Las recientes declaraciones del presidente de Rusia, Vladimir Putin, respecto a la inconveniencia de aplicar la vacuna Sputnik-V contra el coronavirus en personas mayores de 60 años generó en la Argentina un gran impacto, debido a que el gobierno de Alberto Fernández apostó todas sus fichas a su aplicación antes de fin de año.
La Sputnik-V fue la primera vacuna registrada en el mundo, en agosto de este año. Poco después, surgieron las primeras críticas. En la propia revista científica The Lancet, donde los resultados de las fases 1 y 2 de la vacuna fueron publicados, se recogieron varios comentarios negativos de distintos expertos, aludiendo principalmente a dos ideas: que la vacuna de adenovirus rusa está siendo sobrestimada por sus creadores, cuando los resultados no son aún fiables, y que, en esta frenética carrera por desarrollar la vacuna, los rusos se están saltando pasos en el procedimiento habitual, lo que conlleva problemas éticos.
En un contexto marcado por un nuevo aumento de contagios en el país, y ante la inminente llegada de la temporada, las confusas y profusas declaraciones del presidente Fernández que se vienen dando desde agosto, respecto a las vacunas poco ayudan y sólo representan un gran aporte a la confusión general.
Descartada la de Pfizer y con la de Astrazeneca envuelta en algunas dudas y demorada hasta al menos marzo de 2021, la Sputnik-V fue para el gobierno kirchnerista lo más parecido a una bala de plata. Pero detrás de la apuesta rusa, tal vez haya otras razones.
En tal sentido, no se puede dejar de mencionar la visita del presidente Vladimir Putin a la Argentina en julio de 2014, durante el segundo mandato de la actual vicepresidenta Cristina Kirchner. Un vínculo que se vio reforzado con el viaje de la por entonces mandataria a la Federación Rusa los días 22 y 23 de abril de 2015, donde se firmó el “Acuerdo de Integración Estratégica” entre ambos países, el cual estableció diversos planes de acción para la cooperación argentino-rusa en campos como el económico, el comercial, el militar, el científico, el medio ambiente, el minero, las comunicaciones, pesca y agricultura, y cultural, entre otros.
Las relaciones entre ambas naciones prosiguieron durante el gobierno de Mauricio Macri, donde precisamente la ANMAT (Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica), organismo que debe dar su aprobación en la Argentina para el uso de la vacuna, tuvo un rol fundamental.
Allí se informó que “finalizaron con éxito las negociaciones para trabajar en conjunto entre la ANMAT y el Servicio Federal en Vigilancia Sanitaria ruso, con el fin de generar intercambio de experiencias en la regulación y control de medicamentos y productos médicos”. También se puntualizaba que “el protocolo apunta a ampliar la cooperación bilateral argentino-ruso en las áreas de calidad, eficacia y seguridad de los medicamentos y productos médicos; falsificación y registro de estos dispositivos para la salud”.
Pero convendría también repasar algunas cuestiones. En pleno conflicto con los llamados “fondos buitres” durante 2014, una delegación de legisladores argentinos liderados por el entonces presidente de la Cámara de Diputados, el oficialista Julián Domínguez, viajó a Moscú para buscar apoyo ruso en la batalla judicial contra los “hold outs”. “Apoyamos a la Argentina en el objetivo de saldar su deuda”, aseguraba por aquellos tiempos el canciller ruso Sergei Lavrov, brindando el respaldo solicitado.
Ya antes, Rusia había reiterado su apoyo histórico al reclamo de nuestro país por la soberanía de las Islas Malvinas. Los gestos fueron recíprocos: “Rusia agradece el apoyo de la Argentina en el caso de Crimea”, declaró el embajador ruso en Buenos Aires, Víctor Koronelli, luego de que el gobierno argentino se abstuviera de condenar la anexión de la península ucraniana en la Asamblea General de las Naciones Unidas, también en 2014.
Argentina no sólo se abstuvo (al igual que Brasil y otros países de la región). La entonces primera mandataria y actual Vicepresidenta Cristina Kirchner criticó el “doble estándar” de las grandes potencias por rechazar el referendo en Crimea que aprobó la anexión a Rusia cuando antes habían aceptado un referendo similar realizado entre los habitantes de las Malvinas y que confirmó que éstos querían seguir siendo parte de Reino Unido. La postura de la ex presidenta fue agradecida personalmente por Putin a través de un llamado telefónico.
Detrás de estos “caricias” mutuas, hay motivos puramente económicos. Desde los eternos problemas de financiamiento que enfrenta Argentina, hasta la necesidad de inversiones en el mayor yacimiento de hidrocarburos no convencionales del país, Vaca Muerta.
Si bien desde aquella época hasta hoy, no hubo grandes anuncios, cabe recordar que en enero de 2020, el Gobierno de Vladímir Putin reflotó su intención de desarrollar el proyecto para reactivar el servicio del Tren Norpatagónico, que prevé unir la localidad neuquina de Añelo (corazón de Vaca Muerta) con el puerto de Bahía Blanca (Buenos Aires).
El objetivo de este proyecto de transporte es sextuplicar la cantidad de cargas transportadas en tren a Vaca Muerta, pasando de 700.000 toneladas anuales a 4,1 millones en 2030, de productos como arena, tubos sin costura, frutas, materiales de construcción, metanol y alimento balanceado, entre otros. No parecen ser éstas cuestiones menores.
Las relaciones entre Argentina y la Federación Rusa se inscriben en un contexto de un notorio interés de la potencia dirigida por Putín por Latinoamérica, que con la llegada al poder de gobiernos de centro izquierda, se mostraba cada vez menos alineada con EEUU.
