Estas líneas desean reivindicar la figura de Daniel Alberto Passarella, uno de los mejores defensores de la historia del fútbol mundial, y repensar con los lectores el porqué del ninguneo dirigencial en el video que River Plate realizó para conmemorar sus 120 años de vida
“Passarella no necesitaba gritar ni pelearse con los rivales para imponer ciertas condiciones. Nada de eso. No sobreactuaba su liderazgo. Jugaba como si cada partido fuera la final del mundo”.
César Luis Menotti
La voz de Marcelo Gallardo pone en contexto la historia riverplatense mientras un centenar de viejas y no tan viejas fotografías le acarician el alma a sus hinchas, orgullosos pasajeros de una pasión inquebrantable. River Plate atesora en sus entrañas las gestas futboleras de sus héroes terrenales, dioses milagreros que visten una casaca blanca con una banda roja tatuada en el pecho. Allí, en ese video que describe los 120 años de vida de uno de los clubes más populares del planeta, están todos, o casi todos.
Alguien decidió omitir deliberadamente a Daniel Alberto Passarella, ignorar su historia, su gloria, sus hazañas y sus títulos como futbolista y entrenador. Indudablemente su fracaso presidencial, descenso incluido, fue el pretexto perfecto para desterrar del mundo River al “Gran Capitán”. Quien escribe esta crónica, un ferviente simpatizante de San Lorenzo de Almagro, entiende, por obvias razones, el sentimiento del hincha que ha sufrido la pérdida de categoría.
Estas líneas desean reivindicar la figura de uno de los mejores defensores de la historia del fútbol mundial. Cesar Luis Menotti lo ubicó por encima del alemán Franz Beckenbauer y pondera hasta el cansancio su avasalladora personalidad dentro de una cancha.
“Passarella quizás no era tan fino ni elegante, pero en el uno contra uno fue incomparable. Hasta despertaba temor por la presencia que tenía. Y por todo lo que ponía adentro de la cancha. Porque siempre me quedó la impresión que nunca se guardó nada. Ni en los entrenamientos, que incluso había varios compañeros que preferían no tenerlo enfrente porque le temían, ni en los amistosos. Dejaba todo. Pero todo. Y sin levantar la voz, a pesar de su liderazgo”.
El enorme Osvaldo Soriano narró en uno de sus cuentos que cuando subía a cabecear en los corners o en los tiros libres, se daba cuenta hasta qué punto el arco se ve diferente si uno es delantero o defensor. “Aun cuando se esté esperando la pelota en el mismo lugar, el punto de vista es otro. Cuando un defensor pasa al ataque está secretamente atemorizado, piensa que ha dejado la defensa desequilibrada y vaya uno a saber si los relevos están bien hechos. El cabezazo del defensor es rencoroso, artero, desleal”.
Mi infancia de pueblo atesora la imagen inconfundible de un zaguero que trotaba cual quijote en búsqueda del área rival para meter un cabezazo artero, rencoroso, desleal, goleador. Recuerdo que la cámara de la tele blanco y negro siempre hacia primer plano en su rostro y los relatores con énfasis puntualizaban un inolvidable: “va Passarella a cabecear”. Los ojos entreabiertos, la mirada puesta en la pelota y un bigote flaco apenas dibujado debajo de la nariz lo convertían en un superhéroe apaleado dispuesto a concretar la venganza.
A mis diez años de edad, la figura de Passarella yendo a buscar un centro era sinónimo de gol o peligro de gol. Reaparecen en mi memoria aquellas imágenes de un valiente capitán luciendo apenas una humilde cinta negra en su brazo izquierdo, lejana a las multicolores y muy marketineras que ostentan los futbolistas de estos tiempos.
El periodista marplatense José Luis Ponsico, uno de mis maestros en esta bellísima profesión, desentraña desde su magnánima virtuosidad periodística las innumerables cualidades de Daniel Passarella.
“Daniel es para mí por calidad, cabezazo, pegada y temperamento, el mejor 6 de la historia. Lo equiparo con Federico Sacchi, con el tucumano Albrecht, pero Passarella fue dos veces campeón del mundo. Además es uno de los pocos que fue campeón como jugador, como entrenador y como presidente. Descendió es cierto, pero logró el título al año siguiente en el Nacional B. Para mi está entre los diez mejores jugadores de la historia. Cronológicamente en la primera tanda de cinco ubico a Di Stéfano, Pelé, Cruyff, Maradona y Messi. Luego vienen Puskas, Sívori, Beckenbauer, Passarella y Platini”.
Pipo Rossi lo hizo debutar el 23 de enero de 1974 en un Superclásico en Mar del Plata en el añorado Estadio San Martín.
–Pibe, ¿se anima a jugar contra Boca? Preguntó Pipo Rossi
– ¿Yo? Sí. Hay que ver si usted se anima a ponerme… Respondió el pibe.
“Del debut recuerdo que entré a la cancha súper motivado. Me tocó marcar a Mané Ponce, al que ya lo conocía por jugar en contra de él en un partido entre Sarmiento de Junín y la Selección. Me eligieron como el mejor jugador del partido. Me separan para hacer una nota para la televisión; cuando voy a hacerla, Pipo Rossi me dice: “¿Qué va a hacer? Fue un partido bien, tiene que jugar diez años así. Me agarró del brazo y me llevó dentro del vestuario”.
