Por Virginia Ceratto
(especial para Mdphoy.com)
Días atrás se llevó a cabo la muestra colectiva, e intervención, “Arte en Playa Grande”. Auspiciada por Cultura y organizada por Ana Botto de “Velas de la Ballena” y con la inestimable colaboración de Flor Salord, una joven que sabe lo que hace y que pone todo al servicio de artistas y espectadores.
En el playón superior a la piscina del conocido hotel, en el árido cemento, sin demasiada información, los artistas se ocuparon de depositar sus obras terminadas y las que iniciaban de manera improvisada. Podría ser una consigna. E incluso válida. Pero no lo era, así expresada, sino que fue algo que se fue resolviendo, conforme pasaba el tiempo, gracias a la colaboración de Salord, la misma Botto -un tanto superada por las consultas- y quien se presentó, gracias a la intervención de un carpero, como el gerente del lugar, no sé si del hotel o de la zona del baleneario.
Hace décadas, muchas, Susana Gutiérrez organizó en una playa alejada, con gente de la Malharro, algo similar, pero había caballetes, pinturas… recuerdo la genialidad de Luz Nimes mojando el pincel y dejando que el trazo lo llevara el viento. Se levantaron puertas ancladas en la arena y que se abrían al mar, marcos por los que se pasaba y en ese umbral la arena era un portal. Todo se ha hecho y se ha inventado. Entonces, hay que mejorar.
Las obras expuestas, en los zócalos de la baranda transparente que da a la piscina, en las mesas ofrecidas por el lugar, en sillas, obviamente referían al mar. Tanto las realizadas como las que fueron surgiendo in situ.
Para pena del paseante y mía, no había catálogo, ni hubo presentación de los artistas ni bienvenida formal. En algún momento estuvieron a disposición algunos acrílicos y pinceles, pero la idea, parece, es que cada uno se organizara, entre lo que se volaba y lo que quedaba, con quien fuere, y entonces, claro está, en su mayoría, los expositores permanecieron junto a su obra para conversar con sus invitados o con personas desconocidas que se interesaban por su arte.
No hubo registro fotográfico de la organización y si lo hubo no está a disposición, pero sí de quienes se acercaron, incluso con la intención de comprar obra, caso ya curioso en estos lares y en estos tiempos.
Hubo una jovencita, Rocío, muy joven, que ilusionada le pidió a Mariana Lefeldt un retrato, impresionada por el estilo de esas chicas reveladas en trazos casi impresionistas, y se llevó el suyo, obviamente gratis. Eso pasó con casi todas las obras de la artista. Imagino que más allá de ese, digamos… puesto, pudo haber ocurrido lo mismo.
Sé que la pandemia ha arrasado con todo, o casi todo, sé que el arte en este momento en Argentina no es un gran negocio, que es una apuesta fuerte para galeristas. Sé que es un ejercicio delicado y costoso para los creadores. Entonces, se impone un cuidado extremo y mucho respeto. Mucho respeto. Mucho cuidado.
Porque el artista, como cualquiera, pasa su trabajo por el cuerpo, por la sensibilidad, en general, quiere mostrar, compartir, encontrar esa devolución, dialogar a través de una imagen propia con una mirada ajena que lo completará. Y eso seguramente se logró, pero no hubo espacio ni clima para que se diera en forma acabada. He consultado con algunos expositores y no sabían quiénes estaban con ellos, ni tuvieron sus referencias. Espero que esto sea subsanado en breve, porque alguien tiene esa agenda, y esa agenda tiene que aparecer, dado que una convocatoria de este estilo no es una simple juntada tipo fogón. Menos en una tarde fría, y sin fuego.
Recuerdo el nombre de tres artistas: Sol, otra… Delia, con quien hablamos de su nombre a propósito de los dioses delios, Apolo y Afrodita, nacidos bajo la mítica palmera de Delos según cuenta, precisamente el mito… todo enriquecedor, para un perseguidor, en términos cortazarianos.
Pero debería ser más fácil, más amigable.
Mi agradecimiento al pariente de la artista que compró 15 cafés y los repartió, a las 18:30, entre desconocidos a los que vio con mucho frío. Su nombre es Fernando.
Mi agradecimiento, a quienes llegaron no sin dificultad, más temprano o cuando ya todo concluía sin saber si era o no el final de ese encuentro.
Una experiencia, tomémosla como tal.
Acostumbrada a ferias itinerantes, sobre todo en Hamburgo, Amsterdam y Barcelona, donde conviven expositores de pueblos o ciudades cercanas o no, como Marta Marvulli, argentina radicada hace décadas en Villadecans, he visto cómo se prepara con una información muy prolija, en soporte de papel común o sedado, con grano fino o grueso y en donde todo lo que se precisa está al alcance del artista, tan grande, tan frágil. Tan expuesto, sobre todo al aire libre, donde las olas como fondo, y el viento, pueden jugar en contra.
Una experiencia.