Por Cristian Ariel Mangini
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Un día que empezó tarde y que entre lo que se vio ha dejado poco que sea fructífero. Hay buenas intenciones que se diluyen, premisas insostenibles en el guión y diálogos que dejan bastante que desear. Sin embargo, también hay que añadir que se ha visto una línea conceptual donde el tópico de lo marginal aparece desde diferentes perspectivas y sociedades, mostrando una vez más que aún si el material no es tan bueno, la diversidad cultural siempre resulta un plus cautivante.
De la competencia internacional pudo verse (a las 22, eso si) Todos vós sodes capitáns que se trata de la opera prima de Oliver Laxe (en el centro se lo puede ver en la conferencia de prensa). La propuesta tiene varias líneas que no se terminan de redondear dejando un caos que, lejos de proponer una nueva lectura sobre lo que se está registrando (ya que es un film que juega con la meta referencia y la autorreferencia) termina diluyéndose en cuestionables tiempos muertos y diálogos que no logran dar la línea que pretende tener el relato ¿Cuál es la línea en cuestión? Pues, además de las referencias cinéfilas, existe la búsqueda de denunciar los lugares comunes en que se cae a la hora de registrar una experiencia antropológica como la que se da entre un director de cine y los chicos de un instituto para chicos marginales en Tánger. Hay entonces un registro del registro que construye una ficción y aquí es donde todo derrapa. El punto de giro (el reemplazo de Oliver por otro colega) que define el desenlace, da lugar a una serie de situaciones que se extienden y se estiran sin aportar alguna cuestión narrativa. Las intenciones son nobles y el final, donde se ve lo que registraron los chicos, recupera la premisa por la que parece haber sido concebido el film, pero en el medio hay un guión casi inexistente que se alarga con observaciones previsibles y planos que parecen funcionar como relleno. Sin lugar a dudas, un trabajo de búsqueda interesante por momentos, pero que se queda a medio camino y, gran problema, aburre.
Entre el horrible clima marplatense que logro que un 15 de noviembre parezca otoñal, hundido en la melancólica llovizna, hubo por suerte tiempo para más cine. Solo que ese cine parece estar acorde al clima. Sino recordemos el caso de Winter vacation de Li Hongqi. Está bien, no es el mismo invierno sino que se trata de uno mucho más crudo, donde aparece el espíritu de un grupo de jóvenes durante sus vacaciones, a un día de comenzar las clases. La película es el fragmento coral de una población que dialoga con un grupo de adolescentes sumergidos en la abulia y la desesperanza. Allí, en esa población marginal, se ve de alguna manera un fresco de sus posibles futuros, con un pesimismo que cobra especial significado hacia el final, cuando un docente “erróneo” menciona la frustración de ver como las vidas de sus alumnos (y la propia) esta estancada en la más absoluta desesperanza. La secuencia es ejemplar, intensa; lástima que un tramo largo de la película volverá sobre la premisa varias veces obligándonos a repensar el entusiasmo que nos había despertado. Planos innecesariamente largos, silencios artificiosos y un aburrimiento gradual por estos momentos donde la cámara se queda fija en la nada, son contrastados con una saludable comedia involuntaria y diálogos donde lo dicho (tan salvaje como lo que le apunta el profesor a sus alumnos) excede de manera adrede cualquier tipo de pudor, como si lo dicho suplantara, precisamente, a todo lo “no dicho”, “lo cotidiano”, de los actos de los personajes. Por decirlo de un modo más llano: puede que no veamos un dialogo sobre el clima o los estudios, pero veremos que un abuelo le dice a su nieto que lo deje en paz porque “esta conmovido” mientras mira la televisión. En esta sorpresiva inversión es que la película cobra un nuevo significado, a pesar de sus interminables (e imperdonables) tiempos muertos.
Finalmente, entre café y café, se procedió a ver un film irregular de la interesante sección sobre los países del este. Se trata de Eastern plays, una película ya cubierta por Gabriel Piquet que no me despertó ningún tipo de interés. Tiene elementos donde aparece la denuncia de un estancamiento social del cual la principal víctima parecen ser los jóvenes, entre la delincuencia, el vandalismo, la violencia y el escapismo. El discurso es simplista (por esa victimización que aparece tipificada) y los diálogos los son por momentos aún más, poniéndose en evidencia y subrayando lo obvio, como cuando escuchamos a Izil mencionar que hay algo que “esta mal” pero nadie lo menciona. Por si fuera poco, luego hay uno con el psiquiatra del personaje de Itso (el fallecido Christo Christov) que continúa en la misma tendencia, a pesar de una resolución actoral muy superior en este caso. Las relaciones entre los personajes, que comienzan con una sólida representación del disgregamiento familiar, se termina diluyendo cuando nos asomamos a un abismo de estereotipos donde lo único que se puede rescatar es la relación fraternal entre Itso y Georgi (Ovanes Torosian). Sumado a esto hay que añadir una serie de secuencias resueltas de un modo bastante torpe como la que ocurre en un taxi, entre Izil e Itso, o la cena familiar donde se apela a un plano detalle del televisor para mostrarnos sin sutileza alguna lo que esta viendo la madre de Itso. Definitivamente, no es recomendable dentro de esta sección.
De Chantrapas de Otar Iosseliani por el momento he tenido la referencia del compañero Javier Luzi, quién dice que la película se toma muy en serio y resulta caer en lugares comunes mucho más simplistas que los que pretende. Mientras esperamos su reseña, estoy seguro que eso es suficiente para dar la pauta de que no es recomendable en absoluto y hasta aparece aburrida, según otras voces a las que se les consulto. En todo caso, un día bastante gris desde nuestra perspectiva en lo que concierne a la competencia internacional.
Veremos que nos depara hoy con Silent souls, de Alexei Fedorchenko y Chassis, de Adolfo Borinaga Alix Jr. Esperemos que repunten dos cosas: la competencia y el clima.