Por Mex Faliero y Cristian Mangini
Uno queda medio aturdido después de ver Camino, la última película de Javier Fesser. El aturdimiento no es una cualidad artística: tiene que ver con el impacto y la forma en la que recibimos aquello que se usa para estimularnos. El cine es una fuente de estímulos y el español lo sabe. Si bien la historia de una nena que muere de cáncer parece ser la lógica película con la que un director que viene de la periferia que congratula con los académicos y gana premios -seis Goya en este caso-, hay que decir que Fesser no ha perdido la irreverencia, la originalidad, ni el sentido de la fantasía de El milagro de P. Tinto ni La gran aventura de Mortadelo y Filemón. Pero Camino es una película que merece varias revisiones para saber si estamos efectivamente ante una genialidad o todo lo contrario.
Por cierto que es un film fuerte desde lo visual: Fesser no escatima planos ni escabrosidades. Sin embargo hay algo que lo distancia del sensacionalismo, y eso es que siempre hace una de más. Va más allá de lo que se pensaría como adecuado y entonces atraviesa la etapa del impacto para ubicarse en la de la caricatura. De hecho la forma en que muestra los conflictos religiosos es caricaturesca, como siempre lo fue su cine, pero aquí más llamativamente por los temas que aborda. Incluso sabe que el film está hecho para llorar a mares y no intenta aminorar nada.
Para ser claros: en Camino hay una niña que tiene una enfermedad terminal y unos padres que están vinculados con el Opus Dei. El film está basado en un hecho real y en España tuvo fuertes críticas de la institución religiosa. Lo interesante es que en el film casi no aparecen personajes que cuestionen el discurso del Opus Dei, sino que lo que hace Fesser es construir una caricatura barroca, cuyo absurdo funcione por acumulación: la sumatoria de frases como “esta enfermedad es un regalo del señor” hacen que uno comience a dudar de esos personajes.
Lo que está claro es que Camino habla del amor, pero uno más personal y alejado de religiones y entelequias; tal vez hable del amor real, el único que existe, el que se da entre tangibles. Y para más, el que nace puro y noble, entre niños. Y también que es una película pasional, repleta de pliegues y dobleces, que a veces agobian y otros maravillan. Fesser demuestra su genialidad en esa madre a la que es fácil caerle, pero tiene la deferencia de brindarle un momento de dignidad en el que reconocer que no es ni buena, ni mala, sino que hace lo que puede, de la manera que cree es conveniente.
Fesser es como Peter Jackson, como Guillermo Del Toro, como Alfonso Cuarón, de esos tipos que filman la realidad pero logran ver entre las grietas los mundos fantásticos que nos rodean. Camino no es una película sobre una nena que muere de cáncer, no es la película del domingo para generar conciencia, es una gran historia de amor, la de Camino y Jesús, no el de los pósters, sino el compañerito de escuela. Sólo se puede animar a semejante proeza un tipo que también dice que los padres, a lo más que pueden llegar, a es ofrendar los cadáveres de sus hijos en sagrado sacrificio. Para amar y odiar, con sus falencias a cuesta, Camino es, trato de convencerme, una gran película. Pero puede que mañana diga que no.
Como verán, la sexta jornada de Festival nos dejó perplejos y repensando la película de Fesser. Bueno, no deja de ser una manera de sobrellevar mejor el ligero chasco que resultó Cold souls, con el querido Paul Giamatti. Digo ligero, porque tampoco es un oprobio. El asunto es que esta historia en la que Giamatti hace de Giamatti imposibilitado de actuar en una adaptación de Chejov, lo que lo lleva a depositar su alma en una clínica que se dedica a extraerlas, daba para más, mucho más. El film empieza interesante, con el actor satirizándose en su rol de eterno perdedor -el Giamatti de la realidad es en el film como los personajes de Giamatti nos hacen creer que es-, pero a ese punto de inicio que mezcla la ciencia ficción a lo Michel Gondry con el absurdo le sigue una subtrama en Rusia que si bien es coherente con lo que se viene contando, resulta un tanto alargada y carente de interés. Como si Barthes, la directora, nunca supiera qué película está contando.
Entre las actividades especiales del día hay que mencionar la presentación del libro Homero Alsina Thevenet. Obras Incompletas. Tomo 1 que hizo Fernando Martín Peña, quien fue saludado por José Martínez debido al trabajo desarrollado como compilador de los trabajos inéditos del más conocido como HAT y le entregó una placa “en nombre de todos los cinéfilos”. Este es el primero de los tres tomos que se planean editar: los trabajos se inician en 1937 cuando apenas tenía 15 años. El autor no quería que se revelase aquello que pertenecía al periodo previo a 1952.
Lo que no se puede dejar pasar es la presencia de Natalia Oreiro. La uruguaya es la protagonista de Francia, el film de Adrián Caetano que se vio en Competencia Oficial. Precisamente Oreiro es una de las cosas que la crítica ha destacado del film, al que la mayoría se ha encargado de señalar como un Caetano menor. El que parece tener una clave para Mar del Plata es Cesc Gay, quien con V.O.S. volvió a maravillar como lo hizo dos años atrás con Ficción. Su homenaje a la comedia romántica y a Woody Allen en particular es una de las películas más celebradas. Habrá que ver si la simpleza del relato permite que se lleve el Astor.
Con A man who ate his cherries, de Payman Haghani, se termina hoy la Competencia Oficial. Luego, los jurados deliberarán y el sábado se conocerán los ganadores del 24º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Mientras tanto seguimos deliberando si Camino nos gustó mucho, poquito o algo.