Por Stella Alvarado (*)
En esta época donde se advierte una indetenible descomposición social, en que florece el culto a la juventud y a los cuerpos perfectos, donde la corrupción del lenguaje es muy evidente y las llamadas revoluciones sexuales y sociales son en realidad movimientos retrógrados; este tiempo terrible en que proliferan el culto a la genitalidad, el endiosamiento periodístico de la mediocridad, la proclamación de la frivolidad, la investigación de lo insignificante; un mundo donde todos opinan pero nadie realmente sabe, época de una sociedad hipócrita y negadora que se regodea en utilizar expresiones escatológicas para referirse a sus congéneres…. es obvio que los símbolos del saber y del conocimiento han sido reemplazados -si cabe esta palabra- por otros, sumamente siniestros. Banalización, decadencia, destrucción, involución, desvirtúan el objetivo de “ser humano”.
Ciertas experiencias cotidianas nos exhiben como seres indefensos ante un silencio que se acrecienta frente a la tensa experiencia de una crueldad que nos aproxima a las zonas de banalización de la vida, es decir, al feroz espectáculo de la degradación humana.
En un mundo que actualmente sobredimensiona el éxito, el poder y la fama nadie se atreve a denunciar el enfermizo estado de indefensión al que nos enfrentamos.
Al permanecer en la oscuridad del autoexilio, en medio de la vorágine humana, de la confusión emocional, de la desesperación y del horror, del reflejo del caos, de la salvaje farsa, del desgarrador circuito vital de una sociedad alienada, es preciso construir un espacio propio frente a las estructuras del drama urbano y provocar el cuestionamiento de ese espacio de sociabilidad en una sociedad que ya perdió la capacidad de mirar de frente sus propios sentimientos.
(*) Poeta, ensayista y periodista cultural, vive en Mar del Plata.