Siempre digo que los procesos históricos raramente se equivocan. Analizando las circunstancias a través de las cuales se dieron los hechos, siempre vamos a concluir que los acontecimientos siguieron una lógica irrefutable. Quizás pueda surgir alguna persona que me diga que la tragedia judía durante los años aciagos de la Segunda Guerra Mundial no estaba en los planes de nadie. Esa afirmación no deja de ser un error, pues dos ingredientes fundamentales hicieron posible catástrofe: el primero, la inquebrantable y tenaz aspiración del paritdo nazi de aniquilar a toda la judería europea -que para dicho menester contó con un ministro de propaganda fabuloso y un guía que les hizo creer a todos los ciudadanos que estaban por encima de todo (“Deutschland über alles)-. El segundo, el silencio cómplice de casi toda Europa que -salvo raras excepciones- salió a cazar y delatar el escondite de los judíos para despojarlos de todo.
El texto que sigue a continuación lo escribí el 8 de julio de 2013. Lamentablemente aquella premonición de que no hay dos sin tres, se cumplió a rajatabla. Los judíos argentinos tuvieron que esperar pacientemente 21 años para que la víctima Nº86 de la Amia llegara. ¡Y llegó! Era cuestión de tiempo nada más, pero estaba en la tapa del libro.
Ahora los argentinos hablan con Mirta, hacen debates televisivos, algunos intentan levantar la voz pidiendo justicia, pero ¡qué va!, nada de eso va a pasar Si no hubo voluntad política para resolver los 85 caídos en la Amia, menos se va a resolver lo de un simple fiscal judío. Este representa un golpe durísimo para la comunidad, pero no para la Argentina como nación. No sé cómo hará el marco comunitario para lamerse las heridas y hechar a andar nuevamente en un país que siempre les mostró rechazo. La dosis de sal que a diario se echan en la llaga debido a que el canciller profesa la misma fe, complican aún más su restablecimiento.
En el texto hablo de negligencia, apatía, de que la gente (y los terroristas) entran como “perico por su casa” por esas fronteras en donde nadie controla absolutamente nada, en donde el ascensor -que quizás transportó al asesino- no tenía cámaras a pesar de ser un edificio lujoso.
Pues bien, ahora se cumple un mes del asesinato de Nisman y los detenidos e indagados por el hecho brillan por su ausencia. La gente que tiene que hablar no habla del tema, pero siempre encuentra la ocasión para burlarse sistemáticamente del pueblo.
Del otro lado del charco las cosas no están mejor. El ministro de exteriores Almagro pregunta por qué el diplomático iraní fue a una óptica en las cercanías de la Embajada de Israel. Yo pregunto también: ¿por qué no? En ese perímetro está uno de los centros comerciales más grandes de Montevideo. ¿A no ser que Almagro sepa lo que nadie sabe? Dice el refrán: “el que no la debe, no la teme”. Quizás Almagro tenía un secreto guardado con mucho celo, pero vino la prensa israelí y le orinó el pastel. Todo muy confuso y es un buen momento para empezar a dar la cara.
Hace unos meses la población uruguaya recibía con bombos y platillos a las familias sirias que llegaron al Uruguay en calidad de refugiados. Ahora están descubriendo la cultura árabe, después de los episodios de violencia doméstica acaecidos las últimas semanas. Los uruguayos quedaron confundidos una vez más. Sería lindo cerciorarse y recabar datos antes de tomar decisiones para hacerle creer al mundo que Uruguay es un país de paz. Por ahora mucho olor a podrido, pasaportes falsos por doquier y un temor generalizado que flota en el ambiente.
Si bien la comunidad judía de Argentina fue víctima de persecuciones despiadadas a lo largo de la historia, fue herida de consideración el 17 de marzo de 1992, cuando la elegida para la bomba asesina fue la Embajada de Israel en Buenos Aires. Al haber sido una misión diplomática la receptora del atentado, los argentinos no le dieron mayor trascendencia, pues especularon que el objetivo de los atacantes era Israel y el suelo argentino escogido al azar.
Si bien aquella deflagración y considerable número de víctimas hizo zozobrar a toda una comunidad, el golpe de nocaut llegó dos años después, cuando una nueva institución judía se desplomaba en pleno centro de la capital. La comunidad hebrea sufrió con las muertes de decenas de sus miembros, quedó aturdida y cargó con el lastre de 18 años de indiferencia.
