Una noche plácida permite comenzar con un dato irresistiblemente inútil: River no jugaba con mangas largas hacía casi 10 años, desde el 17 de septiembre de 2014, ante Godoy Cruz en el Monumental por la primera fase de la Copa Sudamericana -y, en el torneo local, desde el 27 de agosto de ese año, contra Defensa y Justicia, también de local-. De enfrentar a rivales con camiseta púrpura, en cambio, no hay estadísticas fiables.
Ya descargado el descontento de parte del público hacia Martín Demichelis el sábado ante Central Córdoba, una especie de “sinceramiento” -para usar el argot de los economistas conservadores- de una relación que no explota pero tampoco fluye, la noche contra Libertad regaló sensaciones mayoritariamente positivas, entre el alivio y el festejo medido, aunque también con las dudas de fondo sin resolver: ¿qué habría pasado si enfrente estaba un rival brasileño? Por eso, aunque ganar sin sufrimiento en la Copa Libertadores -y clasificar una fecha antes- cotiza en bolsa, más que noche de euforia fue de bálsamo.
En el combo de buenas noticias se sucedieron los aplausos para el técnico, el 2-0 que selló la doble clasificación a los octavos final de la Copa Libertadores y al Mundial de Clubes 2025, un resultado favorable en otro estadio para la lucha por el primer puesto de los grupos y el eventual cierre de todas las llaves en el Monumental -la derrota de Atlético Mineiro en Uruguay- y algunas buenas actuaciones individuales.
Más allá de los dos nuevos pepinelis de Miguel Borja, Demichelis parece haber encontrado alternativas superadoras en los laterales: les ratificó el puesto a Agustín Sant’Anna y Milton Casco, tras su buena producción ante los santiagueños, y ambos rindieron. También Facundo Colidio está en sintonía fina y Claudio Echeverri, aun con un físico que da ventajas, tuvo sus minutos de lujo. Tras varias marchas y contramarchas de un delantero o tres, el esquema ya no se toca: 4-4-2.
Dicho eso, y aunque Libertad siempre estuvo lejos de Franco Armani, el partido se abrió recién cuando la hinchada empezaba a preocuparse por una actuación desangelada y cantó un grito de exigencia, “A ver si nos entendemos los jugadores y la popular”. En eso Borja inventó el 1-0, lo que ratificó una estadística extraordinaria: de los 30 partidos en los que convirtió los 38 tantos que lleva en River, 22 significaron el primer gol del equipo.
Pero ese gol fue, también, una buena síntesis de lo que hoy es River, un equipo más de jugadas que de juego. ¿Cuántas veces se encontraron, por ejemplo, Echeverri y Nacho Fernández? El tímido momento de Rodrigo Villagra, aún lejos del futbolista que River fue a comprar, agudiza un mediocampo con poca presencia. Y ahí entonces vuelve la pregunta: ¿alcanza con este plantel para pelear hasta las instancias finales de la Copa? No parece. Los refuerzos son tan necesarios como las mangas largas lo fueron ayer.
Por cierto, otro dato irresistiblemente inútil para cerrar: River salió campeón de aquel torneo de hace 10 años, la Sudamericana, el primer título de la era Marcelo Gallardo, un River de mangas largas que tardó una década en volver.