Por Mex Faliero
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Desde diferentes lugares y con estéticas diversas, Lena Dunham con Tiny furniture y Xavier Dolan conYo maté a mi madre, aportaron a este festival dos miradas muy personales sobre la adolescencia y su forma de construir vínculos, especialmente con sus madres. Ambos dirigen, escriben y protagonizan films con particularidades que los unen: mientras ella convoca a su madre y su hermana para hacer de su madre y su hermana en la ficción, Dolan se pone en la piel de un personaje con mucho de autorreferencial. Y otra particularidad, la neoyorquina Dunham tiene 24 años y el canadiense Dolan, 21: esta es la mirada sobre la adolescencia actual a cargo de directores jóvenes, que están dejando atrás ese proceso y lo miran con cierto resquemor. Sorprende aún más, por ser protagonistas de historias demasiado cercanas a ellos, el alto grado de virulencia. Pero, por otra parte, demuestran que hasta el peor de los dramas puede disolverse en el ámbito de la comedia.
En el caso de Dunham, Tiny furniture es su segundo largo luego de Creative nonfiction. Dunham interpreta a Aura, una joven que acaba de recibirse y de romper una relación, lo que la suma en la incertidumbre sobre su futuro y la obliga a volver a la casa de su madre, para vivir junto a esta y su hermana. Tiny furniture es una típica comedia neoyorquina con lazos muy estrechos al cine de Woody Allen -incluso hay algunas referencias explícitas-, en esa habilidad para construir personajes entre la neurosis y la indolencia. Pero lo que sobresale es el nivel de violencia de los diálogos que mantiene con su madre, un personaje con el que no puede sino amarse a los golpes. Sin embargo, Dunham, autoconsciente, pone en evidencia la bipolaridad de su joven desdichada entre los malos amores, los malos trabajos y los malos vínculos.
En el caso de Dolan, Yo maté a mi madre es su primera película antes de Los amores imaginarios, que también se ve en el festival. Y a diferencia de Dunham estamos ante una voz que tuvo una muy buena recepción en festivales internacionales, que lo recibieron como el nuevo autor joven canadiense a tener en cuenta. Este film es otro retrato, en este caso más asfixiante y áspero, del vínculo entre un hijo algo inconformista y una madre bastante inútil. Hay cuestiones vinculadas con la sexualidad y lo social, pero básicamente es la relación difícil que se da entre ambos. En Dolan, Almodóvar parece ser una referencia más directa -la cual explotará en Los amores imaginarios– y también ciertos aspectos del cine experimental, en algunos editados que anticipan cada secuencia. Pero más allá de los reproches adolescentes, hay cierta honestidad en Dolan que lo aleja de la mirada simplista y lo complejiza.
Lo que se puede connotar al poner ambas películas en diálogo, es el hecho de encontrarnos con jóvenes que ven la etapa que acaban de dejar atrás con cierto dolor, con mucha crueldad, pero con amor, en definitiva. Fijarse cómo eligen ambos directores terminar sus películas, para darse cuenta que tras los alejamientos que padecen quieren acercarse, estar ahí, junto al otro. La más liviana Tiny furniture y la más densa Yo maté a mi madre son películas críticas de una etapa de la vida pero además valientemente autocríticas, y esto último es lo más interesante. Los directores nunca se victimizan, sino que se muestran en su histeria, su incongruencia, su bipolaridad. Dunham demuestra sus torpes berrinches en una genial escena donde tira algunas cosas de su madre que están sobre un mueble; Dolan con sus constantes peleas y gritos sólo busca comprender a su madre, quiere quererla pero entiende que es imposible.
Y lo más valiente de ambos es que sus películas no dejan de ser cómicas, no sucumben nunca ante la grandilocuencia trágica: entienden que la vida es esto que hay que aprender a sobrepasar, con sus sinsabores, sin esperar mucho más a cambio. Todo esto, claro está, teñido de la impetuosidad de la juventud. En ese choque entre la necesidad y la comprensión del mundo, hay algo luminoso que surge hoy.