En julio de 2008, Rusia definió varios objetivos estratégicos con esta parte del mundo, entre ellos, ampliar la cooperación política y económica con Argentina, además de México, Cuba, y Venezuela, para favorecer sus exportaciones, principalmente de armamentos. Entre 2004 y 2009, la presencia de material bélico aéreo y naval en América Latina se había incrementado en un 900% respecto al período 1999-2003.
Rusia también exporta a la región fertilizantes minerales, metales, granos, y equipamiento médico. Sin embargo, el saldo de la balanza comercial generalmente fue favorable para Latinoamérica. Desde entonces, el Kremlin buscó insistentemente acciones para equilibrarla. Tal vez lo encontró con la vacuna.
El RDIF es el fondo soberano de Rusia que apoya financieramente la Sputnik-V, dirigido por Kirill Dmitrev. Fue creado en 2011 con el objetivo de “co-invertir, principalmente en Rusia, conjuntamente con prominentes inversores institucionales internacionales, actuando como catalizador para la inversión directa en la economía rusa”.
De acuerdo a su página web, dicho Fondo “apoya el desarrollo de la vacuna rusa contra el COVID-19 por parte del Centro Nacional Gamaleya de Investigación Epidemiológica y Microbiológica y ha invertido también en la producción a gran escala de la vacuna por parte de sus empresas participadas”.
Y agrega que “desde el principio de la pandemia de COVID-19, el RDIF ha jugado un papel clave en la lucha contra el coronavirus en Rusia”. Sin embargo, no son pocas las dudas. Principalmente porque aún ha culminado la Fase 3, pese a haber alcanzado, según se informó, un 92% de eficacia.
Desde el Conicet afirman que “los ensayos en fase III requieren decenas de miles de voluntarios. Se aplican distintas estrategias, con grupo control y se hace con doble ciego, ni el que da ni el que recibe sabe qué recibe, para que no haya sesgos”.
Los ensayos clínicos de fase 1 y 2 de la vacuna se completaron el 1 de agosto de 2020. Según la propia información oficial, “todos los voluntarios toleraron bien las pruebas, no se registraron efectos adversos graves o inesperados. La vacuna indujo la formación de una alta respuesta inmune celular y de anticuerpos. Ningún participante en el ensayo clínico actual ha contraído el coronavirus después de la administración de la vacuna. La alta eficacia de la vacuna se confirmó mediante pruebas de alta precisión para anticuerpos en el suero sanguíneo de voluntarios”.
Pero nada se dice de la tan mentada fase 3. Sólo que “el 25 de agosto de 2020 se iniciaron ensayos clínicos posteriores al registro de la vacuna Sputnik V en los que participaron más de 40 mil personas en Rusia y Bielorrusia. Varios países también se unirán a la investigación, entre ellos Emiratos Árabes Unidos, India, Venezuela, Egipto y Brasil. La vacuna recibió el certificado de registro del Ministerio de Salud de Rusia el 11 de agosto y, de acuerdo con las reglas adoptadas durante la pandemia, puede ser empleada para vacunar a la población en Rusia.Está previsto aumentar la producción de la vacuna en Rusia y en todo el mundo”. Pero los datos actuales brillan por su ausencia. Sólo se sabe lo declarado por el propio Putín, que en las últimas horas habló de una “vacuna light”.
En verdad, el apuro para aprobar las vacunas envolvió a todo el mundo. Por caso, el diario “El País” de España, en un artículo firmado por Elena Sevillano, afirmó que “la autorización de las primeras vacunas contra el coronavirus por parte de los organismos reguladores del Reino Unido y EEUU han elevado la presión sobre la Agencia Europea del Medicamento (EMA)”. Este organismo descentralizado, creado en 1995, es quien debe autorizar el uso y la comercialización de todos los fármacos que circulan por los países miembros de la Unión Europea.
En tanto, el Gobierno argentino va y viene. Por un lado, una delegación argentina encabezada por la Secretaria de Acceso a la Salud, Carla Vizzotti, integrada por inspectores de la Anmat, se encuentra en Moscú continuando las gestiones para la aprobación de la vacuna. En paralelo, la administración de Alberto Fernández imagina una escena épica con la llegada de un avión incierto a la Argentina con miles de dosis.
“Nos están compartiendo toda la información y todo lo que necesitamos en términos de lo que es el registro, el control de calidad y la tecnología para eventualmente autorizar su uso en la Argentina, y han satisfecho todas nuestras preguntas al respecto”, había declarado la asesora presidencial Cecilia Nicolini. Pocas horas después, Putín tiró la bomba.
Como ya se señaló, esta confusa situación se da en un contexto de freno en la baja de contagios en el AMBA, reconocida por los propios funcionarios nacionales, provinciales y porteños. “La estabilización es un cambio de tendencia”, aseguró el ministro de Salud de la CABA, Fernán Quirós, una de las voces más sensatas que se han escuchado durante la pandemia. Y señaló que en la ciudad en los “los últimos 7 o 10 días dejó de descender” la curva de contagios.
A su vez, el Ministro de Salud bonaerense Daniel Gollán aseveró que “hay indicadores preocupantes”, en relación a la situación en AMBA. La suba de casos la adjudicó a un “relajamiento generalizado” de la población. Pero también habría que incluir a los miembros de todos los gobiernos, que luego de un año para el olvido y de una crisis económica asfixiante, también comenzaron a priorizar otras cuestiones, en especial frente a la inminente temporada de verano.
Tampoco se puede dejar de soslayar el caótico funeral de Diego Maradona, los extraños “festejos” de los hinchas de River y Boca, y las diferentes marchas de los últimos días.
El Gobierno de Alberto Fernández, que había hecho de la cuarentena una de sus principales banderas, decidió imprudentemente atar su suerte a la llegada de una vacuna improbable. Y colocó, de este modo, a todo un país en un riesgo de características imprevisibles.
Pablo Portaluppi