Por Virginia Ceratto
Mariano Moro sorprende cada temporada: por el copioso número de obras en cartel, por su merecido éxito, por los parlamentos cuando recibe premios, por poner en boca de sus personajes lo que muchos piensan (¿pensamos?) y nadie quiere admitir, por su extensa y profunda cultura. En esta edición 2011, lo vuelve a hacer con Jesucristo.
Muchos, con semejante personaje, y tomado por la escritura de Mariano, esperábamos una parodia, o una refutación de esa construcción del catolicismo -o al menos una interpelación- , o una visión “fieramente humana” del Cristo revolucionario (más al estilo de La última tentación…), un Jesús político… Pero no.
Su Jesucristo es, diría, devocional y lo que se ve en el escenario es una dramatización bíblica.
Y en este punto, nobleza obliga, debo aclarar desde dónde escribo estas líneas: en primer lugar, escribo desde el conocimiento que me brindó una educación primaria de escuela católica (que no volvería a frecuentar en otra vida y que no hice padecer a mis hijas), y desde ahí, y desde las clases sobre la Biblia tomadas obligatoriamente en Historia de la Literatura dictadas por Raquel Sajón, no puedo menos que reconocer la exégesis que realizó Moro de la Biblia.
Pero en segundo lugar (o primero, el orden aquí es aleatorio), escribo desde un ateísmo cuya convicción envidiarían muchos creyentes y cuyas raíces alimentan (entre otras aguas) los años de padecimiento de aquellos catecismos que fracasaron en su ánimo de convertir/me. Un ateísmo que puede reconocer al Cristo histórico pero que lee al oficial como un intento más (y reconozcamos, les va saliendo bien) de sometimiento por parte de uno de los Imperios más grandes de este mundo.
Leo esto que escribo, digo y me pregunto: sí, sí, sos atea. ¿Y qué? No sos torturadora ni comulgaste con la Dictadura y te conmovió Potestad. No hace falta comulgar (nunca mejor un verbo) con una doctrina para que disfrutes de una expresión de la misma.
Incluso recordé a la salida El muerto de Par Lagervist, que también toma la figura del Cristo, es uno de los cuentos que más disfruté en la vida. Israfel, en su momento, me encantó. Me encantó Según Zicka.
¿Y entonces?
Esa sorpresa que Mariano Moro propone cada temporada, se vuelve desconcierto. Enseguida aventuro algunas respuestas: tal vez Moro es un creyente que pensó que ya era hora de poner su grano de arena, o de mostaza, en la construcción del catolicismo. Puede ser.
Tal vez, desde el lugar que se ha ganado, quiso darse el lujo de exponer sus íntimas convicciones devocionales. Puede ser.
Sea como sea, Mariano Moro se da ese gusto de proponer un giro en lo que venía haciendo. Un giro que por momentos se deshace cuando reanuda los remates en verso y ese acento en el refranero ya característicos de la Compañía.
Habrá que ver cómo sigue, si es que sigue en esta línea.
Por su parte, Mariano Mazzei, que le pone el cuerpo a este personaje, es un gran actor. Lo sabemos todos. En Jesucristo pone lo mejor de sí, y su trabajo -asumiendo un texto larguísimo, difícil, con mucha data previa en cine, en teatro…- es muy bueno, pero yo extraño su ductilidad en Azucena en cautiverio, la hondura en De hombre a hombre o esa maravilla en Quien lo probó lo sabe.
No obstante, sigo amando a Los del verso (como a mí misma). O sea, mucho.
Lamentable que la periodista hable tanto de ella y tan poco de este maravilloso espectáculo, y encima, desmereciéndolo.
Coincido con Lonte.
No se pierdan estas dos que sí hablan de la obra
http://www4.lanacion.com.ar/1341839-jesucristo
http://www.lacapitalmdp.com/noticias/Espectaculos/2011/01/27/171176.htm