Por Mex Faliero
La tercera jornada del MARFICI continuó con la tónica que se viene manteniendo desde el sábado: tranquilidad absoluta, total ausencia de histeria y un clima como de encuentro algo minimizado por la ausencia de visitantes o de actividades por fuera del hecho de ver películas. Eso sí, se ajustaron los relojes y las funciones comenzaron en los horarios previstos, a diferencia de los primeros dos días en los que hubo algunos retrasos, lo que señala que la organización se mueve en pos de solucionar algunos inconvenientes. Desde lo personal, nos acercamos nuevamente al documental, con tres propuestas bien diferentes pero que permiten vislumbrar dos posibilidades del género: la curiosidad ante lo desconocido y el acercamiento al hecho artístico.
Antes que nada, hacer mención a algo que nos olvidamos de señalar. Toda una experiencia resulta en la previa a cada película una publicidad sobre servicios para discapacitados, una pieza de involuntario humor que simulando la estética del videojuego quiere dar cuenta de las dificultades que tienen que superar las personas con discapacidades. La propaganda es fea estéticamente y, además, mueve más a la risa que a la generación de conciencia. Y hablando de experiencias, el compañero David Pafundi se entretuvo en el Radio City mirando una paloma que sobrevolaba la sala. Tal vez sea parte de la experiencia del cine independiente.
En cuanto a lo observado este lunes, empecemos con Under control, documental alemán de Volker Sattel, seguramente lo más interesante del día y de lo que hemos visto de la Competencia Oficial hasta ahora. Reconozco y me confieso que salí no demasiado convencido con este trabajo, pero que con el correr de las horas su presencia se ha hecho más gigante. Básicamente el film pone en cámara a los responsables de una central nuclear alemana, la “más segura del mundo” como corresponde al orgullo germánico. Alejado de cualquier vicio de documentalista moderno, Sattel mueve la cámara en lentos travelings y la deja fija en muchos pasajes. Tampoco, salvo un ligero tramo, utiliza música: lo que se escucha son los múltiples sonidos de las máquinas que componen la central nuclear. ¿Dónde está el acierto de este documental entonces? Pues que en tiempos de conciencia ecologista, Sattel logra tomar distancia y deja el horror ante el holocausto nuclear en fuera de campo; que si de repente aparece subrepticiamente, es gracias a la fusión entre los testimonios, los sonidos y los hipnóticos travelings. El director logra mostrar, sin subrayados de ningún tipo, las contradicciones de una industria que surgió como una posibilidad de hallar la paz mundial, y que en la actualidad es la bomba de tiempo que todos tenemos sobre la cabeza.
Under control es el documental inspeccionando un territorio ajeno como es el de la ciencia. Pero ya en los terrenos conocidos, los del arte mirando el arte, tenemos Who is Harry Nilsson (and why is everybody talkin’ about him?) del reconocido documentalista norteamericano John Scheinfeld, de quien en la Argentina se vio por ejemplo The U.S. vs. John Lennon. Otra aclaración de este cronista: hasta antes de ver este documental, conocía de Nilsson lo básico, algunas de sus canciones y no mucho más. Pero Who is Harry Hilsson… resultó un documento interesante para acercarse a un artista mucho más complejo que lo que sus canciones melódicas y simples podían hacer creer. Con exceso de busto parlante (hay apariciones de gente como Brian Wilson, Yoko Ono, Ray Cooper, Eric Idle, Al Kooper, Randy Newman, y Terry Gilliam, entre otros) y un estilo televisivo que no lo aleja demasiado de un E! True Hollywood history algo más sofisticado y menos sensacionalista, el trabajo de Scheinfeld tiene a su favor algo de lo que se habla al comienzo: la gente conoce o no conoce a Harry Nilson, y eso convierte a su documental en un terreno fértil para sorprenderse a cada paso. Tipo tan talentoso como conflictivo, este ex empleado bancario se codeó con The Beatles, quienes lo reconocían como uno de los mejores artistas del mundo. Sin embargo, su carácter lo alejó de ser el número uno que podría haber sido. Si bien el director se vale de las definiciones de sus amigos y conocidos, y no tiene ningún dato propio para aportar, ese “decir popular” sobre la vida de Nilsson refuerza la identidad de ilustre ignoto con la que transitó su vida, donde todo puede ser verdad o parte de la leyenda. Con problemas familiares y adictivos, Nilsson tuvo una conducta autodestructiva que lo llevó a morir joven. El trabajo de Scheinfeld llega a ser tan exhaustivo a la hora de transitar cada momento de la vida artística de su objeto de estudio, que uno llega a emocionarse con el final, como si estuviera viendo un melodrama. De hecho, la vida de Nilsson es buen material para un biopic hollywoodense, con sus descensos, ascensos, avernos y paraísos perdidos. Un documental que no innova desde la forma, pero que tiene un personaje interesante para desarrollar.
Otro documental sobre el arte es Liniers, el trazo simple de las cosas, de Franca Gabriela González: que, aclaremos, ya tuvo estreno comercial en Capital Federal. Me gustan mucho Liniers y su arte, su humor algo naif y sus ideas entre poéticas y reflexivas, su universo adorable y que, de tener textura, esta debería ser la de esos copos de algodón que venden en el centro. Pero sin embargo, este trabajo que busca indagar en el proceso creativo de Liniers es un producto tan simpático como menor. En primera instancia, González se encuentra con que al dibujante mucho no le simpatiza la idea de un documental centrado en su figura. Pero, con su visto bueno, lentamente la cámara se acerca a él y logra sacarle alguna definición. El problema fundamental de Liniers, el trazo simple de las cosas es precisamente eso, “el trazo simple”. Si bien el universo del dibujante es rico, su vida interior ya sea por su reticencia a decir o porque no hay mucho más para contar, carece del vuelo que necesita un documental para justificarse. Este documental existe, sólo por la persistencia de su autora y por su empecinamiento en creer que allí hay algo más de lo que realmente hay. A esto, se suma una pesada voz en off de la realizadora, bastante acartonada y pretenciosa, que busca rellenar. Otra vez, explicar lo que no tiene explicación. Lo que queda claro es que Liniers es sí un tipo inteligente, ocurrente, divertido, gracioso, que su arte es intransferible porque tiene su misma textura. Si hasta uno se tienta de decir que es un tipo macanudo. Pero no lo hace para no quedar, en definitiva, tan obvio.