La calle está complicada para la política. El mal humor social preocupa a funcionarios, gobernadores, e incluso a jueces: el miedo a los escraches volvió a inquietar a la clase dirigente.
Son cada vez más las autoridades que sufren las consecuencias de la bronca de buena parte de la sociedad, un fantasma que tuvo su pico máximo durante la crisis del 2001.
Uno de las últimas víctimas de las broncas callejeras fue el gobernador de Misiones, Maurice Closs, que la pasó mal durante sus vacaciones en Mar del Plata.
El lunes pasado, Closs, al mando de una de los provincias más pobres del país, almorzó junto a su familia en el restaurante marplatense “El Palacio del Bife”.
La irritación del resto de los comensales que estaba en el lugar se generó cuando algunos de ellos notaron que el Gobernador le pidió al mozo, casi a los gritos, al menos tres botellas de champagne Barón B.
Una de las mujeres que lo acompañaba, dijeron testigos, llevaba un reloj marca Rólex, de oro.
La tensión estalló. Un hombre que miraba a los Closs de reojo pagó su cuenta, caminó hacia la mesa del misionero, y lo increpó mirándolo a la cara: “¡Chorros! ¡Chorros! ¡Hijos de…!”, gritó.
El Gobernador se enojó por el ataque, y se levantó rápidamente de su silla, como si tuviera ganas de responderle con el mismo tono a su escrachador.
De inmediato cambió de actitud, al notar que buena parte del resto de los clientes del restaurante lo miraban mal. Y entonces Closs se volvió a sentar. Y siguió comiendo, muy perturbado.
Fuente: Clarín