Si a más de dos décadas de la formulación de la Convención de los Derechos del Niño, en nuestro país lo que más se oye es que hay que bajar la edad para imputar a los chicos, no queda más que asumir el fracaso.
Porque de otra forma, necesitaremos 25 años más para avanzar significativamente y con la urgencia del momento. Porque para un pibe que está en situación de calle, o que subsiste en un basural, o que no accede a una salud digna; meses o semanas hacen la diferencia. A veces esa diferencia es entre la vida y la muerte.
Sería necio no reconocer la complejidad que arrastramos, la distancia entre lo que sucede y lo que deseamos y anhelamos los que aspiramos a un cambio estructural.
También sería necio no reconocer los avances producidos a raíz de la Convención…
Es el problema de siempre: lo macro y sus estadísticas, que no coinciden con lo que uno percibe en la calle y en el día a día.
Podemos describir la situación en falta de los dispositivos en nuestra ciudad, y la provincia – cuando no directamente, la ausencia de estos dispositivos-. Mencionar la inoperancia y la falta de sensibilidad de los operadores que, con que sean muy pocos dentro de una estructura mayor, puede ocasionar pérdidas irreparables. Concluir que las deudas sociales se siguen incrementando porque es el negocio el que direcciona las políticas…
Hacer una descripción de todo lo anterior, y más también, puede darnos un cuadro de situación en lo que es y lo que debería ser. Entre la Convención y lo que falta.
Pero hay un punto que me resulta más cruel, y es la deshumanización creciente respecto a los chicos. Sobre todo, obviamente, aquellos con sus derechos ya vulnerados.
La criminalización de la niñez es espeluznante. Hoy ser “pibe” significa ser sospechoso. Y entre la sospecha y la certeza, la gente se afirma en la sospecha. Y cuando se sospecha, se estigmatiza. Y cuando se estigmatiza es muy difícil des-construir esa mirada. Porque esa mirada nos involucra, no sólo intelectualmente, sino emotivamente. Y cuando nuestros sentimientos se “tuercen”, es una tarea doblemente forzosa.
La ineficacia del Estado, a través de sus tres poderes, alimenta el placebo de que la solución es bajar la edad para imputar.
No sólo es incorrecto, sino que es demostrable que no es la solución. Pero existe un límite, o debería existir. Es un límite que nos debería ofender y rebelarnos contra lo establecido. Y para ello no hay Convención que valga.
No está bien que naturalicemos la violencia.
Ni el abuso ni el hambre ni la ausencia de futuro, puede ser naturalizado. Y eso es algo que deberíamos mínimamente reflexionar, más allá de cualquier declaración.
Celebremos la Convención.
Promocionemos los derechos de todos, no solo los de los niños y adolescentes. Pero no perdamos de vista lo esencial: estos chicos nacen en un mundo que no eligieron y que no construyeron.
Ellos sólo son el reflejo de la violencia generalizada. Nosotros, deberíamos observarlos como lo que son y no los que nos quieren hacer ver.
Porque detrás de cada niño hay una historia, pero que tengan un futuro, depende de nosotros, más que de ellos
Francisco Senno, Humanista
Para romper el círculo vicioso de la pobreza hace falta el compromiso de todos
http://www.cronista.com/contenidos/2014/11/19/noticia_0017.html
MUY BUENA PACO REBELEMOSNOS CON LO ESTABLESIDO UN FUERTE ABRASO
Gracias Juan Carlos por el comentario
Gracias Stella por los comentarios