Un panorama por demás de incierto se avizora en un cercano futuro político y social de los argentinos; ya nadie puede negar esta realidad que nos preocupa porque es motivo de conversación en todo lugar y momento.
Tampoco se puede ocultar que a este punto hemos llegado traídos de la mano, algunos, y otros a los empujones, por un gobierno con dos mandatos casi cumplidos, con logros –hay que reconocerlo- pero que han sido superados holgadamente por los errores. No han desaprovechado un solo día para cometerlos, y de toda clase. Errores pero también otros hechos que no pueden atribuirse a una mala praxis, a descuidos, desconocimientos, ni siquiera a ideologías.
Toda la gestión del actual gobierno está teñida de gravísimos episodios de corrupción, de delincuencia, en los que aparecen involucrados altos funcionarios gubernamentales y hasta la propia familia presidencial hoy está bajo sospecha, a partir del desmesurado enriquecimiento de su patrimonio durante su mandato. Para lograr impunidad han tornado inoperante a buena parte del poder judicial, y sometieron y desarticularon gran parte de las fuerzas policiales.
Han creado el caldo de cultivo propicio para una corrupción casi generalizada y la proliferación del delito en todas sus variantes. La sociedad y el país han quedado sin defensas, a merced de una delincuencia que se enseñorea en las calles sirviéndose de la vida, honra y bienes de las personas; agrandados por la protección del propio estado, que al mismo tiempo desmantela a las instituciones de seguridad, maltrata y hambrea a sus integrantes empujándolos a desvíos profesionales y en no pocos casos a la ilegalidad.
La delincuencia no es estática, y por distintas razones muda casi permanentemente de barrio o de ciudad, y según la respuesta de la fuerza policial será el tiempo que los malvivientes dedicarán a la zona elegida. Pero también sabemos que los asaltantes con más experiencia eligen la zona para sus fechorías según “el perfil” de los Jueces de la jurisdicción; información ésta que obtienen de sus propias experiencias, a través de compañeros en la cárcel, o porque a veces les es aportada por sus abogados.
Si la respuesta policial es escasa y en el Departamento judicial de la zona hay algún juez de los mal llamado “garantista”, sin duda que vecinos y policías de esos barrios o esas ciudades se verán en serias dificultades. Lo mismo ocurre a nivel internacional. El contrabando, la trata de personas y el narcotráfico extienden sus fuertes brazos a los países donde la respuesta de las fuerzas de seguridad es escasa o débil, y la Justicia fácil de eludir. Donde hay corrupción. Nuestro país, sin duda alguna, por tales razones es que ha sido elegido por las mafias del narcotráfico y narcoterrorismo.
Y ya están acá. La ciudad de Rosario es la cabecera de playa donde han desembarcado ante la mirada complaciente de las autoridades provinciales y nacionales –no se puede calificar de otra manera cuando se liberan las fronteras, a pesar de las advertencias que desde hace años se le hicieron al gobierno- .
Desde APROPOBA también lo venimos señalando con suficiente anticipación. Los graves y reiterados hechos cometidos por los Narcos en aquella ciudad santafesina, dan cuenta de una actividad ilícita-criminal inédita y de tal crecimiento que ya hace trastabillar los esfuerzos del conjunto de fuerzas policiales y de seguridad destinados a su persecución.
De ilusos sería esperar que todo quede acotado en Santa Fe. Dijimos que Rosario era la cabecera de playa, pero sin duda que el objetivo de máxima para los narcos es la provincia de Buenos Aires. El conurbano. Y este es el punto que representa un nuevo desafío para los hombres y mujeres de azul. Lo que a los más viejos nos significó la aparición de la guerrilla terrorista marxista en la década de 1970, será para las nuevas generaciones de policías el desembarco de los Carteles de la droga y del narcoterrorismo.
Antes movidos por el fanatismo ideológico en busca del poder. Ahora motivados por cantidades extraordinarias de dinero que manejan estos mercaderes de la muerte, que compran el poder y deciden la vida o la muerte de las personas. Nuestros camaradas jóvenes deberán prepararse para afrontar tiempos dramáticos y graves; estar en aptitud policial siempre y prepararse espiritualmente para el buen combate; y quién no se considere apto sería bueno que abandone la fuerza, porque no será tiempo para flojos.
El riesgo aumentará exponencialmente, porque el enemigo está integrado por compatriotas que venden su dignidad. El policía debe saber que con la invasión de los narcos no solamente está en juego la seguridad, por cierto ya bastante deteriorada, está en peligro nuestra integridad como país, como sociedad, como familia. Y habrá que frenarlos a como dé lugar, y si es posible encarcelarlos, acosarlos hasta que sus líderes prefieran abandonar el país. Para esta lucha no esperen ayuda o acompañamiento de este gobierno atravesado por la corrupción; es más, probablemente deba ser a pesar de este gobierno que, de alguna manera, ha creado las condiciones para la proliferación de estas mafias. ¿Cómo se explica sino que en un contexto de emergencia en seguridad decretada en nuestra provincia, la misma autoridad política disponga el retiro del armamento de todas las dependencias policiales, dejando a sus efectivos y a los vecinos indefensos?
Pero a esta lucha hay que librarla de todos modos, por el país que es de todos y por nuestros hijos que están en serio peligro. Sin cometer excesos pero con toda la fuerza que nos da la Constitución y demás leyes, sin caer en acciones marginales -como ocurre en otros países- que terminan siendo causas de consecuencias peores.
Ante la inminencia de estos acontecimientos, los policías deberíamos aguzar nuestra inteligencia para analizar el devenir político y evitar quedar enredados en operaciones, en las que no debe descartarse los millones de los Carteles comprando conciencias para debilitar el sistema. Por ejemplo, se está hablando con sospechosa insistencia de posibles desmanes o saqueos en el mes de diciembre, próximo a las fiestas. Los uniformados, este año más que nunca, debemos abstenernos de exteriorizar nuestros justos reclamos, ni participar, de ninguna manera, de los que efectúen otros sectores.
Cualquier demanda policial puede ser utilizada para desencadenar otro hechos políticos de mayor envergadura, donde muchos serían los ganadores y solamente los policías quedaríamos con la factura en la mano, para pagar de por vida.
Si los narcos quieren anticipar su llegada al Gran Buenos Aires, que no sea “aprovechando” un conflicto policial y sus consecuencias. Si alguien del gobierno quiere renunciar que lo haga, pero que no se argumente una “desestabilización golpista” por parte de la policía. Y si algún sector de la población se lanza a saquear comercios, que lo hagan por propia iniciativa y no “imitando” a los uniformados o porque estos no trabajan.
Todos sabemos de la legitimidad de nuestros reclamos. Somos parte de argentina, vivimos y padecemos las mismas necesidades que la mayoría. Además reclamamos otros derechos que, a diferencia de los demás trabajadores, a los policías nos son negados. La página de nuestra Asociación Profesional (APROPOBA) da cuenta de ello en abundancia.
Pero entendemos sinceramente que este no es tiempo de exteriorizaciones; los reclamos deberían canalizarse exclusivamente a través de las entidades en las que el personal confíe. Es tiempo de trabajar a destajo, es tiempo de pedirles a los representantes del pueblo más entrenamiento, más equipamiento y armamento adecuado. Es tiempo de recuperar la calle.
Es un gran desafío el que tienen por delante los policías en actividad. Ojalá que una vez más la fuerza esté en aptitud de afrontarlo.
Jesús Evaristo Scanavino
Secretario de Organización de APROPOBA