Con la inmortal figura de Alberto Sordi como estandarte, Un burgués pequeño pequeño se convirtió en una de las gemas de la carrera del director Mario Monicelli. El comediante es uno de los pocos actores en la historia con cuya presencia se puede lograr darle volumen a un personaje tan insignificante: se verá este viernes a las 19 en la Sala Nachman (Boulevard Marítimo 2280).
Sordi es acompañado aquí por Shelley Winters y Vincenzo Crocitti. En el film, interpreta a un modesto funcionario público que está próximo a la jubilación y que ingresa en la logia masónica a la que pertenece su jefe para ganarse su respeto. También lo hace para que su hijo entre a trabajar en el mismo ministerio que él. Sin embargo el destino mete su cola en forma de tragedia: la muerte del hijo.
El ritmo de la película estará marcado, desde entonces, por las reacciones, motivaciones y transformaciones psicológicas de este hombre. Y, a su vez, el personaje estará conducido por la magistral interpretación de Sordi, quien aporta su estampa entre graciosa y patética para construir a uno de esos personajes típicos de la etapa posterior al milagro económico de Italia.
Un burgués pequeño pequeño es una obra típica de esa etapa del cine italiano, la cual escondía detrás de su carisma una cuota de acidez absoluta sobre la forma que estaba tomando la construcción de poder. Como siempre, la mirada era contra el capitalismo y la exacerbación de lo material. Las consecuencias las viviría el propio cine italiano, muchos años después.
Pero, además, es una película para disfrutar a uno de los máximos actores que ha dado el cine italiano en toda su historia. Su rostro es el del payaso triste, pero sin la explicitación de la melancolía. Sordi era capaz de divertir y hacer sufrir, como Sandrini, pero mucho más crítico y cuestionador de la idiosincrasia de su país.
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