Durante la homilía el obispo, haciendo alusión al Domingo de Ramos, y el recuerdo del ingreso de Jesús en Jerusalén, aclamado por la multitud con palmas y ramos de olivos, señaló “también nosotros hoy hemos traído y agitado ramos con entusiasmo de discípulos de Cristo. Pero el relato de la Pasión nos hace caer en la cuenta de la verdadera realeza y del auténtico mesianismo de Jesús. Por eso, debe haber un rasgo fundamental de diferencia entre aquella multitud y nosotros, entre su entusiasmo y el nuestro. Ellos imaginaban de un modo muy humano el Reino que Jesús traía. Nosotros, instruidos por los sufrimientos de su pasión y beneficiados por la gracia de la fe, sabemos que su triunfo pasa por la humillación de su muerte. Creemos que el Reino de Dios se inicia cuando cambia nuestro corazón”.
“Será útil que nos detengamos en la soledad de Cristo en su agonía espiritual en el huerto de Getsemaní. Está viviendo una ‘tristeza de muerte’, busca a su Padre y se pone a su entera disposición. Quiere sentir la compañía de los más íntimos, pero no la encuentra. Sus discípulos no entienden nada. Tres veces va a buscarlos y los encuentra dormidos, a pesar de su reproche. Cuando lo apresan, ‘todos los discípulos lo abandonaron y huyeron”, revivió monseñor Marino, momentos de la lectura de la Pasión de Jesucristo. Y añadió, “Esto no es sólo historia, sino una realidad que se actualiza en nuestra vida personal y social, y no podemos mirar hacia el costado. La agonía de Cristo y su soledad, el sueño de los discípulos, así como la traición de Judas, las negaciones de Pedro, el abandono de sus seguidores, se prolongan en la historia.
Cristo es abandonado en los ancianos en los que nadie piensa. Es negado cuando no lo reconocemos en los rostros dolientes de tantos hermanos, y cuando pudiendo hacer algo por ellos nos escapamos y huimos de lo que nos molesta. Es condenado a muerte cuando una ley propicia el aborto. Es traicionado por los cristianos cuando prefieren la popularidad y el número de votos, a costa de la verdad y de la recta conciencia”.
Al finalizar, el pastor de la Iglesia Católica de Mar del Plata, remarcó que Jesús “es nuestro verdadero libertador, el que nos saca de la esclavitud de nuestro egoísmo; el que quita nuestros pecados y nos enseña a perdonar. Éste es el Hijo de Dios, enviado por el Padre. El que nos despierta del sueño y nos llama a estar atentos a lo que más vale en la vida. Queridos hermanos, con la voz del papa Francisco, les digo a todos: Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo”.
Cuando concluyó la misa, muchos de los fieles, quisieron acercarse a la cruz de Francisco, que ayer y hoy estuvo en la Catedral. De esta manera, el presbítero Gabriel Mestre, pidió a los presentes que levantaran sus ramos y objetos religiosos, y los bendijo con la cruz.