Otros, encumbrados profesionales decididos a trepar algún área del poder como sea, sin escrúpulos, simplemente aguardan alguna tragedia como la que nos ocupa, para saltar al medio de la opinión pública, batiendo el parche que mejor convenga a la ocasión, sea de los derechos humanos, corrupción policial, gatillo fácil, zona liberada, connivencia, autogobierno policial y cuantas gansadas mas pueda ocurrírseles, con tal de tener prensa gratis que los haga trascender, con la impunidad que le asegura un gobierno incapaz de salir en defensa de su policía, mas el silencio de algunos políticos, de aquellos que habitualmente nos elogian en privado, casi al oído, pero incapaces de decir media palabra en público para defender a los trabajadores policías…
En primer lugar aclaremos que es justo reconocer que miembros de nuestra fuerza policial han participado en la comisión de delitos gravísimos, como homicidios, piratería del asfalto, robos y otros delitos contra la propiedad y las personas. Merecen nuestro más fuerte repudio. Es innegable y nunca se han registrado tantos casos como en los últimos diez o quince años. También es cierto que fueron hechos aislados, cometidos por uno o varios uniformados, pero al margen de la fuerza y de la mayoría de sus miembros.
Estos episodios tan negativos y bochornosos para la vida de una institución como la policía, sin duda hacen estragos en la credibilidad que la población debe tener de su policía, pero lo que quizás es más perjudicial todavía para la seguridad pública, es el daño severo que la perdida de esa credibilidad y desprestigio produce en el auto estima de la inmensa mayoría de los uniformados que trabajan decentemente. Comienzan por sufrir vergüenza, él y su familia, por la crítica imprudentemente generalizada, de todos los sectores, a través de la prensa; y finalmente sobreviene el desarme moral y el desgano. Tan es así que la pregunta que hoy retumba en todas las dependencias policiales es: ¿Vale la pena esforzarse en ser buen policía, asumir todos los riesgos de este difícil oficio, para luego, sin distinción y con alevosía, ser metidos en la misma bolsa con los malos…?
Es urgente llevar a la práctica aquel axioma de que “la seguridad la hacemos entre todos…” y hay que empezar ya. En esta verdadera cruzada el periodismo no puede estar en la vereda de enfrente, ni siquiera ser imparcial. Siempre hemos dicho desde APROPOBA que si la prensa dedicara a los buenos policías –que son la inmensa mayoría- tan solo el 10% del tiempo y esfuerzo que le dedican a los malos, otra sería la historia de la seguridad.
No estamos diciendo que se deban callar las críticas a las malas acciones, o las denuncias a la ilegalidad en que puedan incurrir los uniformados. Todo lo contrario, sostenemos que las organizaciones públicas de servicio necesitan imperiosamente de la crítica; las instituciones son siempre perfectibles y la crítica es correctora, es saludable. También es sumamente importante que los ciudadanos denuncien, sin temor, cualquier accionar irregular o ilícito de un policía. Pero una cosa es criticar constructivamente o denunciar responsablemente a algún o algunos policías y otra cosa muy distinta es la critica tendenciosa, la difamación, la generalización; o la denuncia al voleo, que se agota en los medios de prensa, sin pruebas, que tiene como único objetivo desacreditar y causar desazón, tanto en la comunidad como en la fuerza policial, con fines que son de proselitismo político-partidario o por simples razones ideológicas de algún sector…
Como lo venimos advirtiendo desde APROPOBA, lo reiteramos, la situación actual se agrava día a día. El desarme moral de la fuerza se acentúa y es necesario revertir urgentemente esta cuestión. La sociedad en general, como así muchos dirigentes y periodistas, que ante todo se distinguen como personas de bien, muchas veces suelen ser apabullados por la predica altisonante de los carroñeros oportunistas de siempre, de la crítica tendenciosa, generalizada, a veces injusta y de las denuncias al voleo y sin pruebas que nos referimos antes. Este accionar demoledor muchas veces no permite vislumbrar la otra verdad que existe dentro de las organizaciones policiales. El costado positivo que sistemáticamente es tapado o minimizado por los detractores de todas las instituciones de la democracia y de la república…
Si analizamos los hechos donde aparecieron policías involucrados, podemos comprobar, con la simple lectura de los diarios, que en todos los casos, sea de oficio o por denuncias, fue la misma policía que investigó y llevó a esos policías desleales ante la justicia, con las pruebas correspondientes. Y ese que es un dato alentador para la comunidad no es destacado por ningún medio de prensa. Correspondería preguntarles a esos profesionales, periodistas, dirigentes en general, políticos y hasta a algunos jueces, a cuantos de sus pares corruptos –que los hay- denunciaron ante la justicia y aportaron las pruebas para condenarlos, como habitualmente hacen los policías con sus propios camaradas..?
