Presentar este libro de Julio Forcat es realmente un trabajo intenso, y digo esto porque en primer lugar el libro está formulado sobre un simbolismo cuidadosamente reservado de la diosa Aryatara o la Gran Diosa de la tradición budista, presentada esta vez en su faceta iracunda. Ésta encarna el poder de lo femenino que es altamente compasivo y productivamente valioso, como así también su costado fálico para la práctica de la ordalía, es decir el sometimiento a una difícil prueba que lleva a la Iluminación.
En su párrafo inicial el autor dedica este libro a todas las mujeres del mundo, madres, hermanas, hijas, esposas, amantes, amigas, ya que en cierta forma somos reencarnaciones imperfectas de aquélla. También como reivindicación en desagravio por la enorme cantidad de agresiones físicas, verbales, espirituales, intelectuales, por omisión, por silenciamiento, por explotación, por vanidad masculina, por sometimiento, por desvalorización. En una palabra, la mujer ha sido víctima durante siglos de todos estos estados desgraciados y aún se conservan algunas sociedades en las que la mujer es lapidada y considerada deleznable. Tal vez tanta inconsistencia y debilidad adjudicada a este género haya logrado que pudiéramos contar con ejemplos de naturaleza admirable que realmente han mostrado la fortaleza de su lucha. La historia de los pueblos está plagada de mujeres valiosas. Y aunque no fueran mujeres destacadas, Forcat también habla de la sabiduría intrínseca de las mujeres en general ,en cuanto las considera más generosas y dadoras de vida y amor. El gobierno humano femenino ha transitado por sitios que el hombre le ha adjudicado como patrimonio principal, el hogar, la maternidad, la crianza y educación de los hijos y ,en ocasiones, algunos atisbos de individualidad. En cierta forma, la fuerza del gobierno de la mujer fue justamente ese estado de secundar al hombre, con una resignación aparente en la que ha sabido jugar cartas en algunos momentos terribles, especialmente tratando de sobrellevar las reconstrucciones externas e internas luego de las guerras, atentados, catástrofes, etc., incluyendo muertes de seres amados, violaciones, exabruptos y torturas y demás instituciones del horror que el género masculino ha sembrado sobre la tierra desde hace siglos. La Edad de Hierro, cita el autor, es producto de la codicia del gobierno de los hombres.
También detrás de algunos hombres se han agazapado mujeres que han
incitado el lado oscuro de la corrupción; recordemos a la gestora del asesinato del rey Duncan a manos de Macbeth, cuya instigadora por apetito de poder fue su misma esposa, lady Macbeth, y, en la misma obra, las tres mujeres hechiceras que predicen el futuro del rey usurpador. Reparemos que en este drama la mujer es instigadora por una parte y nigromante por la otra. El poder omnímodo a los ojos del mundo siempre es ostentado por varones.
A lo largo de los siglos la mujer también ha inspirado a los hombres para que logren sus propósitos más sombríos y ambiciosos. Cómo hubiera sido la historia de Moctezuma y de México ,me pregunto, si la Malinche o Malitzi no hubiera traicionado su origen uniéndose al invasor, Hernán Cortés. Y qué hablar de las rapadas cabezas de las francesas colaboracionistas de los nazis. y de la mujer soldado riéndose por internet en el sitio The Memory Hole de los prisioneros de guerra cuando Irak era invadido por Estados Unidos, es decir: somos capaces de hacer daño, de colaborar entre sí tanto hombres como mujeres en la sinrazón del mal. Pero éstos son sólo casos aislados, en realidad la mujer cimenta, cura, protege, pero además hoy dirige empresas, condena en los juzgados, pelea junto a la última batalla que da un moribundo, defiende el planeta que el hombre se encargó de envilecer con sus venenos disueltos en el agua de los océanos y en el aire, y mientras tanto también pare.
Cierto es lo que dice Forcat, el gobierno del mundo de los varones como género imperante se contrapone a la civilización del amor y de la paz, cuyo mensajero es Jesús, que se impone como ícono de la reivindicación justamente por el amor y , por supuesto, a la civilización de la compasión cuyo mensajero es Buddha y que el budismo ha extendido desde su más secreta tradición hasta nuestros días. Ambos nos acercan el paliativo para el miedo, ese miedo existencial que acomete desde la oscuridad más incierta y hostiga al ser humano. Jesús dice que quien teme no tiene fe porque es la entrega a Dios el camino para no sufrir. El budismo habla de los tres miedos esenciales del hombre: al sufrimiento, a la vejez y a la muerte y propone cambiar esto por medio de la profunda meditación y en lo posible la Iluminación . Por la práctica la mente transitaría en paz estos estados. pero es justamente el miedo el que embiste al hombre haciéndolo partícipe necesario de las beligerancias y exterminios más extremos, es el miedo a que caigan las bolsas, a que un imperio se haga trizas y venga otro orden mundial ;el hombre teme al hombre y así va eliminándolo. La mente materialista es puro temor.
