Carta de Lectores

Alfonsín, cinco años después

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Cinco años después de un supuesto adiós de Raúl Alfonsín. Unos y otros nos llenamos de homenajes, pero creo que antes corresponde un minuto de nuestro silencio para meternos dentro de nosotros y reflexionar acerca de lo que hicimos y así saber si alcanzó para considerarnos  mínimamente como válidos reconocedores de una figura.

No puedo dejar de recordar a un periodista de aquellos de Mar del Plata. La anécdota dice que iba a cumplir su tarea a uno de los canales de la ciudad, y no andaba de muy buen humor en ese momento, quizás por saber anticipadamente, como buen trabajador de esta profesión, sobre las noticias que lo esperaban en el medio. Una persona lo reconoció y “quiero felicitarlo por su trabajo”. “¿Y quién es usted para felicitarme?”. Esa fue toda la pregunta respuesta que dejó a ese buen vecino muy sorprendido.

Después de este introito creo que todos saben hacia donde voy. Hacia bien adentro de nuestra también supuesta sociedad, sabiendo que uno formaría parte de ella si abrazáramos mínimos objetivos en común y así conformamos, hasta en el disenso más crudo por los detalles, una sociedad en serio con un futuro cierto.

En este repaso, comienzo por algo muy reciente. Hoy me comentaban que habían visto llorar en un medio televisivo, días atrás, por lo que sabe y lo que analiza, a un pensador argentino, al que no identifico ya que siempre aparecerán los que dirán “¿ese?” y seguidamente vienen las “acreditadas” historias para desacreditar hasta las lágrimas del que llora por la realidad que no queremos observar.

Es que los argentinos estamos desvalorizados. En 30 años de la tan mentada democracia, no hemos dado muchos pasos al frente en lo institucional. En conformar una República. Por el contrario, en alguna parte nos convertimos en cangrejos, que aunque digamos que camina para atrás, hasta aquí mentimos, van desplazándose de costado, lo que en definitiva, es lo mismo, ya que nuestra meta debería estar adelante.

La verdad, don Raúl, necesito más que un minuto. Ver hasta donde he venido de costado o hacia atrás. Dónde no he podido sumar y entonces después ver si califico para felicitar a quien hemos admirado de palabra pero no en los hechos. Esto, sin convertir a nadie en ídolo, todos, en una forma u otra, son de barro, pero tampoco despreciándolo por alguna de sus acciones.

Final, sin pedir perdón. En este mea culpa que queda en mí, en lo que resta, mucho, trataré de encontrar la forma de no hacerlo más, ya que si no estaría como aquel que va a la iglesia, se confiesa y luego sale para seguir sumando en la mochila, la que luego pretenderá descargar en la próxima visita a la iglesia, pensando que así se ganó el cielo. Esto no sirve de nada. Seguro que así tenemos como destino cierto el infierno que supimos concebir.

MIGUEL TOSCANO

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