Conforme los nombres en danza, a estas alturas pocas dudas caben que la interna del peronismo se dirimirá entre Daniel Scioli y Sergio Massa. El primero, de familia radical, saltó a la fama en su calidad de motonauta y playboy mediático. Este lugar en el mundo de los famosos, le valió al corredor de lanchas sumarse a la política al ser invitado e impulsado por el entonces Presidente Carlos Menem, quien lo sumó a la militancia en plena simbiosis entre política y farándula. Scioli brindó su primer discurso en Mar del Plata, en un acto oficialista en el estadio Polideportivo. Primero cantó la marcha peronista Hugo Miguel Fontana, (hijo de Hugo del Carril), luego habló y debutó el propio Scioli y finalmente habló el Presidente Carlos Menem, quien llevó adelante una sonora arenga respaldando a su novel ahijado político entremezclando loas a Juan Bautista Alberdi.
El caso de Sergio Massa es menos azaroso. Este siempre fue un animal político y un militante de raza. Se formó e inició en la Unión del Centro Democrático fundada por Alvaro Alsogaray. Luego, en los años 90´ cuando se forjó la alianza entre liberales y peronistas en plena ola de privatizaciones y “relaciones carnales” con los Estados Unidos, el joven Massa dejó la Ucedé y se pasó a militar en favor de la posible candidatura presidencial de Ramón “palito” Ortega, a quien muchos veían como un probable sucesor de Carlos Menem. Desde entonces nunca dejó el rentable negocio de militar en el indecoroso movimiento justicialista.
Si bien para ser partidario de algo tan vago y genérico como el peronismo el único requisito válido es decir “soy peronista” (sin justificar ni fundamentar nada al respecto), va de suyo que ni Scioli ni Massa son de origen, ni cuna, ni tampoco por formación peronistas en absoluto. Y si por algo ambos se acercaron a ese partido, fue probablemente por la seducción que oportunamente les despertó el antiperonismo que paradojalmente estaba aplicando el peronista Menem durante su prolongado gobierno.
Fuera de lo que es estrictamente el peronismo, va de suyo que no habrá candidatos peronistas. Es por ello que dentro de los posibles nombres que suenan dentro del contubernio filozurdo FAP-UNEN-gendro (Sanz, Binner, Cobos, Carrió, Tuminni etc.) sobran socialistas, radicales e izquierdistas, pero poco y nada se aprecia de peronismo en stricto sensu.
Finalmente y para completar el rompecabezas político local, encontramos al insípido PRO, cuyo propietario, Mauricio Macri, también se formó políticamente en la juventud de la Ucedé. O sea que tampoco saldría de este emprendimiento porteño ningún candidato a Presidente que sea peronista (aunque Macri se rodee de varios de estos a los efectos de ampliar su base de votantes).
Luego, más allá de quién resulte candidato en cada espacio y de quién gane luego las elecciones nacionales, cabe concluir que no tendremos un Presidente peronista (ni siquiera aunque éste surja del mismísimo partido peronista). Este singular dato, en principio podría ser tomado como una buena noticia, de no ser por el hecho de que casi ninguno de los nombrados se comporta como alguien ajeno al peronismo. En efecto, tanto sea por el mero afán por captar votos como por confusión ideológica, nadie quiere distanciarse del estatismo económico, del discurso impreciso, del igualitarismo demagógico, del verso setentista y del muchachismo populista. Aunque con sus respectivos matices, todos los aspirantes con chances serias de ocupar el Sillón de Rivadavia en el 2015 no proponen nada alejado de lo que bien propondría un peronista de raza y de cuna, excepto por cierta prolijidad discursiva o por alguna verbalización abstracta abrevando a la moral y a la institucionalidad.
Confirmado: todo indica que en el 2015 gobernará un No Peronista, sin embargo no gobernará un antiperonista, y que un dirigente sea “anti”, técnicamente quiere decir que es “opuesto” o “con propiedades contrarias” a ese algo a lo que pretende oponerse.
Entonces, si el peronismo representa el estatismo, el aislacionismo económico, el colectivismo, el derroche, el resentimiento y la prepotencia, por ende cabría suponer que el antiperonismo sería su antítesis, es decir la restauración del sistema republicano, la promoción del mercado libre, el rescate de la propiedad privada y la reivindicación de nuestras mejores tradiciones e instituciones fundacionales y naturales. Pero nada de esto hay en los sedicentes opositores.
Si al país lo va a gobernar un presidente No Peronista pero alguien que no encarne el antiperonismo, esto podría significar quizás un avance, pero sería apenas un muy modestísimo comienzo.
Nicolás Márquez
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Si piensan que cambiando la “cabeza” del gobierno cambia todo.. se merecen la situación actual del país.
Qué mejor ejemplo que la Dictadura de los 70s, época desde la cual aún quedan _resabios_ en la policía, la _justicia_ y la política.
Si el cambio no es en el pueblo, NO-SIRVE!
Gracias Ignacio otra vez.