River y Boca igualaron 0 a 0 y los Millonarios alistaron a Fillol; Zuccarini, Wolff, Pena y Passarella; Juan José López, Merlo y Alonso; el Heber Mastrángelo, Morete y Vitrola Ghiso. Después entraron Di Meola y Carranza. El Boca de Rogelio Domínguez, en tanto, formó con Sánchez; Pernía, Mouzo, Iglesias y Tarantini; Benítez, Trobbiani y Carregado; Ponce, Potente y Ferrero.
Ponsico también recuerda aquel auspicioso debut del pibe nacido en Chacabuco, forjado en Sarmiento de Junín, consagrado en la zaga riverplatense.
“Con Juan Carlos Morales estábamos en una de las cabinas de transmisión del San Martin y en la primera jugada nos quedamos asombrados. El pibito, un desconocido de flequillito y cara de malo, le salió al cruce a Mané Ponce, le ganó la pelota, enganchó, lo hizo pasar de largo y se la dio a Merlo. Un crack”.
El Gran Capitán, uno de los superhéroes de mi infancia, el que ganaba siempre de cabeza en el área rival, jugó dieciséis años mucho más que bien, hasta que otra vez en un superclásico, un 27 de julio de 1989, el árbitro Juan Bava, el mismo que le había quitado la posibilidad de marcar su gol número 100 en River, lo expulsó por agredir a un adversario. Piñazo del Murciélago Graziani a José Tiburcio Serrizuela, alguien protesta, es él, y ese grito es el prefacio del adiós, el final de una carrera excepcional.
Luego fue un exitoso entrenador de su querido River hasta convertirse en el técnico mundialista de la Selección Argentina en Francia 1998. El líder indiscutido del equipo del Flaco Menotti en 1978 se soñó presidente del Millonario y consumó su utopía ganando las elecciones en 2009. Passarella había superado por solo seis votos a su principal competidor, Rodolfo D´Onofrio. El 26 de junio de 2011 el fatídico gol de Guillermo Farré, mediocampista de Belgrano de Córdoba, selló el descenso de River y catapultó a los abismos del mismísimo infierno la brillante trayectoria de uno de los más importantes defensores del fútbol internacional. Sus detractores, además, nunca le perdonaran su pasado xeneize de infancia pueblerina, ni sus errores, ni sus caprichos dirigenciales que aceleraron un doloroso desembarco a la B Nacional.
El káiser había caído en desgracia y su parábola deportiva lo arrastró a la más dolorosa indiferencia. En 1974 en una nota de la Revista El Gráfico le confesó al periodista Carlos Ares uno de sus sueños.
«Es una cancha que no puedo saber bien cuál es. No se parece a ninguna. Es impresionante, redonda, repleta de gente. De pronto aparezco yo por un túnel, con la camiseta de River y la pelota bajo el brazo. Hay una explosión, llueven papelitos, cantos. Atrás mío aparece el resto del equipo y saludamos con las manos en alto a todas las tribunas. Me sacan como mil fotos, hago jueguito y al final empiezo el partido.»
La vida de Daniel Passarella es, según sabia definición de Ponsico, cinematográfica. Es más, el periodista marplatense, un incansable restaurador de sueños, cree que el bravío zaguero zurdo posee el corazón valiente de William Wallace, héroe nacional escocés que participó en la Primera Guerra de Independencia, quien junto a Andrew de Moray, aplastó el 11 de septiembre de 1297 a los ingleses en la batalla del Puente de Stirling.
“Me duele mucho la omisión deliberada de la gente que conduce hoy a River que no incluyó a Daniel Alberto Passarella en el video institucional de los 120 años de vida del club. No se puede negar la gloria y la historia de un jugador fundamental en la obtención de tantos campeonatos. Pero en River hay antecedentes de dirigentes que no supieron estar a la altura de los acontecimientos. En diciembre de 1959 le mandaron un telegrama a Ángel Labruna diciéndole que no le renovaban su contrato y en 1968 Amadeo Carrizo se fue a Colombia sin ninguna despedida oficial”.
Pasan los años pero aún retengo en mi memoria de pibe la enorme figura de un guerrero invencible, un defensor que trotaba cual quijote en búsqueda del área rival para meter un cabezazo artero, rencoroso, desleal, goleador. Los ojos entreabiertos, la mirada puesta en la pelota y un bigote flaco apenas dibujado debajo de la nariz lo convertían en un superhéroe apaleado dispuesto a concretar la venganza.
Escribo estas líneas para reivindicar su historia, su gloria futbolera. Deseo que el tiempo redima la pena, que la racionalidad atempere los enojos y que un día, cualquiera de estos, Daniel Alberto Passarella aparezca por el túnel del Monumental con una pelota bajo el brazo. Hay una explosión, llueven papelitos, cantos, le sacan mil fotos, hace jueguitos, saluda. Entonces, por fin la grandeza riverplatense lo acoge en sus brazos, juntos lamen sus heridas y su foto, otra vez, será una más, y él uno más de esos héroes terrenales, esos dioses milagreros que visten una casaca blanca con una banda roja tatuada en el pecho.
Mario Gianotti
loquepasa.net