La policía de la provincia tiene hoy más de 50.000 efectivos en actividad, que a pesar de toda la clase de adversidades, sin protestar a pesar que le sobran motivos, salen todos los días a la calle a asumir los riesgos de esta profesión y cumplir con el compromiso. Pero eso no es noticia, ni son reconocidos. La lista de policías asesinados cumpliendo con su deber, dando pruebas de que no existe connivencia ni zona liberada, crece con una periodicidad que debería preocuparnos. Pero tampoco es tenido en cuenta este dato. Pesa más la difamación de los imprudentes, de los trepadores, de los aspirantes a algún cargo y de los mercenarios del micrófono y la pluma…
Algunos son portadores de tanto veneno, que hablan de las fuerzas de seguridad como si los policías fuesen seres maléficos, que todas las mañanas se levantan pensando a quien matar, o que daño causar o que delito cometer en contra de un inocente ciudadano, cuando no contra un pobre o un menor de edad. No ven en el policía lo que realmente es; un padre o madre de familia, un trabajador con vocación de servir, un vecino preocupado por la inseguridad como el que mas, que todos los días y las noches salen a la calle, enfundado en un uniforme con un arma de puño casi inservible, a hacer lo que ellos mismos serian incapaces. Arriesgar la vida por sus semejantes…
Una prueba de esa despiadada y delirante campaña…
Hace apenas unas horas un funcionario importante de uno de los poderes del estado, con ansias evidente de ocupar algún otro cargo, ha salido en un medio de prensa a batir el parche del “autogobierno policial” afirmando que “…Sin conducción política la policía es generadora de delitos…” Ese señor, además de dar un golpe bajo a la atribulada sociedad, como todo difamador, cree que los ciudadanos somos estúpidos. No hay otra explicación que justifique tamaña ridiculez. Que hoy alguien afirme que en plena vigencia de una democracia ya consolidada, la fuerza policial no es conducida por el poder político, es por lo menos una estupidez. Pareciera que este buen señor todavía no se enteró que en el año 1997, la fuerza policial fue disuelta y luego recreada con normas que reglan absolutamente toda su actividad, sin margen alguno de discrecionalidad, y que desde aquel año, su conducción es ejercida en forma directa por funcionarios civiles del poder político…
Es una mentira tan burda como calumniosa; y con la pretensión de reafirmarla como una verdad se recurre –entre otras mezcolanzas incoherentes- a ejemplo de dos hechos trágicos, como lo fueron el caso de Ramallo, cuando la fuerza ya era conducida personalmente por un ministro político, que utilizó en la emergencia a un grupo de policías “especialmente entrenados” por otro ministro político que se había ido días antes, el Dr. León Arslanián. Y luego pone de ejemplo el caso de la familia Pomar, cuyas investigaciones y tareas de búsqueda y rastrillaje estuvieron al mando de la Agente Fiscal con competencia en el lugar y de otro civil, el Dr. Paul Starc, al mando de la Policía de Investigaciones.
Demás está decir que en ambas ocasiones las culpas también fue cargada, una vez más, a las espaldas de los policías. Igual que ahora…
Es verdad que la seguridad la debemos hacer entre todos. Pero no alcanzan las frases hechas, ni las pancartas, los pasacalles, ni los discursos de ocasión para que no se repitan los hechos desgraciados, como el de la niña Candela y tantos otros, sean a manos de delincuentes civiles o delincuentes infiltrados en alguna fuerza policial. Si de verdad queremos que no se repitan, es necesario que empecemos ahora mismo a hacer muchas cosas que como sociedad debemos hacer, y dejar de hacer otras tantas que no hay que hacer, o pronto tendremos un país irrealizable.
Caso contrario, si insistimos en maltratar y desconfiar permanentemente de todo, de la iglesia, de las escuelas, de los hospitales, de la policía, de la justicia y de todas las instituciones por las malas acciones de unos pocos, entonces no tendrá sentido vivir acá. Habremos dejado de ser un país y seremos, a duras penas, nada más que un montón de gente amontonada en un delimitado espacio geográfico. En tal caso sería mucho mejor que todos, los 40 millones de habitantes, nos tomemos de la mano, comencemos a caminar sin detenernos hacia el Este y nos internemos en el mar, como Alfonsina, hasta desaparecer con nuestras miserias, y dejemos estas hermosas y ricas tierras a gente mejor, que puedan venir y hacer de este lugar el país y la patria que nosotros no supimos ni siquiera mantener.
Los policías siempre trabajaron y siguen haciéndolo. Y tanto en el secuestro y homicidio de la menor Candela como en todos los casos, ponen el máximo esfuerzo humano para llegar a buen término, porque esa es la vocación del policía, coronar con el éxito toda investigación o intervención, desde la simple hasta la más compleja, para merecer el mejor de todos los premios, cual es el apretón de manos, el abrazo y el agradecimiento del vecino o la familia a la que se le prestó el servicio.
Mucho se podrá criticar a la fuerza policial, pero lo cierto y probado contundentemente es que sus integrantes, mujeres y hombres trabajadores como el que más, aún con errores, y muchos de los Fiscales, son los únicos que verdaderamente trabajan por la seguridad de los vecinos, a todo riesgo y a pesar de los detractores. Nunca rehúyen a enfrentarse a los peligrosos delincuentes ni a poner la cara ante la sociedad cuando corresponde. Los demás, los que “combaten” desde el confort de sus despachos, los que “pelean” contra la delincuencia desde los medios, los “estrategas” de programas de televisión, son pura cháchara y lo único que aportan es jarabe de pico…
Así que si los resultados no fueron los deseados, en este u otros hechos, si la actuación policial no satisface, entonces habrá que modificar el protocolo de actuación que existe para estos casos, elaborados por especialistas civiles que oportunamente convocara el gobierno, o reprocharle a los responsables civiles de dirigir la búsqueda e investigación y no a los policías que son meros cumplidores de órdenes.
Por lo tanto, dejen de maltratar a los únicos que, a pesar de todo, todavía trabajan…
Septiembre 04 de 2011.