Podriamos estar hablando del espectro de aquella mítica Lista 3 que el radicalismo impuso en los albores de la democracia ahora que muchos correligionarios se aprestan a encarar el 2023 con ambiciones de fuste. Los radicales hoy tienen -después de mucho tiempo- candidatos competitivos en todos los distritos grandes del país e incluso en varios de ellos (Mendoza, Santa Fe y Córdoba) ocupan un espacio que el PRO deja vacío. A esta altura de la carrera electoral, sería imposible pensar que el radicalismo no integre la fórmula presidencial de JxC más allá de las profundas contradicciones identitarias que ostenta el frente opositor. Pero no, no es este posible resurgir de las boinas blancas (que tampoco son muy vistas en la estética de JxC) lo que motiva el título de esta columna.
Por el contrario, la última aparición con vida de “la gloriosa lista 3” -en las elecciones del 2003 cuando Leopoldo Moureau hizo poco mas de 2 puntos – convoca a reflexionar en ese museo de novedades que es el futuro, la encrucijada más profunda y menos verbalizada que enfrenta el peronismo bajo su actual camuflaje frentetodista en el trance de la votación del (nuevo) acuerdo con el FMI.
El radicalismo, por el contrario, a duras penas ha conseguido ser parte de un dispositivo de poder después de la caída de Alfonsín renunciando a protagonizar con su identidad los espacios políticos que integró al punto que hoy puede verse en las redes candidatos que se reivindican alfonsinistas y que integraron en la última elección la boleta de JxC. Podría reprocharse a esta lectura el soslayamiento a De la Rúa. Pues bien, la Alianza fue una identidad mayor a la del propio radicalismo (y si se quiere una simplificación que permita una analogía urgente, sólo fue la expresión del antimenemismo) y sólo le generó al partido mayor costo frente a la sociedad al punto que marcó el inicio de la diáspora institucional del mismo.
Esa deflagración del radicalismo debería ser suficiente faro para que el peronismo frentetodista asuma lo que está en juego en los próximos días. Alfonsín, en aquellos días que la crisis económica aceleró la licuación de su poder político, no renunció sino que “resignó” la presidencia según sus palabras por cadena nacional marcando en la diferencia semántica el peso de un fracaso que no sólo lo estamparía a él. El sentido común colectivo parió en aquel tiempo el mantra de “los radicales son honestos pero no saben/pueden gobernar”. El helicóptero de diciembre del 2001 imprimió a fuego en imágenes que aún invocan temores.
La secuencia acelerada con la renuncia de Máximo Kirchner a la presidencia del bloque oficialista no puede, a pesar de su alto impacto, abstraer al kirchnerismo del costo de lo que venga. Ni del acuerdo ni de un eventual default. Todas las falencias del dispositivo político nacido en mayo de 2019 se resumen en esta votación y ninguna de las mismas parece con chances de ser conjuradas después del resultado legislativo del acuerdo, salvo un desconocimiento frontal e institucional a la legitimidad del Presidente para conducir el mismo.
Es cierto que existe en la base monolítica del kirchnerismo un sentir que puede ser interpretado por la carta de renuncia de Máximo, también es cierto -porque las recientes elecciones así lo han demostrado- que tal sentir no expande su intensidad más allá de los límites de una militancia organizada, quizás efectiva para la calle, pero no para las urnas. Una de las falencias que nacen en el 2019 y que rebota constantemente en los últimos días a modo de “comprensión” de la crisis interna es la falta de los ámbitos institucionales de discusión del frente…bienvenidos al peronismo.
El reverso de esa moneda será la crueldad con que se repartan los costos de la próxima crisis del gobierno. En el medio, está “la gente” que votó a este gobierno porque pensó que el peronismo le iba a devolver lo que el macrismo le prometió y no le dio -e incluso le sacó-.
Ojo, que si este zafarrancho que todo el peronismo está haciendo frente a los ojos de sus votantes termina mal, lo que está en juego no es el legado de nadie, sino la pérdida de fe en el peronismo como intérprete central de las clases populares en la Argentina. Hoy la “república” se la distribuyen los Macri y las Carrió. No sea que la “justicia social” se la quede un twitero o un youtuber bien entrenado.
El fantasma de la lista 3 le habla al peronismo desde aquellos lugares desde dónde no se vuelve.
Por Pablo Cano
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