Por Virginia Ceratto
Lo que separa a Llanto de perro de nuestra vida es sólo una pared… y brillantes actuaciones, claro.
La pared, digo, no la cuarta pared del teatro, sino la que levantamos para ocultar nuestras -probablemente otras- vivencias. Y estuve a punto de escribir “miserias”. Pero es una cuestión de códigos, de pautas culturales desde las que nos pretendemos mejores que aquellos que, diría Joseph Campbell, sólo han sido arrojados del vientre de la madre con el propósito de sufrir. Y con una diferencia, esta sí, notoria, muchos de nosotros no podríamos interpretar la otredad como lo hacen estos cuatro artistas increíbles: Mario Carneglia (también director de la pieza), Lalo Alías, Laura Federico y Paula Scarpetta.
Llanto de perro no es comedia liviana, ni siquiera es, asumo, comedia. Llanto de perro es una tragedia en el puro sentido griego. Aquella en la que los protagonistas se enfrentan cotidianamente con su destino. Y lo hacen sin tapujos, sin adornos, sin velos. Y aquí, por muy rural que se ambiente la escena, todo es “griego” (¿qué cultura heredamos y apropiamos feliz y legítimamente, después de todo?): los personajes que comienzan con una hamartía: error inicial… Tal vez… ¿el de haber nacido en esas condiciones? La maldición de la estirpe, la ausencia del concepto judeo cristiano de pecado, y por ende, de expiación.
Y también, la mostración de la verdad en tanto y en cuanto (etimológicamente) quitar los velos, develar lo que se oculta, lo que no se ve… y entonces… la verdad da paso a lo obsceno, a lo que está fuera de escena, a lo que comúnmente se oculta: la promiscuidad, pero peor, el hambre… pero peor… la marginalidad (no como elección), la exclusión… el olvido y el abandono por parte de una sociedad que tiene lugar para todo lo que entre en los casilleros de una encuesta, menos para las personas, sí, personas, que se las arreglan con lo poco que saben, como pueden, como se les da. Y a las que se les da poco.
Llanto de perro devela el cotidiano esencial de la férrea supervivencia de los débiles, la respuesta inmediata, elemental y (probablemente) sana de los olvidados. Nos muestra otra cara y otras formas de la vida. Y si bien alcanzaría con salir unos kilómetros de la ruta para asistir a ese “otro” espectáculo, los más cómodos, podemos verlo reflejado en esta obra, ante la cual quedamos, tan desvalidos como el personaje de la encuestadora, que es devorada por una realidad ante la cual las respuestas se agotan, porque las preguntas son otras…
Si usted quiere pasar la noche sin cuestionarse nada, si pretende un espectáculo pasatista de temporada alta, si su umbral de compromiso social es dar unos centavos en la misa del domingo, absténgase y liquide su conciencia con un gin tonic berreta, de esos de promoción en las playas.
Si por el contrario cree que el arte es movilizador, si piensa que el arte ofrece un “pasatiempo” enriquecedor que nos ayuda a ser mejores personas y a reflexionar, si quiere regalarse excelentes actuaciones (y si dejó a su mascota bien atendida, alimentada y amada en casa), vaya a ver este Llanto de perro.
Aunque le duela un poco: su sensibilidad se lo va agradecer.