Personaje emblemático de la violenta Sudamérica de siempre, Pablo Escobar Gaviria fue una personalidad que desde las sombras manejó el tráfico de drogas en Colombia. Pero en 1992, fu abatido por la policía colombiana durante uno de los tantos operativos para capturarlo. De más de está decir que los conflictos en aquel país no se detuvieron con el fin de su vida. Después de todo, fue apenas una cara más de ese extraño entramado de poder y corrupción.
La figura de Escobar Gaviria es recuperada por el documental Pecados de mi padre, con una salvedad que distingue y crispa un poco la atención: en la obra de Nicolás Entel, quien recuerda es el propio hijo, Juan Pablo. En funciones especiales, esta película que tuvo muy buena recepción en el último Festival Internacional de Cine se verá hoy a las 18 y a las 20:30 en la Sala Piazzolla del Teatro Auditórium (Boulevard Marítimo 2280).
El film recorre la vida del líder narco colombiano Pablo Escobar Gaviria, considerado El señor de la droga o El zar de la cocaína. Fue popularmente reconocido como jefe del Cartel de Cali, una peligrosa organización que instaló, bajo su mando, una ley de plata o plomo durante la década del 80. Justo es señalar, sin justificar al personaje, que su figura no es otra cosa que un emergente de una mezcla compleja que se da en aquel país: que vincula al campesinado pobre, la represión estatal y el narcotráfico.
Pero Pecados de mi padre se centra en el hijo, un joven pacifista que intenta recuperar la figura de su padre, a sabiendas de la violencia con la que puede ser resumida su vida. En pantalla aparece imponente archivo familiar, con el que Juan Pablo intenta reconstruir la imagen del padre terrorista: fotografías de entrecasa, videos en la cárcel/mansión que mandó a construir para sí mismo, grabaciones en las que se lo escucha cantar.
Sin dudas que se trata de un trabajo polémico. Quienes vean la vida en negros y blancos, posiblemente se puedan sentir incomodados por una película que, centrada en una de las personalidades más violentas que conoció Sudamérica, elige la vía del recuerdo nostálgico. Se hace fundamental aquí, entonces, la figura del hijo: alguien que más allá de lo hecho por su padre, no puede dejar de señalar que una persona se construye a partir de una mezcla de actos públicos y privados.
A propósito, el argentino Nicolás Entel señaló durante el estreno de su película que la misma “significó para mí una oportunidad única. La de poder contar una de las historias más impactantes del siglo XX con un nivel de acceso que nunca nadie antes había tenido, y al mismo tiempo la de ser testigos de un acontecimiento que posiblemente marcará a la Colombia del siglo XXI”.
Un momento clave en el film es aquel en el que el hijo, en una incansable búsqueda de la paz interior, intenta comunicarse con los hijos de algunas de las víctimas de Escobar Gaviria. La tensión que se da y la sinceridad de las posturas, en todo caso unidas en la misma búsqueda de la paz, conforman uno de esos instantes complejos en los que la fuerza del cine se pone por delante de cualquier arte.