Seamos sinceros: si esto le hubiera pasado a River, estaríamos hablando de una gallineada imperdonable, de las más grandes de la historia. Boca tiene un halo, una mística, una historia de epopeyas que muchas veces lo ponen a salvo de definiciones denigrantes, pero de un tiempo a esta parte se está fagocitando esa misma historia, la está enchastrando hasta niveles de papelón y hay algunos calificativos, de los peores, que le caben perfectamente. Tratar a Boca de gallina es un insulto imperdonable, sobre todo porque si el partido hubiera terminado diez minutos antes, estaríamos llenándonos la boca de elogios, hablando de héroes, de hombres, de épica. Pero los partidos no se terminan diez minutos antes y todo eso que era épica por volcar un 0-2 a 3-2 con un tipo menos, se convierte en pesadilla si en esos instantes finales se pasa del 3-2 al 3-4. ¿Gallineada? Y sí. Si nos sacamos la careta, es eso. Aunque nos duela el alma.
Cuando pasa algo así, y se opina en caliente, siempre se corre el riesgo de ser injusto. De ser demasiado sanguíneo. Pero la verdad es que esta bronca infinita, este dolor hijo de ese papelón que hicimos en Córdoba, salta por encima de cualquier reflexión racional. Si encima después de esta derrota humillante que será recordada por mucho tiempo por nuestros rivales (todos, no sólo Vélez) sale Juan Román Riquelme a decir cosas como que “el fútbol argentino es muy competitivo” o que “no es fácil llegar a la semifinales de Copa Argentina”, uno, en lugar de calmarse, hierve. Desde los huevos sube un calor asfixiante que provoca romper todo. De hecho, me hablaron muy bien de unas salas anti estrés en la que uno puede destrozar a palos el contenido completo para descargar tensiones. Me vendría muy bien una con maniquíes y las caras de algunos protagonistas del Mundo Boca. No dejaría nada reconocible. El que habla de la dificultad del cabotaje es el mismo que desde afuera denostaba ese tipo de competencia y advertía que “los buenos ganan la Libertadores” y que “diez títulos locales no empatan una Copa”. Bueno, parece que ahora ni hace falta ganar la Copa Argentina, con llegar a semifinales alcanza. ¿Qué tal?
En el podio de responsables de esta catástrofe, están sin dudas Advíncula -otra vez el villano invitado, el fuego amigo-, Gago y nuestro inefable presidente. Y me atrevería a decir que el técnico, aunque sin dudas quedará marcado por esto como lo marcaron aquellas derrotas contra Agropecuario y River de Uruguay cuando dirigía a Racing, es el menos responsable de las tres patas. El peruano cometió su segundo error grave en el año (el otro fue la expulsión con Cruzeiro) y, como otros experimentados (Rojo, Lema, Fabra), es el reflejo vivo de un grupo que tiene nombres pero no jerarquía. Y acá vamos al fondo de la cuestión: este plantel que sufrimos y que no nos representa ni un poco es la obra cumbre de Riquelme en cinco años de (des)manejo del fútbol. De desmantelamiento, de reemplazar buenos por malos, de apostar a la mesa de saldos y retazos, de compras de oferta en La Salada.
¿Por qué Gago es menos responsable que los demás? Porque muchos de nosotros habrían hecho lo que él hizo después del 3-2. Tenía una formación totalmente desequilibrada, con tres delanteros y un hombre menos que Vélez. Sacó a los agotados -Cavani, para el aplauso, y Zeballos- y reforzó medio y defensa para aguantarlo. El tema son los nombres, la jerarquía: entraron Milton Delgado y Di Lollo (no Sergio Ramos y Paredes), dos pibes que son tercera opción en un plantel llamativamente pobre para la riqueza del club. Y si bien ellos no son culpables directamente, el equipo se cayó a pedazos. No pudo aguantar ni diez minutos a Vélez, que metió como refresco a jugadores habitualmente titulares. ¿Salió mal? Sí, salió mal. Si lo hubiera hecho Carlos Bianchi, Boca no sólo no lo perdía sino que Di Lollo hubiera salido gambeteando del fondo, dejado en el camino a medio Vélez y clavado el cuarto. Pero se sabe que Fernando no tiene la estrella del gran Virrey, más bien todo lo contrario. Las desgracias -futboleras- lo acosan. Y volvieron a decir presente. Ojo con esto: deja una herida grande, difícil de cerrar, aunque apenas lleve un puñado de partidos dirigiendo.
Lo del verdugo es algo que se explica con dos palabras: todo vuelve. O con una: karma. Boca le regaló a Bouzat a Vélez en una operación poco clara en la que hasta cabría una investigación por negligencia o directamente por administración fraudulenta. La anterior administración de Boca le vendió a Vélez la mitad del jugador en 2 millones de dólares y compartieron los derechos económicos hasta que en 2021 se hizo una licitación para ver quién se quedaba con el 100%. Fue una compulsa a sobre cerrado que Vélez ganó poniendo… 150.000 dólares. Ni eso ofreció Boca. Raro, ¿no? ¿Tanto había bajado la cotización del jugador? La cuestión es que este muchacho despreciado por JR & secuaces despachó a su ex equipo con dos goles en cinco minutos. Basta para mí.
Hay que seguir, muchachos. Amanece otra vez y hay que seguir. Boca cierra de esta manera un año penoso, vergonzoso, papelonesco. Se nos ríen todos. Pero todos, eh. Han pasado cosas graves. Eliminaciones, fallas imperdonables de jugadores, técnicos y dirigentes. Un verdadero caos que algunos querrán sepultar pero que debemos mantener vivo en la memoria para no volver a caer. La chance de Libertadores queda reducida a la tabla anual. Si no, volveremos a vivir la vergüenza de mirarla por tele por segundo año consecutivo. ¿Salva el año la clasificación? No, muchachos, este año es insalvable. Riquelme se fue conforme con que los jugadores tuvieron “vergüenza”. ¿Y vos, Román?