Contradiciendo estas encarnaciones mencionadas y olvidando el mandato de amar, el hombre conquistó, asaltó y arremetió por medio de guerras, exterminios, suplicios, y las más perfeccionadas formas del sufrimiento imaginables. El varón pudo más que las doctrinas y las filosofías, pudo infligir dolor, asolar, desollar y vestirse con la piel de su enemigo, pudo, pudo, pudo. Pudo hacer del planeta esta sangrante herida en el cosmos por la que entrarán las nuevas glaciaciones, la sequía, el hambre y de nuevo la muerte. El hombre hace de la guerra y del criterio expansionista su santuario. La mujer en cambio es retentiva, la mujer contiene, custodia, recuerda, porque ella es la memoria y de cada nudo de amor hace un nudo en su sangre de la que proviene su espiritualidad y se nutre allí porque es su forma de supervivencia.
Forcat habla al comienzo de los bodhisattvas diciendo que pueden practicar cualquier tipo de actividad siempre y cuando tengan cualidades tales como poco apego, gran altruismo y la totalidad de las virtudes.
Aclaro que el bodhisattva es fundamental en la tradición budista y representa a aquel individuo que busca la Iluminación tanto para sí mismo como para los demás. La característica más sobresaliente del bodhisattva es la compasión y la empatía con la que comparte el sufrimiento ajeno.
El propósito es que la compasión llegue a ser la base de todas nuestras acciones.
Para ello cita Julio Forcat en página 13, “hasta la prostitución puede ser una actividad que posea cualidades sublimes. en realidad no importa lo que se haga, sino la actitud con que lo hace”.
El autor sigue en su defensa de la mujer, haciendo alusión a La diosa blanca,de Robert Graves, quien , para dar una idea mítica del matriarcado y de su desaparición expone una tesis de manera simplificada diciendo que en la Antigüedad Clásica en la cuenca del Mediterráneo existía una forma de lenguaje mágico altamente codificado que se relacionaba con rituales religiosos en honor a la diosa Luna. Ésta era la civilización matriarcal y también el verdadero lenguaje poético mágico. Las invasiones la destruyeron y la suplantaron por el nuevo orden patriarcal. En algunos casos su santuario fue desplazado y la diosa Luna era transformada en demonio o en bruja. Así se crearon nuevos mitos que servían para justificar cambios sociales, políticos y religiosos impuestos por la fuerza.
Sócrates, principal propagandista del nuevo orden, sostenía que la poesía mágica era un peligroso enemigo, ya que cuestionaba radicalmente la nueva religión de la razón. Su patrono fue el dios del Sol, Apolo. De allí hasta nuestros días se puede decir que poco es lo que ha cambiado en el mundo. Los salarios dignos, el derecho a trabajar y que se construyan jardines maternales para las trabajadoras, la igualdad de oportunidades y condiciones, la perdurabilidad en los centros laborales sin distinción de género, etc. es cosa manejada aún por Apolo y a pesar de que la poesía está ausente de estas cuestiones de supervivencia y derecho, también es muy difícil instalarse en el oficio de la poesía como una mujer que piensa, siente y escribe, ya que incluso se dice “mujeres poetas” lo cual constituye un error de lenguaje al tener su equivalente en la palabra poetisas, pero suena un tanto kitsch, muy femenil, muy empalagoso, por lo que las mujeres aceptamos que se nos adjudique ese otro sustantivo que nos pone en un pie de igualdad y con esto quiero decir que Apolo sigue triunfando.
Ocho son las alegorías que Forcat nos entrega en este libro. En estas alegorías indudablemente el lenguaje es simbólico y mítico y apunta a explicar la Iluminaciòn que el hombre en sentido de género debe aprender a tomar del elemental femenino. Dice que la Edad de Oro debe llegar para hacer del planeta un lugar de equidad y justicia, un sitio de igualdad en el que los seres seamos valorados compasivamente, sin rótulos sectarios, sin divisiones apabullantes en su contienda. El hombre –dice Forcat- ya está arrojado a la tarea de integración con lo esencial femenino, única forma de reparar los enormes errores cometidos por su poderío. La diosa en su fisonomía de furia está azotando su conciencia para que el varón renazca en estado de liberación y de Iluminación y es tal el convencimiento del autor sobre lo que está escribiendo que en el último registro alegórico habla en forma directa, lisa y llanamente, de la Iluminación de Siddartha Gautama como la posesión que la diosa hace por medio de una piedra fálica de la cual emanaba una luz cristalizada para incorporarle la energía femenina de la compasión y de la sabiduría en su corazón por acceso a su zona íntima. La segunda penetración será con un falo de diamante que irradiará la luz de la omnisciencia en el interior de Siddartha. Este acto de compenetración de la diosa fálica y el príncipe transitará momentos de rotundo aprendizaje y se le impondrá soltar la arrogancia, el egoísmo, la pereza, la avidez, cualidades del ego, ese espejo equívoco en el cual los seres se miden, esa maldición que hace de la soberbia el único camino y en el que los demás sobran. Lo obliga a deponer el ego, a fuerza del dominio del látigo de la diosa iracunda. Concluido el ceremonial tántrico , dice Forcat, “la flor azul resplandecía totalmente abierta entre las piernas de Siddartha Gautama. Éste había alcanzado la Iluminación y a partir de ese instante se llamaría Buddha Shakyamuni.
Agradezco a Julio por este pensamiento sobre la mujer como reservorio y protagonista de la Edad de Oro, futuro de la humanidad sin guerras y sin violencia.
Ana María Russo
Escritora
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