La muerte de Nisman -en un caso- y la apertura de las sesiones del Congreso Nacional por CFK, fueron el motivo, la causa o la excusa para generar una masiva movilización de amplio sectores de la población y cuya participación marca un hito en estos años de vida democrática.
Pocos actos fueron tan masivos, tan heterogéneos en su composición social y tan variada su conformación etérea. Muchísima gente en la calle, de distintas clases sociales y amplísimo arco de edades, conformaron en ambos casos una singular forma de expresarse sobre la marcha del país y sobre el funcionamiento de sus instituciones.
Los que concurrimos el 18F a las distintas plazas de país, lo hicimos con la esperanza de encontrar una respuesta a la impunidad, a la interferencia de poderes y buscar una independencia del poder judicial que hoy no aparece garantizado. Más allá de los objetivos, lo cierto es que la marcha se convirtió en un acto de oposición al estado de cosas en la Argentina y por ende al gobierno nacional de CFK. Negarlo sería actuar con hipocresía, con una deshonestidad intelectual que nos acercaría mucho a lo que criticamos del gobierno K. También es cierto que la marcha se desarrolló sin violencia alguna, sin vivas a la muerte de nadie y con un silencio solo cortado por la consigna Justicia y por cantar siete veces el himno nacional y también es obvio que en una marcha tan gigantesca y heterogénea, los viandantes reflejaban las dispares ideologías y posturas reinantes con un fuerte gusto y olor a café con leche.
Los que concurrieron al Congreso lo hicieron desde todos puntos del país. Tratando de mostrar un número y un ideario común como lo fue la defensa irrestricta del gobierno de Cristina y su rechazo a lo que ellos definieron como golpe destituyente. Miles de micros, con probados militantes K, estimulados por los intendentes del conurbano que fueron a despedir con vítores el último discurso de la Presidenta como tal. Tampoco hubo violencia y la desconcentración fue en paz y con la secreta esperanza de haber contribuido a que el gobierno se sintiera más respaldado en su gestión, reivindicando la democracia como forma de gobierno a respetar.
Lo cierto es que a pesar DE LA GRIETA, ambas marchas ayudaron a consolidar la democracia y a desalentar intentos -si los hubiera- golpistas. En ambas se pidió independencia de poder judicial, no más impunidad e investigación del crimen de Nisman. En otras épocas ambas marchas se habrían encontrado en defensa de valores básicos de convivencia y en objetivos a cumplir. Hoy eso no es posible y la forma de dirimir el conflicto será mediante el voto en Octubre, pero sin embargo como hecho positivo hay que resaltar que después de más de 30 años de democracia, el culto al golpe de estado aparece erradicado y que las dos plazas ayudan a que ese fantasma SE EVAPORE.
Dr. Eduardo Romanin, candidato a gobernador del PSA