Ya lo advertía Gardel hace más de 80 años en el remate del tango Chorra: “lo que más bronca me da es haber sido tan gil”. Y cantaba la justa en el estribillo: “¡Chorros!, vos, tu vieja y tu papá”. Pero no aprendimos nada. La conciencia culposa progre crea una permisividad social de hecho, un caldo propicio que el delincuente aprovecha, que el garantismo judicial potencia y que tampoco puede resolver su áspera antítesis, la “mano dura”.
Ser de buena o mala entraña no siempre tiene tanto que ver con la educación. Hay personas que no han terminado la escuela que, sin embargo, son incapaces de quedarse con algo ajeno, o de hacerle daño a nadie.
Por supuesto que una buena educación, un hogar afectuoso y prescindir, en lo posible, de “malas compañías” colaboran muchísimo en forjar mejores personas. Pero previo a todo, es tener, o no, un buen corazón.
Porque en la vida no hay garantía absoluta de nada: por eso también hay individuos que a pesar de contar con la suerte de llegar a la universidad, y hasta de graduarse, aun así no paran de hacer estropicios en su vida y de arruinar las de los demás.
Ladrones hay en todas las clases sociales, pero por suerte hay mucha más gente conforme a derecho en cualquier estamento económico, independientemente de lo llenos o vacíos que estén sus bolsillos.
Todo esto viene a cuento porque en la semana que pasó empezó a titilar con mayor fuerza una nueva y exótica estrella en el firmamento de las celebridades argentinas: la del motochorro que quiso asaltar con un arma a un turista canadiense cerrándole el paso en una bicisenda de La Boca.
El personaje fue tapa de Clarín la semana anterior, cuando trascendió el video que registró la camarita insertada en el casco del turista, y volvió a la primera plana, pero de este diario, el miércoles último, cuando Mauro Viale se lo llevó a vivir a su programa. Lo tuvo en el aire más de tres horas y al terminar, protector y paternal, lo hizo salir escondido en el baúl de un taxi porque afuera el clima estaba espeso. Bien lo sabe el CEO de los freaks criollos que tras su proeza periodística, al salir a la calle recibió opiniones destempladas al paso sobre su persona y por su rara y persistente afición por lo monstruoso.
A pesar de la marca de agua de la emisora, orgullosa de tan desagradable e interminable amancebamiento delictual en su propia casa, el encuentro rebotó con fuerza en redes sociales y canales de TV, en una virtual cadena nacional para puro solaz de espectadores ávidos de pequeñas y ruines emociones.
Nada resultó aleccionador: el motochorro no se arrepintió, le echó la culpa al turista de querer hacerse conocido y tuvo un relato por demás inconsistente que el recolector mayor de la TV basura no supo neutralizar.
Resultado: cinismo berreta a full que alienta el odio social por doble vía. En efecto, su desfachatez, reiterada hasta el hartazgo por los medios, alimenta los prejuicios de las clases sociales más acomodadas que lo consideran un irrecuperable que debe quedar entre rejas el mayor tiempo posible. Para los desesperados de su misma calaña, en cambio, es un ejemplo a seguir: el tipo se hizo famoso por su robo frustrado, no le pasó nada y encima el bueno de Mauro, cual mecenas de lo abominable, tal vez le dio algún “estímulo” para tenerlo como “artista (casi) exclusivo” (hoy se lo verá en el programa en el que Chiche Gelblung lo confrontó con Ivo Cutzarida).
El tema es aún más complejo: Szifron, Echarri y los demás líderes de opinión garantistas, que generalmente se identifican con el Gobierno, al revelar irresponsablemente que de haberles ido mal en la vida hubiesen preferido ser delincuentes que trabajar en algo modesto por una mala paga, tientan con sus dichos desaprensivos a quienes están pasando por esa situación a dar el salto hacia el hampa.
Estas mentes preclaras les sirven en bandeja la argumentación para que se salgan de la legalidad: si cometen delito ya no será por culpa de ellos sino por lo injusto que es el sistema y la sociedad egoísta. Nunca explican, eso sí, cómo sigue tan desequilibrado el sistema luego de once años de “modelo”.
Por fortuna, la inmensa mayoría de los trabajadores, que no salen a robar una mochila cuando no les alcanza la plata para hacerle un regalo a su hijo, como pretendió justificarse el motochorro adoptado por Mauro, tampoco compran esas demagógicas explicaciones, que terminan siendo estigmatizadoras por omisión. Son mensajes perversos que ejercen violencia en quienes quieren seguir viviendo en la legalidad por más que deban deslomarse por un salario insuficiente.
Con el mismo criterio con que los garantistas hacen la vista gorda ante los robos de los ladrones de baja condición porque “la sociedad los hizo así”, también habría que justificar entonces los robos de guante blanco, las grandes estafas o los enjuagues millonarios, delitos que se dan en clases sociales más elevadas. Deben de haber sido pibitos muy consentidos, holgazanes de vida regalada, los famosos “niños ricos que tienen tristeza” de la publicidad preelectoral de Carlos Menem, en 1989, y por eso van por la vida haciendo estragos. A ellos, entonces, también “la sociedad los hizo así”. Ridículos razonamientos.
Los chorros son chorros, vivan en una villa o en un country. Sin atenuantes.
La Nación
Pablo Sirvén
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