“Si lo dejamos acá, este perrito se muere”, le dijo a su amiga mientras se secaba las lágrimas y se organizaba mentalmente para asistir al animal que yacía frente a ella y la miraba con el último aliento de vida. Era la víspera de Navidad de 2017 y Pía Lozano había viajado en auto hasta Pilar para visitar a unas amigas. Caía la tarde cuando finalmente se animó a preguntar dónde estaba ese perrito que deambulaba por la zona y del que le habían hablado ese día. Sin éxito, muchos habían intentado ayudarlo y algo en su interior le decía que tenía que verlo con sus propios ojos. “La imagen que vi me partió el alma en pedazos. Había estado dando vueltas por un country por tres semanas. Invisible para algunos pero no para otros, lo llevé directamente al veterinario. El panorama fue totalmente desalentador: nos dieron pocas expectativas, algunas medicaciones y dijeron que pase el fin de semana y vamos viendo“.
Para Pía era todo un desafío. Siempre había transitado y rehabilitado a gatos de todas las edades, pero jamás lo había hecho con un perro. “Cuando llegamos a casa, lo primero que hice fue bañarlo, era tal el abandono de este perrito que no podía dejar de llorar pensando cómo nadie lo había ayudado antes. Los primeros días fueron muy duros. Le tenía que dar de comer cada dos horas en la boca y cambiar los paños donde se acostaba porque estaba tan débil que había dejado de caminar y hacía sus necesidades en el piso”, recuerda Pía que es integrante de
Bicho Feliz, una Asociación Civil que ayuda a animales en situación de calle con el objetivo darles tránsito y recuperarlos para que luego puedan ser adoptados responsablemente.
Los médicos calcularon que tenía alrededor de un año, pesaba tan solo 4.300 kg, estaba desnutrido, deshidratado y con un cuadro extremo de sarna sarcopática -una enfermedad cutánea ectoparasitaria contagiosa y que cursa con un prurito intenso, falta de pelo y una reacción inflamatoria severa-. “Me dijeron que jamás habían visto semejante estado de abandono. Tenía costras por todo su cuerpo y una franja de pelo largo le cubría el lomo, era lo único que tenía de pelo. Pasaron cinco días y le sacaron sangre: no tenía ningún valor normal, anemia, hígado y riñones en pésimo estado y, para completar el cuadro, había bajado un kilo en esos días en casa. Transfusión no querían hacer porque tenían miedo de que no lo resistiera. Nadie me lo iba a querer internar, sólo restaba pasar el día a día y ver si quería vivir. La cosa estaba complicada, pero él seguía luchando así que yo también. Le puse Hércules en honor a su espíritu luchador“.
Carne picada, pollo y morcilla: esa era la dieta que Hércules seguía para ganar peso y poder resistir el tratamiento contra la sarna que le estaban haciendo. Estaba dolorido, molesto, prácticamente muerto en vida, pero entendió que en la casa de Pía estaba teniendo una segunda oportunidad y se entregó a su suerte. Para la tarde de año nuevo, ella le armó un corralito y lo bajó al living de su casa con el resto de los animales; hasta entonces había estado en el cuarto de su rescatista y siempre bajo su supervisión. “Ahí mejoró muchisimo, creo que el contacto con otros animales le hizo muy bien. Unos días después empezó a moverse, se paró con dificultad y lo escuché ladrar por primera vez. Despacito iba recuperando las fuerzas”.
Así pasaron los días y, poco a poco, Hércules fue mostrando una franca mejoría. Mientras, el lazo con Pía se hacía cada vez más fuerte. “Nuestra conexión fue muy especial desde el principio. Yo dormí un mes en el sillón al lado de él cuando estaba ya caminando pero, como no tenía fuerza aún, y en mi casa hay escaleras, no quería que se lastimase así que lo vigilaba de cerca”.
Cuando Hércules tuvo el alta no tardó demasiado en adoptar sus propias rutinas junto a Pía. Pasea tres veces por día, juega con los gatitos que ella tiene en tránsito, los fines de semana va a la plaza y es el mimado del edificio. “Ahora está impecable, come su balanceado para perros adultos de tamaño mediano, tiene sus premios, ya tiene sus primeras vacunas y estamos esperando unas semanas para su castración”. El círculo necesitaba ser cerrado y entonces Pía tomó la decisión final y quiso que Hércules pasara a formar parte de su hogar. “Tenía miedo de que nadie pudiera quererlo como lo quiero yo y todos en mi entorno me apoyaron para hacer la adopción más facil. Todos querían que Hércules se quedara en casa. Hércules nos enamoró a todos y creo que sabíamos desde el primer día que íbamos a terminar juntos”, concluye con una sonrisa que ilumina su rostro.
Por: Jimena Barrionuevo – La Nación