Pero las cosas no suceden al azar. Nada pasa porque sí; no existen las casualidades, sino las causalidades. Si los ladrones entran a mi casa y la desvalijan por negligencia mía de haber omitido el “pequeño” detalle de pasarle llave a la cerradura de la puerta principal, no es posible que cometa el mismo error dos veces, pues los cacos estarán al acecho todas las noches para probar suerte con un nuevo descuido de mi parte. En Argentina no hubo descuido, hubo desidia, que es mucho peor. Los criminales entraron y salieron por la “puerta grande” 1992 y como vieron que no pasaba nada, que nadie se inmutaba, lo intentaron nuevamente el 18 de julio de 1994, con el dulce sabor que la cartas estaban echadas a su favor, mucho antes de perpetrar el atentado.
Hace unas semanas vi el programa “Periodismo para todos”, en el que el periodista Jorge Lanata desnuda sin concesiones todo el clima de corrupción y podredumbre en el que conviven los argentinos y me conmueve ver como nadie reacciona, como los magistrados y el gobierno no abren la boca, como el pueblo no sale a romper todo. Para colmo de males, duele ver como la gente en la tribuna -jóvenes “lindos” de buena posición, en su mayoría- se ríen mientras el presentador ventila los chanchullos, cuando realmente tendrían que llorar o mostrar algún atisbo de rebeldía. En aquel programa, un avezado y osado periodista denunciaba que quien quiere entrar a la Argentina, lo hace por la puerta grande -como dije anteriormente-. La gente común atraviesa los pasos fronterizos y a juzgar por la reacción de los funcionarios de inmigración, deberían tratarse de fantasmas, pues nadie los ve pasar. El programa trataba de temas como contrabando y droga. Me pregunto yo, ¿y material explosivo para fabricar atentados con sus correspondientes eminencias grises?
Afortunadamente la indiferencia argentina fue debidamente sepultada hace unos meses, cuando el gobierno y el congreso se sacaron definitivamente la careta y mostraron su sesgo más representativo: la veta antisemita, fiel reflejo del palpitar de una nación. En esa ocasión, Buenos Aires vivió una simbiosis más que evidente porque lo que aconteció en la calle -en las afueras del Congreso-, tuvo su eco inequívoco dentro del recinto parlamentario. Con un escandaloso, bochornoso, truculento y sórdido 86,20%, los diputados del Congreso argentino aprobaron el acuerdo por medio del cual, la Argentina investigará en conjunto con Irán la masacre del atentado a la Amia. La mayoría del parlamento unido para firmar el pacto con el diablo y la mayoría del pueblo unido en la apatía, pues solo un puñado de judíos se manifestaba fuera del recinto legislativo. Para colmo de males y para echarle sal a las heridas de la comunidad judía -que nunca cicatrizarán-, un integrante de la comunidad -quizás a estas alturas ex integrante- fue el elegido para llevar a cabo las negociaciones o mejor dicho, la tomadura de pelo a la comunidad judía local en particular y al mundo democrático en general. Fue después de ese atentado que los argentinos se animaron a establecer públicamente por segunda vez, diferentes categorías de ciudadanos. Ahora se hacía más que evidente que una cosa era un “argentino argentino” y otra muy diferente un “judío argentino”. Ya existía el antecedente, cuando la sanguinaria Junta Militar había categorizado a sus ciudadanos en diferentes clases.
Me estremece hasta el alma, pero tengo que decirlo: los argentinos con su displicencia y su espíritu anodino le están haciendo honor al añejo refrán: “no hay dos sin tres”. Mientras tanto los judíos, tratan de rehacer sus vidas, con el enorme dolor de tener sus familias diezmadas y sus sueños truncados. Relatos reales como el de Mijal Tenenbaum o la saga de Anita en la ficción, muestran en forma cabal la enorme entereza y la profunda resiliencia con las que convive la golpeada comunidad judía argentina. No debe ser fácil vivir en permanente estado de indefensión, siendo víctimas de malos tratos y ultrajes por parte de una nación que siempre hace ingentes esfuerzos para hacerles sentir su desprecio.
Alejandro Goldstein