Don Roberto ya era uno más entre el vecindario. Saludaba a todos, y la educación y el respeto acompañaban su trato casi familiar. Caminaba por el barrio como uno más, se movía en remise para ir a distancias más alejadas y hasta salía de noche, a bailar o tomar algo por Mar del Plata. A veces lo hacía con algunos muchachos bastantes menores que él con los que compartía cerveza y disfrutaba de hablar de lo que reconocía como su gran pasión: el fútbol y su club favorito, River.
Don Roberto se presentó la primera vez también con apellido: Martínez. Pero Roberto Martínez era apenas la falsa fachada personal que había improvisado Claudio Minnicelli, uno de los diez prófugos más buscados del país que pudo ser capturado ayer en Estación Chapadmalal, un pequeño paraje de 1600 habitantes al Sur de Mar del Plata, y solo gracias al dato de un informante que pidió cobrar los $ 250.000 de recompensa que el gobierno había fijado por el paradero del ex cuñado del ex ministro de Planificación Federal Julio De Vido .
“Pidió alojamiento por una semana porque había conseguido trabajo para preparar unos viveros en Sierra de los Padres”, contó Juan Castillo, el dueño de las modestísimas habitaciones de calle 22 y 9, en Estación Chapadmalal, donde Minnicelli pasó los últimos cien días de los casi nueve meses que llevaba eludiendo a la justicia.
En Chapadmalal cayó el cuñado de Julio De Vido
La sorpresa se adueñó ayer de este paraje cercano a la vecina localidad de Batán, al que se llega por un camino asfaltado que nace en la ruta 88 y se abre paso entre canteras, fábricas de ladrillos, depósitos de materiales de construcción y un pequeño poblado con escuela, jardín de infantes, sala de salud, club deportivo y destacamento policial propios.
Ninguno de los consultados por LA NACION admitió conocer a Minnicelli antes de ver su cara durante horas y horas en los canales de televisión y, esta mañana, en la tapa de casi todos los diarios. “Para todos nosotros era Roberto”, admite uno de los siete hijos de Castillo que estaba al frente de la pequeña despensa familiar cuando una comisión policial atrapó al prófugo.
Lejos del perfil tradicional de quien intenta eludir a investigadores que están tras sus pasos, Minnicelli se movía casi sin límites y con extrema comodidad. Nunca se dejó bigotes ni barba. Por el contrario, lucía cada mañana recién afeitado. A lo sumo usaba capucha. Hacía compras, salía a caminar casi a ritmo de práctica deportiva, charlaba con algunos vecinos y había hecho de la esquina de 22 y 9 su refugio casi de tiempo completo.
La habitación que alquiló a razón de $ 1500 semanales que pagaba por adelantado tiene una puerta placa y una única ventana que da a la calle de tierra, tapada por una placa de madera rajada. Adentro, en menos de nueve metros cuadrados, tenía una cama, mesa, un par de sillas y un baño sencillo. El inmueble iba a ser allanado esta tarde por orden del juez Aguinsky, que ayer estuvo cara a cara por primera vez con este acusado de ser parte de la “mafia de los contenedores”.
“Claro que lo tengo visto al paso porque vivo a una cuadra de dónde él alquilaba.¿pero qué me iba a imaginar que era semejante personaje?”, reconoció Dionisio, propietario de una tienda de ropa que está justo frente al destacamento policial. “Aquí no lo recuerdo comprando, pero sí lo cruzamos y saludamos en la calle”, comentó a LA NACION.
“Don Roberto” había echado tantas raíces en su escondite que solía tomar cerveza con algunos muchachos de la zona. Mataban el tiempo en partidas de truco. Y en la despensa de Castillo se manejaba con comodidad y hasta se adueñaba del control remoto del viejo televisor de 20 pulgadas, donde nunca quería ver canales de noticias y mucho menos programas de espectáculos. “Odiaba a Tinelli (Marcelo)”, contó uno de los testigos. El conductor lo citó seguido cuando hace algunos años la ex mujer de Minnicelli, Celina Rucci, ganó una de las temporadas de “Bailando por un sueño”.
“Perdí”: la frase que marcó el final para el cuñado de De Vido
Elba, también vecina, estaba hoy pendiente de la radio para saber qué decían de este hombre al que recién hoy le pudieron poner nombre y apellido correcto. “Para nosotros era una cara nueva más de las tantas que circulan por Chapadmalal”, reconoce. Pero diferencia con otros de esos frecuentes residentes de paso que se suelen dar, algunos por trabajo y otros por encuentros de una iglesia evangélica. “Este era distinto, mucho más prolijo que cualquiera”, admite.
Los investigadores intentan desentrañar cómo llegó hasta allí Minnicelli, quien le sugirió ese rincón del distrito y si contó con alguna complicidad cercana. Quien le alquiló tiene su casa pegada a la del prófugo y, en lo que sería su garaje, el comedor barrial “Estación Chapadmalal”, donde cada tarde dan de comer a 130 personas, entre niños y adultos mayores. “A nosotros nos guía Dios”, repiten Castillo y Raquel Suárez, su esposa.
La coincidencia entre los lugareños es que jamás habían visto antes esa cara. O al menos no la tenían registrada y relacionada con quien ayer, casualmente, apareció con foto enla contratapa de LA NACION como uno de los delincuentes más buscados en el país.
“Si sabía quién era y encima que había recompensa, ni dudaba en llamar a la policía”, confió un vecino que vive a media cuadra de esa pieza con baño que otros ya le pusieron nombre acorde a la circunstancia que los puso en boca de todos los medios: “el aguantadero”.
Minnicelli tomaba cerveza en la calle, con un par de muchachos, cuando al anochecer la policía empezó a cercarlo. Cuando vio el primer patrullero se retiró rápido, rumbo a su alojamiento. Salió luego para ir a la vuelta, hasta la despensa de Castillo. Cuando estaba adentro, le pidieron el documento y lo identificaron. “No pasa nada Juan”, le dijo a Castillo, que reconoce haber visto como al detenido se llenaban los ojos de lágrimas. En el comercio donde cada mediodía compraba el yogurt que almorzaba y la picada con cerveza que era cena repetida, quedó otra evidencia de la confianza que se había ganado. En la lista de clientes habituales, esa donde siempre decía que él no iba a aparecer, dejó una deuda impaga de algo más de $ 200.
Darío Palavecino
Se le terminó la joda!
Hay algo que no me cierra y habrá que investigar: el tipo le cobraba 1.500 pesos por semana (es decir 7.000 por mes) en un barrio humilde, en una casucha precaria y sin servicios. Es evidente que sabía de quien se trataba y no le cobraba por el alquiler de una habitación sino por encubrirlo.