Cuando Sol Iannuzzi (18) y los voluntarios de la Organización Mi Fiel Amigo que la acompañaban esa jornada de castración en Moreno, provincia de Buenos Aires, creyeron que el día dedicado a los animales había llegado a su fin, una imagen desgarradora pero que se sigue viendo en muchos barrios de nuestro país, los obligó a detener la marcha del auto que los llevaba de vuelta a casa. “Nos cruzamos con lo que pensamos que era un galgo cachorro de pelaje atigrado comiendo de la basura. Nos bajamos del auto y cuando nos acercamos no podíamos creer lo que teníamos frente a nosotros: la piel completamente destruída, sangre, heridas por todo el cuerpo y un corte profundo que se extendía de la comisura de la boca hasta el cuello. Así encontramos a Génesis, en el peor de los estados, desnutrida y al borde de la muerte”, recuerda Sol.
Intentaron alzarla y los gritos desgarradores del animal les indicaron que estaba sufriendo y necesitaba atención veterinaria urgente. El olor que despedía su pequeño y encogido cuerpo era nauseabundo: las lastimaduras que tenía estaban infectadas y supuraban ante la mínima presión. “Seguramente A Génesis la usaban para carreras. El lugar donde la encontramos es zona de galgueros, creemos que ella fue un descarte y que trataron de matarla pero ella corrió y se escapó”, dice con tristeza Sol.
Una vez en el consultorio supieron que Génesis no era un galgo cachorro, sino una hembra de dos años con una severa desnutrición; pesaba tan solo siete kilos y su cuerpo era del tamaño de un caniche. Además, se le diagnosticó demodexia, una enfermedad no contagiosa que se manifiesta con la caída del pelo y la inflamación de la piel y que, como ocurrió en el caso de Génesis, puede derivar en la formación de costras y pústulas sangrantes y que es muy común en animales estresados o deprimidos.
“La situación era crítica. Era tal el estado de la enfermedad de la piel que si la medicaban la perra corría el riesgo de sufrir una intoxicación a causa de su avanzada desnutrición. Por otro lado, si se le hacían baños de azadieno -una droga que se suele indicar para estos casos- tampoco era certero que tolerara el tratamiento porque las heridas quedarían completamente al descubierto y probablemente la perra moriría de dolor. Entonces el doctor que la revisó sugirió sacrificarla, su estado era muy delicado y cualquiera de las alternativas era muy riesgosa para ella. Pero nosotros quisimos darle una oportunidad y decidí hacerme cargo de su tratamiento y curaciones”, explica la joven estudiante de veterinaria.
De principio a fin
Paso a paso, así fue el camino que Sol y Génesis empezaron a recorrer con la esperanza de que la perra pudiera salir adelante. “Lo primero que hicimos fue darle vitaminas, buena comida y tratar sus heridas. La vendamos, le sacamos las costras, le hicimos baños y curaciones con un antiséptico y le empezamos a dar un medicamento específico para la demodexia. Además, le cambiábamos tres veces por día las sábanas donde se recostaba porque se le pegaban a su piel lastimada. Hasta que nos dimos cuenta que si le poníamos remeras de algodón que quedaran ajustadas a su cuerpito la recuperación era mejor”, aclara Sol.
Lograr que Génesis comprendiera que esos humanos solamente querían ayudarla fue el obstáculo más difícil de sortear. Tenía miedo, se escondía, agachaba la cabeza y evitaba cualquier contacto visual con las personas. Pero con el paso de los días se dio cuenta que podía finalmente bajar la guardia, descansar y dedicarse de lleno a su recuperación. “Pasó una semana y la mejoría era notable. Ya podía salir a caminar por el parque y, de a poco, empezó a animarse a correr y acercarse a los otros perros que tenemos en el refugio. A los quince días ya estaba corriendo por todos lados y buscando siempre un compañero de juego para pasar el rato”, dice Sol.
Ya en franca mejoría, a Génesis le llegó el momento de irse en adopción y no tardó mucho en aparecer la familia interesada en ella. Pero la mala suerte la perseguía. Quienes quisieron cambiarle la vida la descuidaron, no supieron atenderla y la demodexia volvió a aparecer. Desde Mi Fiel Amigo decidieron entonces retirar a la perra de la casa donde vivía y el animal volvió al refugio para iniciar, por segunda vez, un tratamiento para su castigada piel. Pero las circunstancias ahora eran diferentes: Génesis se había convertido en un galgo hecho y derecho, pesaba 15 kilos y tenía un espíritu luchador. “Convive con nuevo perros rescatados y en recuperación, igual que ella. Es buenísima, se lleva muy bien con otros perros y como es muy enérgica pensamos en un lugar con parque para ella. Es lo menos que se merece después de haber sufrido tanto. Contra todo pronóstico, Génesis se salvo… Y se transformó en una perra llena de amor para dar. Loca, atrevida, salvaje e indomable pero, sobre todo, feliz”, dice emocionada Sol.