Hay que mensurar debidamente la preponderancia del factor suerte. Tras otro, el último empate, efusivamente festejado, quedan algunas reflexiones que se producen a través de los excesos de calificativos también inapropiados, que utilizan los periodistas deportivos, para referirse a una clasificación de octavos de final de la Copa Libertadores, en este caso Boca Juniors, su entrenador Carlos Bianchi y el jugador Riquelme que pasó de estar vacío y volver por la gloria del club que ama, para el cual juega los partidos que el físico le aguanta.
Pero cuando aparecen términos como mística y estirpe, estamos hablando de consagraciones, de los laureles obtenidos, sin reparar que Orión fue el verdadero sostén de la clasificación en esta serie, con intervenciones al borde de la providencia. Pero además, no es de todos los días que un defensor juegue al voley en su área y el juez y colaboradores ignoren un claro penal, que luego anulen un gol por un fuera de juego que no existió, que sólo unos minutos después Riquelme se haya vestido de “Manu” Ginobili, encestando un triple, cuando se sacó la pelota de encima, como se observa claramente en la transmisión televisiva. Después vino el blooper de Pato, cuando Orión ya había ido al otro palo. Todo jugando en tierra visitante.
Hay que inflar a Boca y tal vez los enviados especiales de los medios , justifiquen aquello de la mística y la estirpe del Virrey y el Topo en tierras brasileñas, en el barrio cuando se analiza todo el contexto de lo ocurrido se le llama de otra forma, como también se la denomina a la suerte pero de manera más vulgar.