26 de febrero de 1998: la Escuela Nacional de “inteligencia” decapita a una mujer porque le molestaba que ella le diera de comer a unos gatos abandonados que se habían refugiado en un espacio de la escuela.
Eran las nueve y estaba a punto de comenzar a preparar la cena cuando se acordó de los gatos de la Escuela de “Inteligencia” y se olvidó del hambre. Pensó en el hambre que debían tener los gatos, puso en su bolso alimento para gatos y se fue caminando por la calle Libertad hacia la escuela de “inteligencia”. Se llamaba Sofía, que significa sabiduría en griego, y hacía honor a su nombre. Tenía más de setenta años, pero su rostro estaba iluminado por la belleza de la sabiduría y de la compasión. En el camino se iba preguntando por qué los espías se autodenominaban “inteligencia” y pensó que era para disimular su falta de verdadera inteligencia. No era inteligente matar, sino salvar vidas, pero la mayor parte de los espías eran potenciales homicidas. Si los espías tuvieran inteligencia, no la habrían amenazado tantas veces con matarla por dar ella de comer a los gatos que se habían refugiado en un terreno de la escuela. Los pobres gatos habían sido abandonados por sus dueños y nadie les daba de comer. “Te vamos a matar, a vos y a los gatos, si no dejás de darles de comer”. Las palabras del espía, cargadas de odio, resonaban en su mente una y otra vez y sentía que la amenaza era real, pero su compasión innata la impulsaba a alimentar a los gatos. Pasó la cabeza y los brazos a través de las rejas de la escuela de “inteligencia”. Primero acarició a los gatos. Repartía el afecto a todos por igual. Después, les dio de comer. Sofía era una de tantas mujeres, de tantos millones de mujeres que cuidaban a las mascotas abandonadas por sus dueños. Esas mascotas adoraban a sus protectores y habrían dado la vida por ellos. Era muy injusto que los humanos abandonaran a sus queridos seres animales sin comprender que la familia animal formaba parte de la familia humana y que contribuía a la felicidad, a la buena suerte y a la seguridad de los humanos. Abandonarlos era un terrible e inmerecido castigo para las inocentes mascotas que habían depositado toda su confianza en sus parientes humanos. Condenados a la intemperie, al hambre, al frío, a las enfermedades, al desprecio de la gente, subsistían apenas recordando siempre el calor de la casa natal, los rostros, las voces y el olor de quienes los cuidaron al principio, cuando eran cachorros. Lejos para siempre del calor de la casa natal, morían lentamente, víctimas del odio humano, del hambre, del frío y de las enfermedades. Sofía, como tantas otras mujeres, acudía a reparar una injusticia humana, porque ¿Quién podía dudar de que era injusto condenar al desamparo y al sufrimiento a las mascotas que les traían buena suerte y alegría a sus amos?
Sofía pasó la cabeza y los brazos a través de las rejas de la Escuela de “Inteligencia”, pero no había imaginado que nunca volvería a sacar la cabeza y los brazos de ese lugar, porque los agentes habían resuelto cortarle la cabeza, decapitarla, con el portón metálico de 5.000 kilos de peso. Pero esto ocurrió. De pronto sintió el chirrido del portón corredizo que se abría y quedó atrapada entre las rejas y el portón metálico. Por un instante alguien detuvo la improvisada guillotina de los espías, pero sólo por un instante. Después el portón le hizo estallar la cabeza, le reventó y le cortó la cabeza con un lúgubre crujido. La masa encefálica y la sangre se derramaron por las rejas y cayeron al suelo. La sangre bañó el rostro hermoso de Sofía, bello porque era un rostro de sabiduría y de compasión. Al ver la muerte de Sofía, el gato anaranjado y blanco, el gato negro, el gato blanco, el gato multicolor y todos los gatos del mundo maullaron y los pelos del lomo y del cuello se les erizaron. El maullido se convirtió en el rugido de un puma, el rugido del puma se convirtió en el rugido de un yaguareté, el rugido del yaguareté se convirtió en el rugido de un león y el rugido del león se convirtió en el rugido del tigre de la dignidad Shambala, el guerrero manso que es verdadero y auténtico, pleno de confianza incondicional y de amplitud mental ilimitada. El espía que había apretado los botones para mover el portón para matar a Sofía sintió un pánico terror al escuchar el rugido de la catástrofe que lo sepultaría a él y al espionaje argentino, con la excepción de los pocos espías que luchaban contra las organizaciones criminales y protegían al país.
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