Por Virginia Ceratto
Dicen que el amor tiene mala prensa, porque sólo por el sentimiento podemos ser heridos de muerte… y sin embargo el ser humano, que parece no prever las recaídas, insiste. Insiste sí, tal vez porque se alimenta y fortalece en la amistad.
Parafraseando a Shakespeare, Rotos de amor (Sala Melany, sábados a las 21) cuenta historias de amor perdidos. Pero algo más: cuenta una gran historia de amor entre cuatro varones que van quedando en carne viva a la vez que van fortaleciendo el cuero con la secreta panoplia que siempre, afortunadamente, nos regalan esos pares que juzgan si es preciso, pero que siempre están ahí. En las malas, para mostrarnos que a pesar de todo, también hay buenas.
Cuatro personajes patéticos se hacen cargo, precisamente, de su pathos, de su pasión (etimológicamente: lo que no se puede evitar) y lo transitan con el indispensable contrapunto del humor. Humor negro por momentos, humor candoroso… humor bellamente logrado en el texto de Rafael Bruzza y cuya asociación con cualquier sobremesa donde la carcajada rescata de la confesión más dolorosa, aquí, no es pura coincidencia.
Dirigidos por Jorge Paccini, estos actores armonizan en la escena haciendo de la puesta una obra deliciosa que, nada más y nada menos, emociona. No en vano Rotos de amor cosechó tantos premios en su temporada estreno en Mar del Plata.
Impecables, como sus fracs, y encantadores aún en la salvaje derrota -los dos abandonados sin remedio, el que no puede concretar, el viudo- sufren y analizan cada uno su cruz, sin anestesia y sin estridencias. Porque cuando algo duele, solamente pasa eso: lastima. Y hay que ser un actor de verdad para compartirlo. Porque ya se sabe, no hay cómplices para el dolor.
Marcelo Goñi pasa de la euforia -a la que nos aferramos todos cuando hay que campear una tragedia- al naufragio de aceptar lo irreversible con precisión y soltura encomiables. Pablo Milei, Artemio, se aferra a su paciente esperanza de cambiar lo fatal y sostiene, paradojalmente, la arista racional del personaje.
Daniel Coelho, Berlanguita, se atrinchera en su sueño adolescente de enamorado del amor y logra alejarse de la macchietta, indudable mérito del actor.
Finalmente, Miguel Riesco, en un toro memorable a fin de temporada, levanta a un Mudo que no precisa las palabras que ha atesorado durante 15 años para transmitir su propio e intransferible duelo y a la vez, ser el contrapunto, la “voz” de la sensatez en la insensatez que todos los personajes comparten con todos los enamorados.
Cuatro rotos de amor. Cuatro grandes.
En suma, no se la pierda. Usted verá teatro, usted compartirá una noche tierna con cuatro jinetes sobreponiéndose al Apocalipsis.
(NdR: en la foto que ilustra aparece el elenco anterior, por lo que no está Miguel Riesco, incorporado recientemente)