos para que la orden de compra recorriera el sinuoso camino de la burocracia.
¿Saben qué es costoso?…costosa resulta la no gestión. Costoso es dejar que las unidades de gestión tengan un movimiento inercial.
La experiencia fallida
La experiencia valiosa del Ente de Cultura se abandonó por impulso de otra crisis social y económica que sufrimos al comienzo del milenio. Cultura se trasladó al Ente de Turismo (igual que quiere hacerse ahora) y terminó siendo la peor idea. Fue pésima experiencia tanto para Turismo como para Cultura. Los invito a que consulten con quienes en su momento fueron protagonistas de esa trasnochada unión, como el por entonces presidente del Ente de Turismo y la presidente del Ente de Cultura.
Ya hace décadas que las gestiones oficiales de Cultura, al menos en jurisdicciones de nuestra escala, han abandonado el hábito de mezclar el área con otras. Se trata de dinámicas y objetivos totalmente distintos.
No quiere decir eso, claro está, que no haya integración y coordinación de muchas acciones por parte de Cultura no sólo con Turismo sino con absolutamente todo el resto de las áreas municipales.
No me asiste la menor duda de que llevar Cultura al Ente de Turismo es un error garrafal. En el caso marplatense es obviamente una subalternización del área de Cultura, dado que el principal centro turístico del país obviamente tendrá a alguien ligado al Turismo en esa presidencia y jamás a un gestor cultural.
El irresponsable oportunismo
Ahora que se instaló en la opinión pública el desprestigio del Estado y la necesidad de reducirlo a la mínima expresión es fácil echar mano al oportunismo electoralista de decir que estamos haciendo eso.
También hablando de inseguridad la opinión pública se ve alcanzada por la ola punitivista y represiva…aunque eso no termine con la inseguridad. Antes que salgan a decir que soy un irresponsable quiero dejar en claro que por supuesto que si hay alguien que es peligroso para la sociedad el Estado tiene la obligación de neutralizarlo aunque ello conlleve suprimir su derecho a la libertad.
Pero debemos saber que no es el castigo lo que perfecciona la Justicia. El castigo no mejora a la víctima ni al victimario ni a la sociedad. El castigo es una rémora de las religiones para quienes quebrantan las normas. Más valdría que esos propósitos de reinserción social que se mencionan en la retórica discursiva de barricada se conviertan en acciones concretas a través de políticas orientadas a los contextos de encierro, hoy inexistentes.
Hoy el facilismo oportunista de montarse a lo que se creen criterios predominantes hace que los candidatos se muestren del lado de los que desguazan el Estado -y principalmente a sus cuadros políticos- y acompañen la ola punitivista en vez de considerar otras herramientas.
¿Pero saben una cosa? Los líderes y estadistas que en el mundo han sido lo fueron también por su misión didáctica, muchas veces sosteniendo miradas a contrapelo de a opinión pública.
Confío en que el debate que esa trasnochada idea de subalternizar Cultura al Ente de Turismo ha provocado permita sembrar el camino de proyectos más auspiciosos en los que Cultura desempeñe el objetivo que no debe abandonar. Como bien se dice…las crisis también son oportunidad.
Muchas gracias
Nino Ramella