Arte y Cultura, Teatro

CRITICA – El bululú: en el nombre del Padre

Por Virginia Ceratto

Para los memoriosos y para empezar, que alcance con saber que si se tratara de música -y en cierto sentido lo es, porque es poesía- sería algo y mucho más que un cover: los que tengan en la (bendita) memoria aquel unipersonal de José María Vilches, deberían (deben) entrar en la sala sin miedo, porque esta versión de El Bululú de Osqui Guzmán y Leticia González de Lellis, dirigida de manera impecable por Mauricio Dayub e interpretada -de manera exquisita- por el mismo Guzmán, le hace honor al verbo recordar, esto es, “pasar dos veces por el corazón”.

Aquí, lo que se vuelve a pasar por el alma es la poesía, es la delicia de la magia de la palabra hecha escena, que se vuelve pura ceremonia de devoración. Digo: comunión pagana. Digo: Teatro.

Con finísimas puntadas de sastre, haciendo uso del correlato dizque biográfico al que apela el actor, Guzmán va entrecosiendo aquella finísima tela vilcheana con los retazos de su propia travesía, a partir de un primer enamoramiento de la interpretación original. Y lo hace de manera tan sutil y a la vez desembozada, desenmascarando el artificio a cada paso, que la evocación recreada resulta de una originalidad tal, que la puesta es a la vez acto fundante y homenaje.

El histrionismo puesto al servicio de los versos del siglo de Oro español, combinado con la recreación de un Lorca en fantástica versión andina (tal vez, ese Romance de la Luna sea uno que los amantes de la poesía “dicha” no podamos olvidar), se cruzan con la pantomima y la delicada expresión para lograr un resultado sutil -y claro-, contundente: la pasión, en el sentido etimológico de lo que no se puede evitar, denunciada por este actor desde el comienzo del unipersonal, se promueve, se expande, se contagia.

Y el espectador, tanto aquel que tuvo el privilegio de amar a Vilches como el que no, no puede sustraerse al encantamiento de la función.

Y es por eso que, a pesar de la inevitable evocación, aquí no caben comparaciones sino que lo único aceptable es el reconocimiento de la herencia y de lo que se ha hecho con ella. Un espectáculo.

Osqui Guzmán brilla por sí mismo, y lo hace, generosamente, en el nombre del Padre.

Imperdible.

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