Por Mex Faliero
El telón se está por abrir y se oye un disparo. Inmediatamente un living lujoso, gente vestida de etiqueta, corridas de aquí para allá con el fin de intentar tapar algo que acaba de ocurrir. ¿Qué fue lo que pasó? No lo sabemos con demasiada claridad. Buen punto de inicio el de Rumores (Teatro Provincial), del adaptadísimo Neil Simon, que lamentablemente se queda en eso: un intento por mezclar el tradicional whodunit con el vodevil y el comentario social y político.
Está claro, el ambiente en el que se mueven los personajes de la obra dirigida por Carlos Olivieri es el de la clase media alta intelectual y snob. Importantes abogados, psicólogos, políticos, y sus respectivas frívolas mujeres, se dan cita para festejar los 10 años de matrimonio del dueño de casa, quien se acaba de pegar un balazo en una oreja y se desangra en la habitación, aunque Charlie -tal su nombre- no aparezca nunca en escena. Es un fuera de campo constante, además de un MacGuffin.
Uno supone que la clase social representada tiene un fin: mostrar la doble moral de aquellos que representan de cierta forma al poder, su vulgaridad y chabacanería disfrazada con dinero. Algo de eso hay, pero sólo aparece en el texto. El problema de esta adaptación es que prefiere hacer pie en la sucesión de enredos antes que en la acidez de la propuesta original. Y el inconveniente de esta elección es que a los enredos les falta lucidez y, además, se repiten fatigosamente.
Los actos están estructurados a partir del ingreso de cada pareja: Carlos Calvo y Reina Reech; Nicolás Vazquez y Carina Zampini; Marcelo De Bellis y Andrea Frigerio; Diego Perez y Eunice Castro. Eso, que debería darle cadencia a la obra, termina abrumando. La necesidad del lucimiento personal e individual hace que las cosas se dilaten demasiado.
Pero el problema mayor es cómo se elimina cualquier posibilidad crítica y cuestionadora por chascarrillos y un humor físico que no funciona. El asunto es el siguiente: en vez de apelar al comediante y su figura, lo que se debería hacer prevalecer es el parlamento. Un ejemplo claro es la presencia de Nicolás Vázquez: cuando quiere hacer reír desde el monigote cae en la sobreactuación, pero cuando realiza su monólogo final, con algunos giros lingüísticos creativos, demuestra la potencia cómica de la obra.
Vázquez, por momentos, le aporta a Rumores algunos chispazos de comicidad genuina. Esos que no llegan a pesar del esfuerzo general por parecer divertidos.
“Whodunit”, “Magaffin”, esta crítica debería venir con un diccionario de inglés, es medio pedante eso