Por Virginia Ceratto
Talentoso, multifacético -dramaturgo, autor, actor, bailarín-, otrora enfant terrible del under- José María Muscari presentó en Mar del Plata su obra Crudo, un unipersonal que es una especie de Muscari a la carta, de reality teatral, de Facebook o Twitter en vivo, en donde el personaje José María habla de todo y fundamentalmente, habla del amor: del amor que tuvo, del que tiene, del que necesita.
Para los que estábamos prendados con su visión sin anestesia de lo que pasa más allá de la escena, en aquellas puestas por demás artísticamente obscenas .literal y etimológicamente: lo que pasa fuera de escena- de Mujeres de carne podrida, Pornografía emocional, Catch, sexo en el barro, lucha entre chicas o Shangay– y no nos comemos -tal vez porque no vemos tevé a esa hora- su participación en Showmatch, tal vez este unipersonal pueda sonar, en una primera impresión, más suave.
Porque de José María ya (creíamos) lo hemos visto (casi) todo.
Y porque el formato que presenta la (siempre aparente, porque la puesta y el relato siempre implican una construcción) realidad desde la ficción ya ha sido explorada… recordemos, por dar un ejemplo cercano la frase de Flaubert: “Mademe Bovary soy yo”. Antes y después, abundan elogiosos (y no tanto) ejemplos…
Y sin embargo, como el nombre del espectáculo lo dice, hay en esto un plus, un “crudo” (como la carne cruda -trémula para un Almodóvar-). Y el crudo pasa por distintas travesías.
En una escena mediática en donde hay gordos que se exponen a bajar o no de peso ante las cámaras, mientras otros le confiesan su amor a su mejor amigo, y entre tanto otros bastardean a sus conocidos/colegas o lo que sea con lo que sea de su vida privada. En un Siglo XXI donde los realities ya casi nos aburren por sus repeticiones y en donde lo privado pasa a ser público no ya por la abusiva intromisión de la prensa sino por la expresa voluntad de quienes comunican cada depilación o desayuno de su cotidianeidad, José María se expone voluntariamente, y precisamente, para no ser carne del cañón ajeno y acuerda consigo mismo elegir qué es lo que quiere compartir.
En un tiempo donde -merced a la sagrada voluntad del Facebook- muchas veces el perfil le gana a la persona, José María amalgama con justo equilibrio su arte y su biografía, seguramente, porque su bio es su arte. Y en esto no hay contradicción posible.
Apenas un escritorio mínimo con una portátil, operada por su asistente y co-equiper o por él, un carrito de usos múltiples -guarda tutti o cocina-, un par de micrófonos, un escalador y una pantalla donde se reproducen videos o se amplifica el correo electrónico, son el soporte para que Muscari combine el recorte de su vida familiar con el show que brinda en la tele y sus gustos musicales -que son el correlato de lo que cuenta-. Y algo más. Porque están su familia, la perra y una relación obsesiva y virtual, pero hay más. Porque está Lady Gaga combinada con la rutina física. Y además, un agujero, un pedido de amor para este personaje, y desde este personaje ¿el del teatro? ¿el de la tele? ¿el real? ¿el que se inventa para Crudo? Poco importa.
Escribí que este crudo puede parecer más suave, pero… ¿es suave hablar de la necesidad de afecto? Gastamos fortunas en el diván para decir, después de mucho tiempo, que el rollo que nos lleva es que no nos sentimos amados. Y lo sabemos, el sentimiento real tiene mala prensa. Entonces ¿esto es light?
Muscari ya habló de casi todo -y creo que puede hablarnos de un poco más también-, ya desnudó picadoras de carne, abusos, clichés y desolaciones. Ahora tiene ganas y se da el lujo de hablar del horror vacui que produce una mitad de la cama vacía de amor, una necesidad de afecto, un sueño que está por cumplirse. ¿Es real? ¿Sus números de teléfono son los que aparecen en la pantalla? Poco importa. Lo traduce en un escenario y de una forma teatral. No sólo lo hace porque quiere, lo hace porque puede, y puede porque sabe. Y sabe porque siente.
Este Muscari crudo hace bien.