Este sábado, a las 17, en la librerìa Polo Norte (Constitución y O. y Gasset) Clínica de Novela I de Fernando del Rio. Charla sobre la reciente publicación de Chinardos. Acompaña Javier Chiabrando. Entrada libre y gratuita
¿Quién mató a Tsun? ¿Y por qué? Estas preguntas urgentes, en la mejor tradición del policial negro, hacen vibrar desde la primera hasta la última página de Chinardos. Pero a medida que avanzamos nos inquietan también otras preguntas: ¿cómo ponerle una camisa a un cadáver ya rígido? ¿Cómo castiga a los transgresores la mafia china en la Argentina? ¿Cómo se llevan los chinos con los gitanos? ¿Cómo suena un chino cuando dice en voz alta las palabras “Sos muy puta”? ¿Qué cosa es un otaku? ¿Y por qué los otaku usan seudónimo? ¿Cómo debe reaccionar un chino que se hace respetar, cuando alguien lo llama “sandalia de paja”? Y lo más importante de todo: ¿qué aspecto tiene Mar del Plata en abril?
La novela de Fernando del Río tiene esta rara y maravillosa cualidad: atrapa al lector por la curiosidad de saber qué pasó, pero también por la excitante certeza de obtener un acceso privilegiado a mundos ocultos. Desde los trucos secretos del oficio de funebrero hasta la vida sexual de los fanáticos del anime, Del Río conoce los recovecos del mundo que habitan sus personajes y está dispuesto a compartir su saber. En definitiva, Chinardos es una novela sobre la identidad: el inmigrante que debe hacerse una identidad y un lugar propios en la lejana Argentina que lo recibe, el “otaku” que elige una identidad alternativa en su personaje preferido, la adolescente en busca de su identidad sexual. Preguntas aún más interesantes que las nada simples respuestas.
Chinardos es la mejor introducción que conozco a ese subgénero que en pocos años se ganó un lugar de privilegio en el canon nacional: el policial marplatense.
Gonzalo Garcés
Chinardos, publicada por EDUVIM (Editorial de la Universidad de Villa María, Córdoba), es la cuarta novela de Fernando del Rio.
Nacido y criado en Mar del Plata, del Rio es periodista especializado en crónicas policiales y en su bibliografía aparecen, además, Que Así Sea (Ediciones B), Furca La Cola del Lagarto (Ediciones B) y El Geriátrico (Ediciones B), estas dos últimas en co autoría con Sebastián Chilano.
PASAJE DE LA NOVELA (CAPITULO 16 / PAGAR O MORIR)
“(…) No podía saberlo. Xi Kuoan no sabía nada sobre la mafia china ni los mensajes extorsivos. Solo que debían llevar un porcentaje de dinero a la escribanía.
Xi Kuoan no tenía idea que la mafia china puede ser cualquier cosa. Desde un chino vestido con saco blanco hasta dos pibes de una villa que cobran 500 pesos por disparar un par de tiros. O su propio sobrino. Es una cosa. Algo que sobrevuela por encima de los supermercados que tienen esas marquesinas berretas bancadas por Pepsi y que tienen nombres como “El Gran Dragón”, “La Muralla”, “Panda”, “Pekín” y todas las fases o colores de la Luna: “Luna nueva”, “Luna llena”, “Luna Menguante”, “Luna Roja”, “Luna blanca”.
La mafia china es un modo de vida. Estará quien diga que existen las tríadas y que en Perú se constituyeron más fuertes que en cualquier otro lugar de Sudamérica, pero la mafia china es más que todo eso. Es un gran negocio que incluye extorsiones, protección, envíos de dinero, préstamos usurarios y cobro de deudas, asuntos diplomáticos, piratería del asfalto, tráfico de personas, falsificación de pasaportes, corrupción en Migraciones y sangre, eso sí. Debe haber sangre cada tanto porque si no, no sería una mafia. No hay mafia sin intimidación, el miedo opera como un método de enseñanza y educación. Y si todos cumplen, todos felices.
Pero la mafia también es algo abstracto. Cualquier cosa que les suceda a los pobres chinos que llegan hacinados, ilegales y desconectados con su entorno por un idioma que no logran entender, es obra de la mafia china. Ahí es cuando aprovechan los delincuentes comunes para cobrar “peajes” y también algunos dueños de supermercados que imponen la ley del más fuerte. Si alguien es dueño ya de una cadena de lunas nuevas podrá hacer valer sus reglas con el chinito de familia chica que apenas tiene un Shangai y quiere poner una sucursal.
El chino más fuerte habla con el mismo policía que le viene a pedir coima y le pregunta si conoce a alguien que pueda ayudarlo para hacerle de custodio. Siempre está el tema del idioma para disculparse si el policía no quiere llegar a tanto. Pero si el policía tiene un amigo ex policía que fue exonerado por armar causas, entonces lo recomienda y a la semana el vigilante venido a menos consigue una Bersa, se viste con una camisa y ya tiene trabajo.
Se pone en la puerta y evita no solo que lo vengan a asaltar al supermercadista fuerte, sino también ahí paradito para que nadie de la comunidad china se atreva a venir a arreglar cuestiones a los tiros. Pero si lo que se necesita es ir a otro supermercado a arreglar cuestiones a los tiros, el ex policía se toma la mañana libre y se manda para la Villa Vértiz o al barrio Libertad donde recluta a dos guachines por 500 pesos a cada uno. Les ordena –porque por esa cantidad de dinero, los pibes se dejan ordenar– que se acerquen de noche hasta el supermercado de la calle San Martín, ese que está demasiado cerca del de su patrón y que lo están por inaugurar en unos días. Una vez allá preguntan por el chino que se hace llamar “Martín” y le pegan un par de tiros en las piernas. Si puede ser con una 22 mejor, pero si no, con el fierro que tengan.
Después se suben a la moto y se van a hacer de caño, ya que están, algún kiosco o se meten en la casa de unos viejos jubilados que están sacando el perro a cagar a la vereda.
El custodio se va a la casa y al otro día lee en el diario. “Nuevo ataque de la mafia china”. Y entonces se recontra caga de risa mientras se ceba unos mates amargos. Lee la crónica escrita por un periodista que con afanes de investigador de la Scotland Yard hace conjeturas sobre los motivos del ataque y vuelve a recontra cagarse de risa.
Y la policía bonaerense que empieza a investigar, a su manera, hasta agotarse y dejar que “se arreglen los chinos entre ellos”. El fiscal de turno quiere ir un poco más allá, pero se topa con los miembros de la familia del chino asesinado o herido a balazos que no habla. Y por más que hablara no se les entiende nada. O hablan chino mandarín, o hablan chino cantonés, que tiene cuatro tonalidades uno, el otro ocho, que hay catorce dialectos y que, principalmente, no hay traductores. Los únicos que pueden traducir algo están aterrados por esa cosa que se manifiesta como un fantasma, como una nube, porque nunca nadie vio a un solo enviado de la mafia china.
Los pedidos de dinero para trabajar en paz llegan en un papel escrito a mano, en el que se lee “Paga 30 mil dólares” y un número de teléfono que siempre es de Buenos Aires. En las ciudades del interior llegan los mensajes los fines de semana.
Nunca los mensajes llegan de la mano extendida de un mafioso. Pero todo eso Xi Kuoan no lo sabía. El miedo no lo dejaba pensar. La mafia china, esa cosa abstracta, estaba sobre él (…)”.
@ferdelrio22