LUCIDEZ TEATRAL EN A/PUESTA BRILLANTE
Por Virginia Ceratto
(especial para Mdphoy.com)
Al final de una formidable serie inglesa, “River”, que lamentablemente la plataforma descontinuó, el epílogo advertía que la calidad de vida de un país se podía medir viendo cómo se los trataba, o destrataba, a los pacientes de salud mental. Y agrego una cita de Julian Beck, fundador de The Living Theatre: “los artistas son las antenas de la especie”.
Pues vean “Perdida Mente”. Si no tienen ganas de leer más, alcanza con esto. Y además, y a pesar de los pesares, se darán el gusto de pensar y repensar ciertos puntos que nos llevan a fracasar, por no resueltos, como sociedad, desde un libro -Mariela Asensio, José María Muscari- y dirección -Muscari- en clave de comedia. ¿Comedia dramática? Sí, porque se juegan los vínculos familiares, la salud mental -patologías y adicciones-, la soledad, la nula movilidad de las clases sociales y la Justicia. Y el fracaso que aún en este Siglo XXI, al menos en estos lares, brilla sin respuestas.
No es un hallazgo que sorprenda gratamente un libro de Asencio y Muscari, ambos con impecables cartas credenciales. Ni lo es, ese cuidado, obviamente cuidado al extremo -a juzgar por ciertas referencias que seguramente cambian con el correr de los días presentes- de José María Muscari, quien, desde aquella presentación en Mar del Plata con la otrora puesta innovadora que revitalizó lo mejor del under en “Mujeres de carne podrida” –en la que supo llamarse Sala Nave, en el Auditorium-, pasando por obras que podríamos llamar clásicas, como “Ocho mujeres”, no ha dejado congratularse con ese público estrictamente de teatro que lo sigue más allá de sus intervenciones mediáticas, que a esta altura, podría no tener. No le hace falta.
No contaré de qué va. No contaré el argumento, la trama. No obstante escribo que si alguien quiere asistir a una obra en la que la reflexión y la emoción van juntas, en la que podemos vernos reflejados todos: madres, hijos, hermanos, cuerdos (si alguien lo está que levante la mano y avise), pobres, ricos y representantes del Poder Judicial, que no dude, que vaya.
A la medida de su trayectoria, que sigue en alza -y lo escribo porque alguna vez dijo que un premio a la trayectoria era como una lápida- Leonor Benedetto da una “master class” en todas las instancias de su difícil rol, y acierta en las peripecias de su personaje tanto en la fortaleza de su investidura como mujer rica y de prestigio social, como en la desoladora fragilidad a la que se enfrenta inexorablemente. Leonor Benedetto cautiva. Imposible escapar de su imán. Y además, con algo de tragedia griega: la vemos en el traspié, asistimos a las distintas instancias del tiempo y a esa recuperación que se revelará al final… No digo más.
A la par, porque es otra gladiadora frente al público, Ana María Picchio, compone, logra, un personaje cuya convicción y fidelidad campean junto a su partenaire Benedetto y frente a las otras protagonistas y enamora a la platea, con esa fortaleza que impide caer en la resignación o el rol de la víctima a personajes como el suyo. Picchio, tu Shirley, Sirli… invicta. Un tesoro que ya querríamos tener jugando a favor.
Y sigo por orden de aparición.
Laura Espínola, suplente en la obra de todas las actrices, a quien tuve el placer de ver en escena en reemplazo de Patricia Sosa, que seguramente estará muy bien, salió la semana pasada e hizo su toro con una soltura admirable, porque captó, y también aquí hay mérito, otro, de Muscari, ese personaje medio repelente, con la ductilidad de una mujer que puede ser odiada y luego admirada, transitando esa condición inherente a la mayoría de los humanos: podemos ser villanos y, obvio, llegado el momento, no cruzar el límite.
Si hay amor, porque en esta obra se pone en juego eso que tantas veces falta. El amor.
Julieta Ortega se luce como actriz haciendo todo lo que está mal -desde el personaje, claro- y acusando el porqué de tanto resentimiento y superficialidad que se juegan cuando, sencillamente, y más allá de la realidad concreta, hemos ido a un diván por una sencilla razón: no hemos sentido que nos amaran, al menos no en los términos deseados. O en los que se pueden poner en la mesa cuando alguien crece a la sombra de una figura parental demasiado fuerte. Y en una sociedad en la que el perfil le ha ganado al usuario.
Karina K, impecable en esa especie de caricatura de una otra, la pobrecita, la que se disfraza de sí misma para sentirse alguien. Y en ella está ese detalle de lentejuela del under que tan bien maneja Muscari. Ese cachivache paradojalmente profundo. Su entrada con la música de Olé Olé es para un clip. Y aun conservando esa tesitura tan de Batato Barea, ese recorte explícito, no desentona, sino que aporta y suma a la complejidad de una obra que nos deja agradecidos y a la vez con ganas de preguntarnos… ¿Y por casa cómo andamos?
Imperdible.