En 1872, 36 personas fueron asesinadas en Tandil; la historia señala como mentor a un hombre que se hizo pasar por curandero y vidente y habría desatado la xenofobia en el pueblo
“¡Mueran los extranjeros y los masones!”. El grito se escuchó en medio de la madrugada. Era el 1° de enero de 1872 y el pueblo de Tandil se preparaba, sin saberlo, para uno de los peores días de su historia. Aquel lunes fueron asesinadas a sangre fría 36 personas, entre ellas varios niños. Aunque la turba de crueles asesinos que cometió la matanza sorprendió a los pobladores, para los lugareños la masacre no fue improvisada: ellos estaban seguros de que detrás de esas muertes se escondía el “cerebro” de la operación.
Cientos de personas llegaban en carretas, con carros y toldos y acampaban frente a la estancia donde se alojaba. La casa pertenecía a Ramón Gómez, cuñado del juez de paz de la ciudad, quien había oído de sus “dotes curativos” y pensó que Solané podría aliviar los dolores de cabeza de su esposa.
La masacre
“Tata Dios” fue señalado como el instigador de la masacre. ¿Cómo logró convencer a todo un grupo de personas de cometer los crímenes? Para entenderlo, hay que comprender el contexto. “Era un tiempo en el que reinaba el resentimiento contra los extranjeros”, explica a LA NACION la psiquiatra Silvia Martínez. La especialista sostiene que, si se toman como base los testimonios de la época, Solané habría montado “un relato religioso-nacionalista xenófobo, que logró ser exaltadamente admirado y apropiado por sus seguidores”.
Los extranjeros que vivían en el pueblo se convirtieron así en el principal blanco del grupo de criminales presuntamente adoctrinado por “Tata Dios”. El propio Solané había anticipado, basándose en su “don de adivino”, que el 1° de enero correría sangre. En la madrugada de aquel día nefasto, cerca de 50 paisanos a caballo llegaron a la plaza del pueblo. Ya habían pasado por la cárcel y liberado a los presos, que se sumaron al grupo.
En la plaza, en la que empezaban a apagarse los festejos del año nuevo, mataron de un sablazo a un organillero italiano. Luego, cerca de los límites del pueblo, degollaron a ocho vascos que conducían una tropa de carretas. Después ingresaron en la casa de un vecino llamado Guillermo Thompson. Lo mataron a él, a su joven esposa y al dependiente. Y saquearon el lugar. “¡Mueran los extranjeros y los masones!”, repetía la turba, que portaba lanzas y facones, según se reconstruyó luego con los testimonios.
La masacre no terminó ahí. En la casa de otro vecino, llamado Juan Chapar, mataron a hombres, mujeres y niños.
“Al parecer, Solané no padecía una alteración psiquiátrica. Era un psicópata, que utilizó intensamente el guión religioso y el discurso nacionalista xenófobo captando lo que la gente necesitaba oír, confundiendo bajo el efecto manipulador, justicia con aniquilación”, explica Martínez. “El psicópata es un experto es sacar a la superficie lo peor de las personas. Sus lugartenientes y secuaces mataron brutalmente”, añade la psiquiatra, siempre en base a los testimonios que señalan a Solané como instigador del crimen.
La especialista destaca que, según lo que sostienen los archivos, Solané parecía poseer “la habilidad extrema en el uso de la mentira y la seducción, la cosificación de las personas, utilizándolas como objetos para la satisfacción de sus propias necesidades, el parasitismo viviendo en el predio de la estancia La Argentina, la ausencia de culpa y de empatía por el otro, la crueldad, la búsqueda de poder absoluto y el deleite frente a los impiadosos asesinatos, el hacer hacer, la orgía de sangre”.
Persecución y muerte
La primera noticia en Buenos Aires se conoció por la publicación en LA NACION de una carta del gobernador bonaerense Emilio Castro, el 4 de enero de 1872. Allí, solicitaba asistencia al Ministro de Guerra y Marina, el coronel Martín de Gainza, además de informarle la situación: “En el partido de Tandil ha tenido lugar el día 1° del corriente mes, el asesinato alevoso de más de cincuenta personas [luego se comprobó que fueron 36] perpetrado por un considerable número de forajidos que se han dividido en grupos y dispersado enseguida por el partido”.